Mi hija Sofí era una pianista muy reconocida. El día de la final, alguien la encerró en el baño y, confundida, perdió la oportunidad de ganar el campeonato. Revisé las cámaras, descubrí a la culpable y me preparé para denunciar esa trampa. Pero mi esposo Andrés, me detuvo con firmeza. —Es solo una travesura de niños. Si insistes en denunciar a la hermana de Isabel, haré que Sofía ni siquiera obtenga el segundo premio. Temblé de rabia. ¡No podía creer que Andrés fuera capaz de humillar así a su propia hija solo por proteger a la hermana de su secretaria! En ese momento, Sofía me tomó de la mano, aguantando las lágrimas. —Mamá, ya no quiero el campeonato. Y tampoco quiero a papá. Apreté su mano con fuerza. —Está bien. Si tú no lo quieres a él, yo tampoco lo quiero.
View MoreAndrés y yo nos miramos en silencio durante un largo rato. Al final, se rio con amargura.—Lo entiendo.Tomó el bolígrafo y firmó ambos documentos.Cuando se fue, se volteó y me dijo:—Si algún día quieres volver conmigo, te esperaré por siempre.Lo miré y sonreí en silencio.Ese día nunca llegaría.Esa misma jornada recibí la indemnización por la planificación de proyectos de la empresa de Andrés, y Sofía y yo nos dimos un gran gusto comprando en el centro comercial.Después de tanta agitación emocional, comprendí que ya no dependería de nadie más. Dediqué todo mi ser a mi carrera.Gracias a mi talento y esfuerzo, las oportunidades comenzaron a llover, y mi vida profesional se disparó como un cohete.Andrés viajaba de vez en cuando a Francia para visitarnos, siempre trayendo montones de regalos para Sofía. Con el tiempo, gracias a su constancia, la actitud de mi hija se suavizó y, al menos, aceptaba hablarle un poco. Para él, eso ya era motivo de felicidad. Incluso depositaba grande
Una petición tan razonable, en verdad no podía negarme.Después de todo, él era el padre biológico de Sofía.Lo miré y dije:—Ven conmigo.Andrés me siguió. A lo lejos se oían las notas de un piano. Caminamos hasta la puerta de la sala de música y nos detuvimos.La melodía se interrumpió, y Sofía bajó del banco, corrió hacia mis brazos y me abrazó con alegría.—¡Mamá! Hoy la profesora me dijo que he mejorado.La abracé y acaricié su cabeza. —¿En serio? Mi amor cada día toca mejor.Sofía se acurrucó en mis brazos. Entonces, al girarse y ver a Andrés, la sonrisa se congeló en su rostro. Andrés se acercó y, con cautela, se arrodilló frente a ella.—Sofía, soy yo.Ella se encogió aún más contra mí. Ese gesto instintivo debió de herirlo.Andrés se inclinó un poco más y dijo, con voz llena de arrepentimiento:—Sofía, fue mi culpa por no confiar en ti. Lo siento… ¿me perdonas?Sofía agarró el dobladillo de mi ropa. Con su pequeña cara sin mostrar una sola emoción, dijo:—Papá no tiene que ped
El asistente apenas se movía para cerrar la puerta cuando, de repente, Isabel apareció y entró a la oficina de Andrés.Él la miró con frialdad. —¿Qué haces aquí?Con la ropa arrugada y la voz entrecortada, Isabel murmuró entre sollozos:—Señor García, me equivoqué… estaba cegada por la envidia. Envidiaba que Valeria tuviera un esposo como usted.Andrés, irritado, levantó la mano para llamar a seguridad. Isabel, desesperada, se aferró a la mesa.—¡Señor García, por favor, perdóneme! Ahora nadie en la industria me quiere contratar, no encuentro trabajo… yo…—¿Ya terminaste? —Andrés la interrumpió con impaciencia.Isabel se quedó callada. Andrés la miró con desdén justo cuando los guardias de seguridad entraban a la oficina.—¡Señor García, señor…! —balbuceó Isabel, y de pronto gritó con furia—. ¡Andrés García, eres un imbécil! ¡No creas que eres tan importante!Los guardias la arrastraron mientras ella pataleaba y lloraba histéricamente.Andrés, cansado de aquel espectáculo, lanzó una mi
Andrés se tensó. Su mirada se posó en los papeles de divorcio arrugados sobre la mesa, y el mal presentimiento se intensificó. Apagó el cigarrillo y salió apresurado hacia la universidad donde trabajaba Valeria.Cuando preguntó por ella, una colega abrió los ojos con sorpresa.—¿Valeria no te lo dijo? Consiguió un puesto en una universidad de Francia.Los ojos de Andrés se contrajeron. Esa tarde, aturdido, regresó a casa y se sentó en la cama de Valeria, reviviendo sus recuerdos. A los dieciocho años, la dulce y amable Valeria había irrumpido en su vida y supo en ese instante que la amaría por siempre. Pero con el tiempo, ella cambió: se volvió dominante, autoritaria e implacable.Por eso, cuando conoció a Isabel, quien le recordaba a la Valeria de dieciocho años, no pudo evitar prestarle atención.Andrés tomó los papeles de la división de bienes. Allí, Valeria había incluido pruebas de su participación en cada uno de sus proyectos y exigía el pago completo de todos sus servicios.
Isabel se cubrió el rostro, incrédula.Andrés la miró con frialdad. —Isabel, ¿me mentiste a propósito nada más para meterte entre nosotros, para quebrar lo nuestro como esposos y destrozar a la familia?Con la mejilla ardiendo, Isabel se mordió el labio inferior con resentimiento.La madre de Andrés, que hacía un momento la había elogiado, ahora estaba roja de rabia. —¡Qué mujer tan malvada! —le gritó, furiosa—. Por haber lastimado a mi nieta, no te perdonaré.Luego, se giró hacia mí. —Valeria, dime, ¿qué quieres que le haga?Negué con la cabeza. —No hace falta.Justo en ese momento, las sirenas de la policía se escucharon acercarse.Miré por la ventana y murmuré suavemente. —Mi venganza la tomaré yo misma.Varios policías entraron en la sala privada. El que iba al frente mostró su identificación a Isabel.—Hay una denuncia en su contra por incitar a un menor a delinquir. Tiene que acompañarnos a la comisaría.El pánico en sus ojos era evidente.—No, no… no iré —dijo, aferrándose al br
Ana le sacó la lengua e hizo una mueca a Sofía.—Si hubiera sabido que ibas a chismear, cuando te empujé, debí darte dos patadas más.Mi mirada se volvió helada. —Qué orgullosa estás. Cuanto más arrogante seas, más rápido caerás, ¿lo sabías?La burla en los ojos de Isabel se intensificó.—Entonces probemos. Al fin y al cabo, tarde o temprano voy a hacer que caigas de ese puesto de señora García.Isabel se dio media vuelta con una sonrisa irónica y se fue con Ana, la cabeza en alto.Yo no dije nada, solo apagué la cámara de mi celular.Antes de entrar a la habitación ya me había preparado. Lo tenía todo grabado.La puerta se cerró de golpe, y Sofía, acurrucada en mis brazos, pasó de sollozar a llorar desconsoladamente.—Mamá… ¿hice algo malo?La abracé fuerte, acariciando su espalda.—No, mi amor, no hicimos nada malo. No llores. Esta noche te haré justicia.***Cuando llegamos a la reunión familiar, los padres de Andrés ya estaban sentados.Su madre me saludó enseguida y, al ver el yes
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