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Ceniza en el Viento: La Huida de la Cenicienta Rebelde
Ceniza en el Viento: La Huida de la Cenicienta Rebelde
Author: María Luisa Bombal

Capítulo 01

Author: María Luisa Bombal
—Señorita Santacruz, una vez que firme este acuerdo, no podrá regresar en cinco años, o incluso más. Su identidad será completamente ocultada al público. Durante este tiempo, nadie podrá encontrarla. Le pedimos comprensión, ya que se trata de un proyecto confidencial de alto nivel —dijo la mujer frente a ella con tono profesional.

—Lo entiendo —respondió Valeria Santacruz tras unos segundos de silencio, antes de firmar con firmeza al final del documento.

—Muy bien. El proceso deberá completarse antes del veinte de octubre. La contactaremos cuando llegue el momento.

Valeria bajó la mirada a su celular. Era primero de octubre. Le quedaban exactamente veinte días.

Al pasar frente a una pantalla gigante en el centro comercial, sus pasos se detuvieron. En ella, se transmitía la rueda de prensa de hacía una semana.

El presidente del Grupo Ortega, Benjamín Ortega, había diseñado personalmente un vestido de novia de valor incalculable para su esposa, con la intención de compensar el hecho de que nunca había podido verla caminar al altar vestida de blanco.

La noticia causó revuelo. Todos hablaban de lo afortunada que era Valeria por tener a un hombre tan rico y supuestamente devoto.

—¿Sabías que su historia es como de novela? —comentó una joven a su amiga mientras pasaban—. Dicen que el señor Ortega recuerda hasta los detalles más mínimos sobre lo que le gusta a su esposa.

—Sí, y cuando ella tuvo ese accidente, los doctores dijeron que necesitaba un donante de córnea. Él firmó el consentimiento sin dudarlo. Por suerte, al final no fue necesario.

—Y no importa qué tan ocupado esté, siempre tiene tiempo para regalarle algo en cada aniversario o festividad. ¡Eso ya lo pone por encima del 99% de los hombres!

Valeria esbozó una sonrisa irónica. Ojalá su audición no hubiese vuelto nunca. Escuchar aquello solo le provocaba náuseas.

Años atrás, durante una pelea en la universidad, Benjamín había estado a punto de ser golpeado con una silla. Valeria lo protegió, y desde entonces perdió la audición.

Se convirtió en blanco de burlas y rechazo. “Sorda”, le decían. La miraban como si fuera una anomalía.

Y en medio de esa oscuridad, Benjamín apareció.

—Valeria, no estás sola. Yo seré tus oídos. Nadie volverá a hacerte daño. Si alguien se atreve, juro que me las verá conmigo —le había prometido, abrazándola con fuerza.

Ella creyó que esa promesa duraría para siempre.

Días atrás, estuvo a punto de contarle que había recuperado la audición. Pero justo entonces, volvió aquella mujer... la que alguna vez casi le quita la vida a Benjamín.

Valeria apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

Ese amor ya no tenía sentido. No iba a seguir humillándose. Esta vez, desaparecería de verdad.

Sacó de su bolso un sobre con el acuerdo de divorcio ya firmado y lo guardó en una pequeña caja decorativa.

Se enjugó las lágrimas discretamente. Justo cuando iba a llamar un taxi, un auto conocido se detuvo junto a ella.

De él bajó un hombre impecable. Su pantalón planchado con precisión y unos zapatos derby brillantes hablaban de su estilo. Su rostro, atractivo y firme, se tiñó de preocupación al verla.

Con rapidez, Benjamín le hizo en señas:

—Valeria, te dije que me esperaras dentro del centro comercial. Hace mucho frío, ¿y si te enfermas?

Tomó sus manos entre las suyas y las frotó para calentarlas. Sus ojos mostraban una ternura que a cualquiera engañaría.

La condujo hasta el auto.

Valeria curvó los labios en una mueca sarcástica. Su pecho dolía tanto que apenas podía respirar.

Míralo. Resulta que el amor también puede fingirse.

Una vez dentro, Benjamín le ajustó el cinturón de seguridad y notó la caja a su lado.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalándola.

Valeria bajó la mirada y respondió con voz calmada:

—Un regalo para nuestro aniversario.

Benjamín sonrió. Estiró la mano para abrirla, pero Valeria se lo impidió.

—Ábrela ese día, ¿sí?

Él asintió, obediente.

Le pellizcó la nariz con cariño y dijo:

—Está bien, como tú digas. Vamos a tomarnos las fotos de boda que nos faltan.

Quería verla lucir el vestido que le había diseñado. Imaginaba ese recuerdo enmarcado para cuando celebraran sus bodas de oro.

Pero solo ella sabía que ese futuro no existía.

Benjamín… ¿cómo será tu cara cuando finalmente abras ese regalo?

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