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Capítulo 2

ผู้เขียน: Amuleto Pine
En la oscuridad, Zoe se quedó callada, sin decir una sola palabra. Alzó el pie calzado en tacones altos y me propinó una feroz patada en el abdomen.

Un dolor agudo me hizo encoger al instante, con el estómago revolviéndose.

—¡Para que aprenda a gastarse el dinero de mi hombre!

—¡Para que deje de seducirlo!

Gritaba con la voz distorsionada por los celos y la rabia.

Mirándome desde arriba, ordenó a los dos tipos corpulentos: —¡Péguenle! ¡Hasta matarla!

Los guardias de seguridad, claramente sus secuaces, no vacilaron. Una lluvia implacable de golpes y patadas comenzó a caer sobre mí.

Apreté los dientes, tragándome todos los gritos y gemidos de dolor.

Sentía como si los huesos se fueran rompiendo uno a uno, con los órganos desplazándose.

Sus gritos continuaban: —¿Quién se cree que es? ¡No es más que una cualquiera que se le insinúa!

—¡Le digo que soy su hermana! Si no me cree, que llame ahora mismo a Benjamín Blanco, ¡yo le hablo! —traté de explicar con todas mis fuerzas, pero la mujer frente a mí hizo caso omiso. No fue hasta que empecé a sentirme mareada que alzó la mano para detenerlos.

Apoyó su tacón en mi hombro y me miró con una sonrisa burlona:

—Será mejor que hoy pague obedientemente la comida, y además suelte otros cincuenta mil.

—Esto es lo que le merece por seducir a mi hombre y gastar su dinero.

—No me da miedo matarla, mi Benjamín sabrá cómo arreglarlo.

Doblada de dolor, me quejé débilmente: —Ese dinero es mío. Se lo dije, si no me cree, que le pregunte a él.

Su expresión cambió. Me dio otra patada, y los dos guardias, captando la señal, reiniciaron de inmediato la golpiza.

Supe que no importaba lo que dijera, ella no escucharía. De seguir así, podía terminar muerta allí.

Tras ser golpeada hasta escupir sangre, usé las últimas fuerzas para buscar el teléfono en el suelo.

—Alto... Yo... pago.

Ella pareció muy satisfecha con mi rendición, hizo una seña a los guardias para que se detuvieran, se agachó y me dio una palmada en la mejilla hinchada.

—¿Ve? Así desde el principio. Siempre prefiriendo hacer las cosas por las malas.

—Cien mil. Ni un dólar menos.

Tirada en el suelo frío, jadeaba pesadamente, con un dolor ardiente en los pulmones.

Sin hacerle caso, marqué a mi mejor amiga, Camila Lagos.

La llamada fue contestada al instante.

—Camila, trae doscientos mil al restaurante de mi hermano.

—Ahora mismo.

Camila, al otro lado, se quedó un momento en silencio, luego sintió que algo andaba mal.

—¿Bianca? ¿Qué le pasa? La voz suena...

—No pregunte, venga rápido —la interrumpí, colgando.

Cuando Zoe escuchó "doscientos mil", los ojos le brillaron al instante, con un destello de codicia.

Debió pensar que los golpes me habían quebrado, que ofrecía más dinero para suplicar.

La arrogancia en su rostro ya era imposible de ocultar.

—Ahora sí está siendo inteligente.
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