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Capítulo 8

Author: Lola
Gabriela miró a su hijo y de repente sonrió ligeramente.

Cuando nació Mateo, el parto fue terrible: la hemorragia casi le costó la vida y tardó meses en recuperarse. Aun así, jamás se había arrepentido de haberlo tenido.

Sin embargo, en este instante, se sintió ridícula.

Tenía apenas seis años. Por más precoz que fuera, no podía ocultar lo que revelaban sus ojos. Como en este momento, cuando en su mirada se reflejaba claramente el rechazo y el disgusto.

Cuando él se acercaba a Celeste, Gabriela se entristecía, pero se consolaba diciéndose que aún era pequeño.

Los niños siempre se sienten atraídos instintivamente hacia las personas carismáticas.

Además, ella era su madre. Por más que pasara, jamás se alejaría de ella por una extraña.

Pero ahora se daba cuenta de que el desprecio en sus ojos lo decía todo: ni siquiera el lazo de sangre sirve de algo.

—Yo solo te parí. Eres chiquito, pero si quieres que otra sea tu mamá, adelante. —le dijo mirándolo fijamente con frialdad.

Tantas excusas que se había inventado: que era muy chico, que los niños no saben, que no hay que tomárselo a pecho... Que les den. No iba a sacrificarse más, que se las arreglaran solos.

Se dio vuelta para marcharse, pero Rafael la observó, frunciendo el ceño, con una irritación inexplicable.

¿A qué venía eso? ¿Acaso pretendía que Mateo buscara otra madre? ¿Ya no le importaba su matrimonio?

—Gabriela —la llamó Rafael de repente, apretando los labios, con tono indiferente—. Mateo es un niño, no tiene la culpa de nada. Le gusta estar con Celeste, eso es todo. Tú fuiste la que se comportó mal aquí. Pídele disculpas y se acabó el problema.

No le creía ni una palabra, pero estaba dispuesto a que se reconciliaran.

Qué irónico le resultaba todo esto a Gabriela.

Alzó la mirada y sonrió: —No hace falta. No pienso pedir perdón por algo que no hice, y no me importa lo que ustedes piensen de mí. Si Celeste tiene pruebas de algo, que las muestre.

Ya no le importaba lo que pensaran su hijo y su esposo. Se cansó de toda esa tensión, de vivir en un ambiente tan hostil.

Fue al café de gatos a recoger a Canela, la gatita que tenía allí.

A Rafael no le gustaba tener mascotas en casa, pero a Gabriela le encantaban.

Por eso, cuando encontró a Canela, prefirió dejarla en el café en lugar de llevársela a casa y armar un problema. Cada tanto iba a verla.

Como el dueño del café y ella eran amigos, cuando la vio entrar por Canela, bromeó: —¿No decías que a tu esposo e hijo no les gustaban, que no podías tenerla en casa? ¿Ahora la vas a regalar?

—No —respondió Gabriela, y por primera vez en mucho tiempo se sintió libre. Esbozó una sonrisa y bromeó—: Me di cuenta de que ni mi esposo ni mi hijo me importaban tanto como Canela.

Los hombres y los hijos pueden cambiar de un día para otro, pero una gatita nunca te va a traicionar si la cuidas bien.

El dueño también se rio.

—Exacto. ¿Para qué te casas si no puedes ni tener una mascota?

Gabriela sonrió sin responder.

Era cierto, había dejado de lado todo lo que le gustaba por complacer a Rafael y Mateo.

Por suerte pronto sería libre de hacer exactamente lo que se le antojara.

Después de jugar un rato con Canela, Gabriela se sintió mucho mejor.

En eso, Sofía la llamó para organizar una cena tradicional de bienvenida, como una forma simbólica de empezar de nuevo. Sin decirle nada a nadie sobre los planes de Gabriela, Sofía simplemente organizó una reunión con algunos compañeros de la universidad.

Cuando Gabriela llegó, ya había varios amigos tomando.

