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Cuando dejó de amarlo, él empezó a rogar
Cuando dejó de amarlo, él empezó a rogar
Author: Jazmín

Capítulo 1

Author: Jazmín
—Lo siento, señorita Amanda... ha perdido el mejor momento para operarse.

Amanda se quedó ahí, de pie, sin moverse, con el diagnóstico de cáncer de útero temblando entre las manos. No supo cuánto tiempo estuvo así. Solo... no podía reaccionar.

Finalmente, marcó el número de Camilo, el asistente de César.

Tardó en responder. Y cuando por fin lo hizo, la voz arrogante de siempre:

—¿Señora? ¿Necesita algo?

Amanda apretó el celular con fuerza.

—¿Dónde está César? Necesito hablar con él.

—El señor Braga no puede atenderla en este momento.

—¿Puedes pasarle el celular...? —ni siquiera alcanzó a terminar, cuando del otro lado se escuchó una voz suave, coqueta.

—César, ¿cuál es la sorpresa? ¡Tanto misterio!

—Mira al cielo —respondió él, con ese tono bajo y dulce... ese tono que nunca usó con Amanda.

Y sin más, Camilo le colgó.

En ese mismo instante, una explosión retumbó al otro lado del puerto.

Amanda levantó la vista, pálida como un papel.

Fuegos artificiales pintaban el cielo nocturno, mientras los colores estallaban en la noche azul como si quisieran borrar la oscuridad.

En la entrada del hospital, la gente murmuraba emocionada:

—¿Supiste? ¡Fue el señor Braga, de Nexora! Dicen que montó todo este show por el cumpleaños de su novia. ¡Más de veinte millones costó!

—¡Obvio! ¡Es Gloria! Doctora del Caltech, súper estrella en el mundo empresarial. Guapísima, brillante, y con una familia que lo tiene todo. Y para colmo... el novio está de infarto. ¿Quién no la envidia?

—Con una novia así, ¿cómo no va a estar vuelto loco?

Amanda se quedó mirando los fuegos artificiales un buen rato.

Luego bajó la vista... y dejó caer lentamente el diagnóstico que tenía en la mano. El papel cayó al suelo, suave, sin romper el silencio.

Y ella... simplemente se dio la vuelta y se fue.

Pasada la medianoche, César volvió a casa.

Encontró a Amanda sentada en la sala, a oscuras.

Encendió la luz, frunció el ceño y preguntó con fastidio:

—¿No te has ido a dormir?

Amanda alzó la vista y se cruzó con su mirada.

Él tenía el saco colgado del brazo, y sus ojos, oscuros como siempre, la observaban sin emoción.

Ella solía pensar que esa frialdad era parte de su carácter. Pero hoy entendió que solo era así con ella. Porque con otra... era puro fuego.

—No pude dormir —susurró Amanda, muy bajo—. Hoy fui al hospital.

César dejó el saco en el sofá, sin darle importancia.

—¿Y qué te dijo el médico?

Llevaba días quejándose de dolores en el vientre.

Él había prometido acompañarla... pero siempre había algo más urgente.

Un contrato millonario. Una crisis en un proyecto.

Ayer volvió a prometer que la acompañaría. Pero Gloria se armó su propia fiesta en secreto.

Y César, corriendo desde la oficina, solo alcanzó a llegar... para los fuegos artificiales.

Con Amanda, la verdad, no se esforzó.

—Nada grave. Dicen que con un poco de descanso estaré bien —murmuró ella, bajando la mirada—. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí hoy?

César dudó un segundo, pero se acercó y la rodeó con los brazos. Su aliento tibio le rozó el cuello.

Su voz, ronca y baja, cargada de intención:

—Estás en tus días, ¿no?

—¿Ya se te olvidó? Tú y yo quedamos que estos días del mes eran nuestros días de cama. Todo esto es por el heredero de los Braga, ¿sí o qué?

El perfume de otra mujer impregnaba su ropa. Tan fuerte, tan evidente... Que a Amanda le bastó un segundo para tragarse el orgullo entero.

Tenía razón. Tres años de matrimonio... y él siempre fue distante.

Solo aparecía para acostarse con ella cuando la abuela empezaba a insistir con el tema del hijo que “ya tenía que llegar”. Ni siquiera intentaba mostrar cariño.

¿Un hijo...? Ahora ya no parecía posible.

Amanda siempre había sido dócil, tranquila. Estaba acostumbrada a ceder.

Pero hoy... algo dentro de ella se rompió.

—César... ¿No te preocupa que tu novia se ponga celosa si te acuestas conmigo?

Sus ojos brillaban en la oscuridad... ya no eran los mismos de siempre.

César la miró, sorprendido por el tono. Su expresión se endureció.

Pasaron unos segundos. Y luego soltó una sonrisa sin emoción.

—¿Celosa de qué? Si estamos casados en secreto. La que vive escondida… eres tú.

—Si aceptaste ser la que está en la sombra... ¿ahora con qué cara vienes a reclamar?
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