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Capítulo 04

Autor: Juan Pérez Rodríguez
Que Emiliano y Mariana anunciaran su compromiso un día antes… y que hoy desapareciera el “símbolo” de ese compromiso, los famosos zapatos de cristal, era sin duda un escándalo.

Pero lo que Inés nunca imaginó, fue que ese escándalo terminaría por apuntarle directamente a ella.

Con el tobillo aún adolorido, bajó las escaleras apoyándose apenas en la baranda, siguiendo a Mirna, que no dejaba de lanzarle miradas de reproche.

En la sala, Mariana ya había vuelto del jardín y se encontraba en el regazo de Emiliano, quien la sostenía con ternura mientras ella fingía estar al borde del llanto.

Pero en cuanto la mirada de Emiliano cayó sobre Inés, aquella ternura se desvaneció.

—¿Dónde están los zapatos?

No preguntó si sabía algo. No hubo duda en su voz. Ya había elegido bando.

Inés apretó los labios y miró directo a Mariana. El rostro de la otra, a pesar de su pose dolida, brillaba con una satisfacción apenas oculta.

—Señorita Altamirano, ¿me está acusando de haber robado sus zapatos?

Mariana dejó escapar una risita sarcástica:

—¿Y no es así? Te pedí que me mostraras la casa y desde que llegamos al jardín tu actitud fue desagradable. Me quité los zapatos para meter los pies en el agua… y cuando me di la vuelta, tú ya no estabas. Y los zapatos, tampoco.

—Inés, entiendo que vienes de abajo, que tal vez nunca has tenido cosas así. Pero eso no te da derecho a tocar lo que no es tuyo.

Sus ojos la miraban como si ya la hubiera condenado.

Emiliano seguía sentado, con la mirada cada vez más oscura.

Inés respiró hondo, conteniéndose de rodar los ojos con fuerza. "¿En serio esa era la estrategia de Mariana? ¿Una trampa tan básica?"

—¿Y las cámaras? —preguntó, señalando hacia el jardín—. Debería haber grabaciones, ¿no?

—Hoy están en mantenimiento —intervino Mirna—. La seguridad de la casa está en proceso de actualización. Justo hoy están reiniciando el sistema.

No hay grabaciones.

Todo muy conveniente.

Demasiado.

Inés apretó los puños.

En el jardín, Mariana se había movido con soltura, como si conociera cada rincón. Como si supiera que no la verían.

—¿Ves? —replicó Mariana, sin perder su tono meloso—. Mencionas las cámaras justo porque sabes que no están funcionando. Qué casualidad, ¿no?

—Quieres aparentar honestidad, pero nadie te cree.

Se volvió dramáticamente hacia Emiliano.

—Robaste algo que significa mucho para Emiliano y para mí. Está claro que solo quieres sacarme de esta casa. Pero si eso es lo que deseas… entonces me voy. Ya ganaste.

Se puso de pie, fingiendo indignación, dispuesta a marcharse.

Pero Emiliano la detuvo, sujetándola con delicadeza.

Le acarició la mano con calma, como si la protegiera de una tragedia… y luego miró a Inés con absoluta frialdad.

—Las cosas deben estar con quien realmente las merece —dijo—. Y tú, Inés, no tienes derecho a echar a Mariana de esta casa.

—Devuélvele los zapatos, o tendré que contarle esto a mi padre.

El señor Cornejo, presidente del Grupo Cornejo, jefe absoluto de la familia. Si el escándalo llegaba a sus oídos, Inés no saldría bien parada.

Lo sabían todos. Lo sabía incluso Mirna, que por un momento parecía dudar… hasta que escuchó el nombre de su esposo.

Entonces se volvió más agresiva que nadie.

—¡Inés, por el amor de Dios, entrégalos ya! ¿Vas a hacernos pasar una vergüenza así frente a todos?

Inés no respondió de inmediato.

Recorrió uno por uno los rostros en la sala.

Nadie dudaba de su culpabilidad.

Todos ya habían dictado sentencia.

Sus ojos se clavaron en Mariana, que no podía ocultar su expresión satisfecha.

Entonces no tiene sentido explicar nada más.

En medio del murmullo y los señalamientos, Inés sacó su celular… y sin una palabra, lo lanzó hacia Mariana.

—Llama a la policía.

Silencio total.

Las conversaciones se apagaron, incluso las empleadas que espiaban desde la cocina se quedaron boquiabiertas.

¿Inés acababa de invitar a la policía a entrar a la casa Cornejo?

El celular impactó con el pie de Mariana, que dio un respingo y perdió el equilibrio por un segundo.

Emiliano la sostuvo de inmediato, creyendo que Inés la había agredido.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclamó, sin poder ocultar su ira.

—Dando una solución —respondió Inés, sin levantar la voz, pero sin apartar la mirada—. Si Mariana está tan segura de que la robé, que lo denuncie.

—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —espetó Emiliano—. Si la policía entra a esta casa, será un escándalo. La reputación de la familia se verá afectada. Nadie saldrá ileso.

—Yo no tengo por qué cargar con eso —respondió ella con una mueca—. Fue Mariana quien perdió los zapatos, ¿no? Que se haga cargo. Le di el celular. ¿Por qué no llama?

Mariana, con el aparato en la mano, palideció.

Sus dedos temblaban.

En ese instante, incluso los presentes comenzaron a dudar.

"Si realmente los había perdido, ¿por qué no estaba llamando ya mismo?"

La expresión de Mariana se ensombreció.

Emiliano dio un paso al frente, su rostro ya sin rastro de gentileza.

—¡Basta, Inés!

—No —replicó ella, firme como nunca—. Aún no basta.

Su mirada era tan clara como el agua.

—Ayer te dije que te daba una última oportunidad de elegir. Elige ahora, Emiliano.

—¿Crees que Mariana escondió los zapatos para culparme?

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