Al verla, el hombre en el centro levantó la cabeza, sonrió ligeramente y le dijo con tono burlón: —¡Qué milagro verte por aquí, Gabriela! ¿No siempre estuviste ocupada?

Era Xavier Vargas, que había estudiado algunos años antes que Gabriela y tenía fama de Don Juan.

En aquella época, Gabriela era de esas chicas que siempre estaban rodeadas de gente: divertida, atractiva, y naturalmente todos los chicos la pretendían. Xavier había sido uno de ellos.

Por eso, cuando su familia perdió todo el dinero y ella se casó con Rafael, convirtiéndose en ama de casa y desapareciendo por completo del grupo, todos se extrañaron.

Por suerte, sus amigos entendían que algo había pasado y no insistían con preguntas.

Cuando ya llevaban varias copas encima, uno de ellos sacó a relucir viejas historias: —Ay, Gabriela, ¿te acuerdas que Xavier andaba loco por ti en la universidad? Si hubiéramos sabido que ibas a desaparecer después de casarte, te habríamos armado algo con él.

Gabriela se quedó en silencio un momento y miró a Xavier, que la observaba con esa mirada oscura.

Era cierto, él le había perseguido.

Apartó la mirada y dijo con tono resignado: —Ustedes se creen cualquier cosa. Él siempre decía que quería ‘darle un hogar a cada chica que conocía’.

Xavier arqueó las cejas con cara inocente: —Qué mala, me desenmascaras así de fácil. Tanto trabajo que me costó parecer el tipo romántico.

Todos se rieron y el momento incómodo se desvaneció entre bromas.

Xavier siguió el juego como si en verdad nunca le hubiera importado.

Gabriela prefirió no decir nada más. Aunque ya no tenía ilusiones con Rafael, tampoco se había puesto a pensar en qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes.

En ese momento, no muy lejos de allí, Andrés acababa de salir de un reservado cuando vio esta escena, así que no pudo evitar decir: —Oye, ¿esa no es Gabriela? ¿Qué hace aquí?

Rafael se detuvo y miró hacia Xavier y Gabriela, entornando los ojos.

En principio había venido a despedir a un amigo, pero no esperaba toparse con Gabriela.

Desde que se casaron, ella se había vuelto toda una ama de casa y raras veces iba a lugares así.

Celeste, que estaba a un lado, parpadeó y de repente comentó: —Rafael, ¿ese no es Xavier? Ese tipo tiene mala reputación, es un mujeriego. ¿Cómo puede estar Gabriela con él?

La expresión de Rafael se endureció al reconocerlo.

Ya había tenido que lidiar con Xavier antes.

En la universidad, él siempre había estado cerca de Gabriela, y todos comentaban que estaba interesado en ella.

Afortunadamente, cuando Gabriela se casó con él, Xavier se marchó al extranjero y el problema se resolvió solo.

No muy lejos, Gabriela y su grupo también notaron la presencia de Rafael.

Celeste siguió a Rafael y se acercó hacia ellos.

Rafael miró de Xavier a Gabriela y habló con frialdad: —Vaya, qué bien te la estás pasando. ¿No deberías estar ayudando a Mateo con el violín? Pero aquí estás, divirtiendo con los hombres.

Xavier lo miró con una sonrisa burlona, echó un vistazo a Celeste y respondió con sarcasmo: —Qué curioso viniendo de ti, Rafael. Veo que tú también tienes compañía femenina.

Celeste miró a Gabriela y se apresuró a explicar con una sonrisa: —No malinterpretes, Gabriela. Con todo el problema de los haters, Rafael se preocupa mucho por mi seguridad, así que insistió en que lo acompañara. No te molesta, ¿cierto?

Sonrió con aire triunfal.

Era evidente que disfrutaba presumiendo lo protector que era Rafael con ella.

—Para nada —respondió Gabriela sin inmutarse, lo miró fijamente y agregó—. Quédatelo. No lo quiero más.
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