LOGINEn los años setenta, respondí al llamado del gobierno y me uní al programa de jóvenes intelectuales enviados al campo. Buscando emociones fuertes, me fijé en un hombre rudo de cuerpo musculoso. Una noche, escalé por su ventana y me deslicé bajo sus cobijas, las cuales estaban impregnadas de testosterona. —Diego, lo tienes muy duro. Déjame ayudarte. El hombre sujetó mi cintura y me empujó con fuerza diciendo: —Tú te lo buscaste. Aparte de labrar la tierra, lo que más hice fue montarme sobre sus caderas, balanceando las mías. Nos enredamos en las montañas y ardimos en los campos. Cada rincón apartado de la aldea guardaba las huellas de nuestros encuentros íntimos.
View MoreAl amanecer, Diego me levantó por la cintura y me apoyó contra la ventana, nuestros cuerpos aún estaban estrechamente unidos. Señalando la luz del alba, jadeó en mi oído: —Marina, esta vez ninguno de los dos puede irse.El día del examen de ingreso a la universidad fue en verano y el sol estaba especialmente fuerte. Diego me entregó una sombrilla y lo observé mientras entraba al aula.Después de tantas horas de estudio incansable, se dio la vuelta para mirarme con una sonrisa llena de confianza.Valieron la pena todas las veces que lloré bajo su cuerpo.Al terminar el examen, lo vi de inmediato entre la multitud y corrí hacia él preguntándole: —¿Cómo te fue?—No estuvo mal.Me acerqué sigilosamente a su oído y susurré: —¿Quieres una recompensa esta noche?No era necesario explicar lo que significaba esa “recompensa”.Esa noche, Diego me llevó al clímax una y otra vez. Al finalizar, apoyé mi rostro en su brazo mientras él sacaba un libro viejo de debajo de la almohada.Era el primer lib
No era mi culpa no haberlo reconocido. Observé los músculos definidos de Diego y su rostro guapo preguntándome en qué se parecía al niño flaco de antes.Tan ensimismada estaba que no noté cómo su mirada se volvía más intensa.Me miró, me atrajo hacia su pecho y dijo: —Desde ese día, estuve esperando a diario que volvieras a buscarme, pero nunca regresaste. En las noches que no podía dormir por extrañarte, sacaba esos libros que me regalaste y los leía una y otra vez hasta que se desgastaron. Luego compré otros libros, incluso me preparé para el examen de ingreso a la universidad, con la idea de ir a la ciudad a buscarte.Su voz sonaba grave, pero sentí que hablaba como si lo hubiera abandonado.—El primer día que llegaste a la aldea, te vi.En ese instante logré entender por qué siempre sentí que Diego liberaba sus hormonas masculinas a mi alrededor, ¡esa era su forma de cortejo!Al darme cuenta, de pronto me sentí con la confianza para cuestionarlo sobre lo de ese día: —¿Entonces por
—Silencio —susurró, con esa sonrisa pícara de siempre, mientras empujaba con fuerza, ignorando mis súplicas. Al verme al borde de la desesperación, con una orden me metió su propia camiseta en la boca—. Muérdela.El ritmo de sus embestidas se aceleraba cada vez más. Ya no podía sostenerme y me derrumbé sobre él, mientras oleadas de placer me inundaban."De verdad podría morir así", fue lo único que pensé en ese momento.—Lucía, ¿escuchaste algún ruido raro anoche? —le pregunté con nerviosismo a mi compañera de cuarto,que se estaba levantando.Ella negó con la cabeza, pero de pronto se detuvo al ponerse los zapatos y dijo muy seria:—¿Anoche llovió? Sentí que el sonido de la lluvia era muy fuerte. O quizás fue una fuga de agua. Aunque también pudo ser un sueño.Al ver su expresión sincera, por fin pude respirar aliviada.***Resultó ser que Diego hablaba en serio sobre irse conmigo. Apenas terminamos de trabajar, me llevó a su casa con unos materiales de estudio que consiguió quién sa
La vergüenza, la rabia y el dolor se mezclaron, haciendo que mis lágrimas fluyeran con más fuerza.Anhelaba escuchar el consuelo y los murmullos tiernos de Diego, pero la moral me reprochaba.El recuerdo de su conversación íntima de esa noche resonaba en mi mente. Comencé a forcejear de nuevo, pateándolo con fuerza, pero él atrapó mi tobillo con su mano y lo guió hacia la zona caliente en la parte baja de su cuerpo.—¡Diego, eres un imbécil! ¿Cómo puedes tratarme así si ya tienes novia? —Me quejé entre lágrimas, pero mi cuerpo estaba tan débil que solo podía dejar que me manejara a su antojo.El placer se intensificaba, pero la vergüenza no me dejaba mirarlo a la cara.No fue hasta que alcancé el clímax que Diego retiró su lengua y aplicó cuidadosamente la hierba medicinal en mi herida. Su amplio pecho me envolvió por completo y dijo: —No tengo novia. Me gustas.Lo evité durante tres días seguidos. Su repentina confesión me había tomado por sorpresa y no sabía cómo responder.Temía que
—¿Necesitas dos para satisfacerte? ¡Realmente no conoces los límites, ni tienes vergüenza!Creí que hablaba en serio y se me llenaron los ojos de lágrimas. Aunque tenía deseos, no estaba tan desesperada.Pero a medida que sus movimientos se volvían más brutales, me di cuenta de que él estaba celoso.Con una pierna sobre su hombro, mi espalda se frotaba constantemente contra la áspera corteza del árbol debido a sus embestidas, lastimando mi piel sensible haciendo que me debatiera entre dolor y placer.En el clímax, Diego mordió mi hombro advirtiéndome: —No busques a nadie más. Yo puedo satisfacerte.Como para probarlo, me tomó una y otra vez hasta el amanecer.Me recosté sobre su amplio pecho, acariciando su línea abdominal, y me dormí satisfecha.No sabía que mientras dormía, él me miraba fijamente con ternura, ni qué significaban sus palabras al decirme: —Tiempo sin verte, Marina.Al despertar, frente a mí estaban los billetes arrugados de la noche anterior, aún húmedos.Aunque solía
Diego sacó el billete de mi boca, bajó la mirada hacia mis piernas y con su palma áspera frotó ese lugar que ya estaba más que revuelto. Luego retiró la mano diciéndome: —Estás echa un charco.—Rápido... lo necesito... —Lo único que quería era liberarme.Pero él negó con la cabeza, mostrando sus dientes blancos —Esta noche te daré lo que quieres.Dicho esto, usó el billete arrugado para limpiarme entre las piernas, se levantó y se subió el pantalón. Yo, agarrada fuerte a su cinturón, me negué a soltarlo, poniendo cara de pena.—Si no me lo haces ahora, voy a sufrir mucho... y buscaré a otro.La cara de Diego se puso sombría al instante. Me volteó y me acomodó boca abajo sobre sus piernas. Mis nalgas, aún sensibles, recibieron una tanda de nalgadas sin piedad.No paró hasta que le supliqué: —Cometí un error.—¿Cuál fue tu error? —La pregunta repentina me dejó sin respuesta, y recibí otra tanda de nalgadas.Finalmente, no pude aguantar más y rompí a llorar mientras gritaba: —¡No buscaré
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