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Capítulo 08

Author: María Luisa Bombal
Benjamín no había dormido nada.

Tenía la cabeza embotada, los ojos secos, y el cuerpo entero le pesaba como si le hubieran echado cemento encima.

El estómago vacío le ardía como si un cuchillo lo recorriera desde dentro.

Se giró en la cama y tocó el lado vacío junto a él.

Frunció el ceño y se llevó la mano a la sien.

—¿Valeria…?

La puerta se abrió, y Asensio apareció en el umbral:

—Señor Ortega, ya despertó.

Benjamín se sentó con dificultad, cubriéndose con la bata de casa:

—¿Dónde está Valeria?

—La señora se fue temprano a la oficina. Dijo que tenía mucho trabajo.

Benjamín bajó a la cocina arrastrando los pies, pero solo encontró pan y leche sobre la mesa.

Frunció el ceño.

—¿Dónde está mi pozole?

Asensio bajó la mirada:

—Disculpe, señor. No sé preparar pozole como la señora… Y ella dijo que no tenía tiempo para cocinarle esta vez. Que tomara algo rápido…

Un malestar inexplicable se apoderó del pecho de Benjamín.

Siempre que tenía resaca, Valeria se levantaba antes del amanecer para cocinarle su pozole favorita.

Siempre.

Hoy era la primera vez que la mesa estaba vacía.

Sintió otra punzada en el estómago.

Se encorvó, apretándose el abdomen:

—Tráeme el medicamento.

Asensio corrió a buscar por toda la casa:

—Señor, ¿dónde lo guarda normalmente?

Benjamín se quedó en blanco.

Siempre era Valeria quien dejaba las pastillas preparadas en la mesa antes de que él despertara.

—Llámala —ordenó.

Asensio marcó el número, esperó.Nada.

Volvió a intentar varias veces, sin respuesta.

—Señor… no contesta.

La irritación se mezcló con el dolor físico.

Benjamín se pasó una mano por la nuca, frustrado:

—Olvídalo. Ve a comprar pozole y el medicamento.

—Sí, enseguida.

Al rato, Asensio volvió con un pozole carísimo del restaurante más exclusivo de Ciudad del Valle.

Benjamín tomó una cucharada… y la dejó de inmediato:

—Horrible.

No podía saber que Valeria siempre preparaba el pozole desde las cinco de la madrugada, que lo cocinaba a fuego lento hasta que quedara suave y cremoso. Porque lo conocía. Porque lo quería.

***

Valeria, por su parte, estaba en una cafetería tranquila.

Desayunaba despacio, con el móvil vibrando frente a ella.

Vio el nombre de Benjamín en la pantalla y sonrió con frialdad.

Ella lo cuidaba… solo si él también cuidaba su corazón.

Pero Benjamín ya no era suyo, ni su cuerpo ni su alma.

Y en menos de diez días, todo acabaría.

Solo necesitaba cerrar el trato con Lautaro Herrera.

Y ese hombre era más duro que el concreto armado.

Lautaro no era sentimental.

Era frío, pragmático, solo movido por el beneficio.

Para convencer a alguien así, no bastaban palabras bonitas, sino ofertas que valieran la pena.

Miró el reloj, terminó el café y se fue al trabajo.

***

En la oficina, al llegar, se encontró con un grupo de colegas rodeando a Julieta, cuyos ojos brillaban de felicidad.

—Julieta, ese collar es divino. ¿No es la pieza exclusiva de la subasta de anoche?

Ella sonrió con dulzura, acariciando la cadena plateada sobre su cuello:

—Mi novio me lo regaló. Dijo que si otras tenían uno, su princesa también debía tenerlo.

Las chicas chillaban de envidia:

—¡Qué suerte tienes!

Julieta bajó la mirada, sonrojada:

—Y eso que aún no estoy embarazada… Dijo que si lo estoy, me dará un regalo aún más grande.

Valeria, que estaba entrando justo en ese momento, se quedó paralizada.

Una presión helada le invadió el pecho.

Una colega la vio y se apresuró:

—¡Buenos días, Valeria!

—Buenos días —respondió ella con neutralidad.

Otra empleada se acercó:

—Valeria, ¿vio el collar de Julieta? Es hermoso, ¿verdad?

Valeria dirigió la mirada al famoso “corazón eterno”.

Lo reconoció al instante.

La misma pieza de la subasta.

Qué justo repartía el cariño… ni una se quedaba sin regalos.

—Sí —dijo con una sonrisa helada—. Muy bonito. Aunque… no vi a tu novio en la subasta, Julieta. ¿Por qué no nos lo presentas alguna vez?

Julieta se rió tímidamente:

—Claro, claro… cuando haya oportunidad.

Valeria se acercó lentamente, pasó los dedos por el frío metal de la cadena:

—Una pieza tan cara… Seguro tu novio es alguien del gremio, ¿verdad? ¿Nos puedes decir su apellido? Tal vez lo conozco.

La curiosidad prendió como pólvora.

—¡Sí! Dinos quién es.

—¡Queremos saberlo!

Julieta, que antes lucía tan orgullosa, se puso tensa.

La sonrisa se le borró del rostro.

Valeria la observó fijo:

—¿Qué pasa? ¿No es conveniente decirlo? ¿O hay algo que ocultar?

En eso, una voz masculina interrumpió con autoridad:

—¿Qué hacen aquí paradas? ¿No tienen trabajo?

—¡El señor Ortega!

Todos se dispersaron al instante.

Benjamín se acercó con las manos en los bolsillos.

A pesar del evidente malestar post resaca, su figura imponía como siempre.

Miró a Valeria:

—¿Por qué no respondes mis llamadas?

Ella le devolvió una mirada gélida y luego se giró hacia Julieta:

—Estábamos hablando del “corazón eterno”. Julieta dice que fue regalo de su novio. ¿Lo conoces tú?

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