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Cayendo en la Seducción del Rudo
Cayendo en la Seducción del Rudo
Autor: Aurora del Castillo

Capítulo 1

Autor: Aurora del Castillo
El primer día que vi a Diego, surgió mi deseo por sus abdominales definidos.

Su piel bronceada hizo que mis ojos brillaran con mucho más deseo.

Esa misma noche, me colé por su ventana y me metí bajo su manta, la cual estaba llena de hormonas masculinas. Al deslizar mis manos sobre sus músculos ardientes, cada centímetro de mi cuerpo gritaba con ansias, haciendo que me restregara contra él.

Mis labios húmedos trazaron un camino desde su cuello hasta la parte baja de su vientre, cuando de repente sujetó mi rostro y me preguntó: —¿Qué crees que haces?

A la luz de la luna, su expresión no parecía de rechazo, así que me arriesgué y deslicé mi mano entre sus piernas.

Un gruñido contenido me excitó aún más y alzando mi mano cubierta de humedad, le pregunté:—¿Quieres?

Diego no se negó, en cambio, envolvió mi cintura delgada con sus brazos y me colocó bajo su cuerpo, mientras sus manos ásperas recorrían mi piel suave.

Separé más las piernas para facilitar el movimiento de sus manos, mientras mis labios dejaban escapar jadeos.

Cuando sus dedos trataron con rudeza mi estrechez, contuve un grito de dolor mordiendo mi labio, pero él me obligó a abrir la boca diciendo: —No te lo guardes. Grita, para que el ambiente sea mejor.

Aunque soy una persona bastante descarada, sus palabras me hicieron ruborizar y volteé la cabeza hacia otro lado.

De pronto, un dolor desgarrador me recorrió. Él... había introducido tres dedos.

No pude evitar gemir y decir: —Ay... me duele...

—Tú te lo buscaste. ¡Ahora aguanta! —Diego apretó los labios y liberó su impresionante miembro.

Me quedé boquiabierta, preguntándome si podría soportarlo, pero él no me dio tiempo para adaptarme.

En ese instante, olvidé cómo respirar, aceptando su erección a la fuerza.

Finalmente, el hombre suspiró aliviado y se recostó sobre mi pecho blanco, mirándome de reojo mientras me preguntaba: —¿Por qué lo hiciste?

Todas las que llegaron conmigo a la aldea evitaban a los lugareños, temiendo que un matrimonio les impidiera regresar a la ciudad.

Pero yo era diferente. Rodeé su cuello y susurré: —Tenía cosquillas.
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Último capítulo

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