Cuando Gabriela Se Va, El Amor Despierta

Cuando Gabriela Se Va, El Amor Despierta

By:  LolaUpdated just now
Language: Spanish
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Después de siete años de matrimonio, Gabriela Morales sabía que su esposo Rafael Sánchez no había olvidado a su amor imposible: Celeste Rivera. Los dos habían tenido una historia apasionada, y todos decían que era cuestión de tiempo para que volvieran a ser pareja. Hasta su propio hijo adoraba a esa mujer: —Tía Celeste, ojalá toda tu enfermedad se le pasara a mamá. Al ver una vez más a su esposo e hijo rodeando a Celeste, Gabriela tomó la decisión. Esta vez no hubo gritos ni reproches. Simplemente compró un boleto a San Vicente y dejó sobre la mesa los papeles de divorcio junto con una carta donde dejaba atrás a su hijo para siempre. Su hijo cruel y su marido indiferente ahora podían ser de esa mujer, y formar por fin la familia completa que tanto habían deseado. Pero un año después, cuando Gabriela ya era reconocida en todo el sector por su trabajo en hipnosis clínica y psicoterapia, llegaron a su consulta dos pacientes muy especiales: un hombre y un niño. El hombre, con los ojos inyectados en sangre, la sujetó con desesperación del brazo: —Gabriela, no nos dejes. Y el pequeño Mateo, agarrado a su falda, murmuró: —Mamá, ¿regresas a casa? Solo quiero que tú seas mi mamá.

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Chapter 1

Capítulo 1

—Joaquín, acepto ir a San Vicente para atender a tu hermana.

La voz serena de Gabriela Morales resonó por el celular.

Del otro lado de la línea, Joaquín habló con voz grave, ligeramente sorprendido.

—Gabriela, he escuchado que ya estás casada. Si no quieres estar lejos de tu familia, me encargo de los arreglos para tu esposo y tu hijo.

¿Su esposo y su hijo?

Gabriela bajó la mirada. No muy lejos de ella, la leche que había derramado por accidente seguía esparciéndose por el suelo.

De repente recordó la expresión de disgusto de su hijo esa mañana cuando derramó la leche.

—Mamá, ¿por qué no puedes hacer bien ni siquiera estas cosas tan simples? Si fuera tía Celeste, ni siquiera te acercas a ella. No le llegas ni a los talones.

La famosa tía Celeste no era otra que Celeste Rivera, la gran obsesión de Rafael, bailarina de ballet reconocida internacionalmente. Cuando interpretaba el Cisne Blanco era pura magia en el escenario, al grado que hasta Mateo la idolatraba.

En ese momento, Rafael había escuchado las palabras de su hijo sin reprenderlo, solo la miró con frialdad y sarcasmo: —¿Cómo va a compararse con tu tía Celeste. Si tu abuela no me hubiera presionado tanto, ni loco me habría casado con ella...

Llevaba siete años casada con Rafael.

Una noche cambió todo entre ellos, quedó embarazada y terminaron casándose.

Los Sánchez eran una familia conservadora de rancio abolengo. Al casarse con Rafael, no toleraron que siguiera trabajando. Pretendían que se convirtiera en la perfecta esposa de casa, atendiendo a Rafael y educando a Mateo como correspondía a su linaje.

Por Mateo, Gabriela terminó cediendo. Renunció a todo para convertirse en el ama de casa perfecta que esperaban de ella.

Sin embargo, después de siete años, tanto su hijo como su esposo no podían dejar de pensar en otra mujer.

Recordó las palabras que su hijo no paraba de decir: —Mamá, ¿por qué siempre peleas con papá? No sabes hacer nada, es normal que papá no te quiera. Ojalá tía Celeste pudiera ser mi mamá.

Gabriela apartó la mirada, y su voz se volvió tan suave que parecía flotar: —No es necesario, Joaquín.

Si tanto querían a Celeste como esposa y madre, que la tuvieran. Ella renunciaba a ambos.

Gabriela le prometió a Joaquín que viajaría en dos semanas.

Joaquín era el hombre más rico de San Vicente. Su hermana sufría de depresión severa debido a problemas psicológicos.

Cuando buscó ayuda del profesor Augusto Sánchez, este le recomendó a Gabriela, ya que había sido su estudiante más brillante, mostrando un talento excepcional tanto en hipnosis como en psicología.

Después se casó con Rafael y se retiró para convertirse en ama de casa, lo cual lamentó profundamente Augusto.

—Gabriela, una mente como la tuya no debería estar encerrada entre cuatro paredes por los caprichos de los Sánchez. Tienes un don extraordinario, no lo desperdicies.

Así le había aconsejado Augusto, pero ella prefirió complacer a los Sánchez.

Y ahora se daba cuenta de su error.

