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Capítulo 7

Penulis: Nuali Ciza
La tan anunciada boda entre Bruno y Selena por fin había llegado. Y, como si el destino se burlara de todo, la fecha coincidía exactamente con el día que Milena había elegido para irse.

Desde muy temprano, Bruno y Selena salieron rumbo a la iglesia, rodeados de familiares y amigos, sonriendo como si el mundo fuera perfecto.

Antes de cruzar la puerta, Bruno se detuvo un momento. Miró a Milena con una expresión tensa, difícil de descifrar, y le soltó con frialdad:

—Hoy es el día más feliz de mi vida con Selena. ¿No tienes nada que decir?

Milena lo sostuvo la mirada, aunque su vista ya empezaba a nublarse. Respondió con calma:

—Les deseo una vida larga... y toda la felicidad que yo no pude tener.

Lo dijo sin rencor. De verdad lo sentía. A fin de cuentas, él fue el hombre al que amó, y Selena, su hermana.

Pero a los oídos de Bruno, sus palabras sonaron huecas, como una provocación más.

—Qué falsa eres —escupió con desdén, y se fue sin volver la cara.

La casa quedó sumida en un silencio profundo. Justo lo que Milena necesitaba. Tenía asuntos que cerrar, y quería hacerlo en paz.

Encendió la chimenea. Uno por uno, fue lanzando sus objetos personales al fuego.

No quería dejar rastros, sino irse limpia y en silencio.

Después revisó sus cuentas, firmó varios cheques y los destinó a distintas fundaciones. Ese sería su último acto en este mundo.

Cuando todo estuvo listo, salió sola a la puerta y pidió un taxi. Su destino: el hospital donde la esperaban para el procedimiento.

Iba tranquila, con el rostro sereno. Nadie que la viera podría imaginar que ese sería su último viaje.

La boda de Bruno y Selena se transmitía en vivo por internet.

Antes de la operación, Milena no pudo evitar abrir el enlace.

La iglesia estaba llena. Rodeados de aplausos y bendiciones, Bruno y Selena intercambiaban anillos mientras el sacerdote sonreía. Luego se besaron, entre vítores y flashes de cámara.

Milena observaba en silencio.

Si todo no se hubiera torcido, quizá ella y Bruno habrían tenido una boda igual de hermosa. Tal vez estarían ahora envejeciendo juntos, con hijos y nietos corriendo por la casa.

Pero ese futuro ya no le pertenecía.

Lo que ella no pudo tener... que al menos lo disfrute su hermana.

—Doctora, ya estoy lista —dijo Milena al cerrar la transmisión.

Su voz era apenas un hilo. Cada palabra le raspaba por dentro.

La doctora negó con la cabeza, con expresión seria:

—Lo siento, señorita Braga. Aún no podemos continuar.

—¿Por qué? —preguntó Milena, desconcertada.

—Por protocolo, la donación de órganos requiere la firma de un familiar directo. Tenemos que notificar y recibir el consentimiento por escrito.

Milena apretó los labios, agotada:

—¿No debería poder decidir yo sobre mi propio cuerpo?

—Entiendo lo que siente —respondió la doctora, con tono sereno—. Pero es un requisito legal. No podemos omitirlo.

Nadie esperaba que una paciente llegara sola, sin nadie a su lado, a pedir su propia eutanasia.

—Entonces llamen al contacto número dos de mi agenda. Es mi hermana, Selena.

La enfermera asintió, pero al revisar el celular, sin darse cuenta marcó el primer número de la lista.

—Espera... —intentó detenerla Milena, pero ya era tarde. La llamada había conectado.

Bajó la mirada. Aun así, no pudo evitar sentir una punzada en el pecho. ¿Emoción? ¿Melancolía? Tal vez ambas.

Sería la última vez que escucharía su voz.

En la iglesia, Bruno y Selena estaban en plena celebración. Servían champaña sobre una torre de copas, rodeados de risas.

Pero algo no lo dejaba tranquilo. Milena no lo había llamado en todo el día.

Entonces sonó su celular.

Contestó sin pensarlo, con una leve sonrisa y la voz algo más suave:

—¿Sí? ¿Quién habla?

—Buenos días, señor. Llamamos del hospital. La señorita Milena Braga está por someterse a un procedimiento de eutanasia. Para validar la donación de órganos, necesitamos la firma de un familiar directo. ¿Podría acercarse?

—¿Eutanasia? —repitió Bruno, sin dar crédito a lo que oía.

Milena... ella, que siempre fue la más cuidadosa con su salud. Que hablaba con pasión sobre nutrición, sobre vivir muchos años, sobre aprovechar cada instante como si fuera el último... ¿Ahora quería morir?

¿Será que justo hoy, al ver que él se casaba, simplemente se quebró?

Aun así, su tono fue duro, casi indiferente:

—Si eso es lo que quiere, no soy yo quien va a impedírselo. Fírmalo.

Selena se acercó enseguida, con su típica cara de sorpresa.

—¿Es sobre mi hermana? Yo soy su familiar directa. También doy mi consentimiento. Fírmelo ya, por favor.

Antes de que Bruno alcanzara a decir algo más, Selena cortó la llamada y apagó su celular.

Desde el hospital intentaron comunicarse de nuevo, pero ambos números estaban fuera de servicio.

La enfermera mandó varios mensajes. Ninguno fue respondido.

Milena, desde la camilla, escuchó todo.

Esas voces, que alguna vez sintió como hogar, hoy sonaban lejanas, vacías, irreconocibles.

Sacó de su bolso un sobre cuidadosamente doblado. Dentro estaba el acta de divorcio firmada por ambos. La había encontrado días atrás en el despacho de Bruno. Tal vez pensaba dársela después de la boda.

—Ya estamos legalmente divorciados —murmuró, con una media sonrisa amarga.

—Así que no hace falta que ellos firmen nada. El consentimiento es mío.

La doctora la miró en silencio, luego asintió con suavidad.

—Prepararemos el procedimiento.

El líquido frío comenzó a recorrerle el cuerpo lentamente, adormeciéndole las venas.

Milena cerró los ojos, dejándose ir.

Y como pequeñas luces cruzando la oscuridad, aparecieron recuerdos: Bruno abrazándola por las noches. Los amaneceres juntos. Las sorpresas de aniversario. Las noches de verano en la playa, contando estrellas. Los planes, los sueños, los "para siempre” que alguna vez se prometieron.

Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla.

"Bruno... ya no me volverás a ver."

"Te deseo una vida larga. Y que nunca te falte la felicidad."
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