Todo lo que había hecho por Rafael y Mateo había sido en vano. Para ellos dos, ni con toda su brillantez profesional podía competir contra los encantos de Celeste, la bailarina hermosa.

Apenas Gabriela colgó la llamada, apareció un mensaje de voz de Rafael: "Mateo y yo cenamos afuera, no te molestes en cocinar".

Su tono era tan distante, como si fuera una empleada más, no su esposa.

Y efectivamente, tantos años limpiando, cocinando y cuidando cada detalle como una esclava gratuita.

Gabriela estaba a punto de responderle cuando escuchó en el audio de fondo las voces de Celeste y su hijo.

—Tía Celeste, mi mamá es como una bruja vieja, siempre quiere controlarlo todo. Nunca me deja comer lo que quiero. Tú sí eres buena, me das de todo. ¡Te quiero más que a mi mamá!

Las palabras de su hijo sonaban inocentes e infantiles.

Sus palabras la habrían herido antes. Pero esta vez, en vez de dolerle, sintió una calma extraña, como si todo se hubiera roto por dentro.

Como Mateo había sido prematuro, siempre tuvo una salud frágil. Gabriela se desvivía cuidándolo, sobre todo con las comidas, prefería que comiera en casa para evitar riesgos.

Pero para su propio hijo, ella era la mala del cuento.

Gabriela no dijo mucho, solo respondió brevemente: —Está bien.

El instinto maternal, la preocupación por su salud... todo eso había muerto en ella.

Miró la sala desordenada por un momento. No arregló la leche derramada, sino que llamó a una empleada de limpieza.

Como Rafael no soportaba que entrara gente a la casa, Gabriela hacía todo el trabajo doméstico. Siempre trataba de complacerlo en cada detalle.

Pero ahora todo estaba claro: se marcharía sin importarle lo que hiciera Rafael.

Mientras la empleada de limpieza arreglaba la habitación, Gabriela volvió a su habitación, firmó los papeles de divorcio y dejó listo el envío programado.

En dos semanas, estos papeles de divorcio llegarían puntualmente a las manos de su esposo.

Pensó que probablemente este sería el último regalo que le daría a Rafael.

Por la noche, Rafael regresó a casa con su hijo finalmente.

Apenas llegaron, se escuchó la voz emocionada de Mateo: —¡Papá, tía Celeste baila súper bonito, todo brillante! ¿Puedo llevarla a mi espectáculo del jueves?

Su hijo asistía a un jardín de infantes privado de élite.

Pasado mañana habría un espectáculo que requería la compañía de los padres, solo que él siempre había pensado que su madre no estaba a la altura, por lo que nunca se lo había mencionado.

¿Así que quería que Celeste lo acompañara?

La alegría se le borró de la cara en cuanto entró a la casa.

Al ver a Gabriela, frunció los labios y el ceño.

Rafael lo tomó de la mano y echó un vistazo a la casa, frunciendo el ceño: —¿Vino alguien a casa?

—Sí. —Gabriela respondió casualmente—. Tenía cosas acumuladas que ya no usaba, las mandé a donar.

Como esas corbatas y gemelos que le compró con tanta ilusión y que Rafael nunca se dignó a usar, ni una sola vez, y los juguetes que le preparó a Mateo, los cuales él despreció.

Como se marcharía, mejor dejarle todo listo a Rafael para instalar a Celeste.

Rafael sintió que algo no estaba bien.

Rara vez prestaba atención a los cambios en el armario, por lo que no recordaba qué faltaba.

Solo frunció el ceño y dijo fríamente: —Ya sabes que Mateo es delicado y se enferma con cualquier cosa. No quiero más extraños aquí. Y esas porquerías tíralas, no valen la pena y no las necesitamos.

Exacto. Los regalos que había preparado cuidadosamente para su esposo e hijo siempre habían sido prescindibles.

Gabriela no se alteró como solía hacer antes, ni explicó que ella conocía mejor que nadie los alérgenos de Mateo. Solo miró a su esposo, frío y apuesto, y asintió: —Entiendo.

Gabriela recordó lo que había dicho Mateo y entonces propuso: —Mañana no puedo acompañarlo. ¿Por qué no llevas a Celeste al show?

Mateo, que estaba al lado, se emocionó muchísimo al escucharlo, balbuceando: —¿En serio, mami? ¿De verdad vas a dejar que tía Celeste vaya conmigo?

Al ver su expresión emocionada y feliz, Gabriela se echó a reír.

Luego asintió: —Claro.

Pero Rafael frunció el ceño. Pensando que estaba haciendo un berrinche, se puso serio al instante y dijo con impaciencia: —¿Otra vez estás con tus dramas, Gabriela? Mateo es solo un niño, es normal que le agrade Celeste. Solo dice esas cosas sin pensar. ¿De verdad te vas a molestar con él?
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