Share

Capítulo 2

Penulis: Pececillo Jinete
Alejandro Campos, que hasta entonces no había dicho nada, por fin habló. Su rostro joven, tan parecido al de su padre, mostraba disgusto y dolor:

—Elena, eso es de Rebeca, ¿desde cuándo te volviste tan ambiciosa?

El puño de Elena se apretó en silencio a un costado. Alejandro continuó:

—Si te comportas y le cedes el cupo a Rebeca, puedo convencer a papá y mamá de que te dejen quedarte.

Alejandro creía estar ofreciéndole la mejor opción, debía sentirse agradecida.

El padre también intervino:

—Aunque seas adoptada, siempre te he tratado como a mi hija. Nuestra familia es una familia respetable. No vamos a hacer algo tan vergonzoso como mandarte con tus padres biológicos sin dejarte llevar tus cosas. Sabemos que no tienen dinero, así que lleva lo que haga falta.

Pero del brazalete, ni una palabra.

Rebeca habló entonces con aire lastimero:

—Elena, sé que deseas mucho este brazalete, pero es de la abuela. Mira, mejor te transfiero dinero, ¿sí? ¿Te bastan mil dólares? Si no, dos mil.

Insinuaba que Elena quería el brazalete para venderlo.

Elena la miró con frialdad.

Rebeca se encogió y tembló bajo esa mirada.

Elena observó a los tres frente a ella con expresión helada. Sus palabras salieron secas y tajantes:

—No necesito su dinero, ni tampoco que intercedas para que me dejen quedarme.

Antes, para ganarse su aceptación, aprendió modales, les confeccionó amuletos, los trató como a su verdadera familia y dio lo mejor de sí. Y nunca obtuvo una sola muestra de cariño.

Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir por Rebeca, ni una mirada recibió de ellos.

A esa familia, ya no la necesitaba.

Al escuchar su rechazo, Alejandro frunció el ceño. Para él, Elena era desagradecida.

¿Sin los Campos, qué vida podría tener?

María se colocó delante de Rebeca y, con mal humor, la reprendió en voz alta:

—Alejandro, ¿para qué le dices esto? Aunque ahora se arrepienta llorando y nos pida quedarse, ya no la queremos. ¡Y que ni sueñe con llevarse nada de la familia Campos!

Rebeca avanzó unos pasos, como si aún quisiera persuadirla. Pero en voz baja, para que solo Elena oyera, con cierto orgullo burlón, susurró:

—Elena, olvidé decirte, hace dos días Mateo Pérez me confesó su amor. Pensamos comprometernos pronto. Sé que siempre te ha gustado Mateo, pero espero que nos des tu bendición.

Elena le devolvió la pregunta:

—¿Quién te dijo que me gusta él?

Rebeca se quedó helada, no esperaba esa reacción.

Según su plan, al saber que el hombre que amaba se había confesado a otra, Elena debería estar destrozada.

Pero la miraba como si fuera una tonta:

—Aunque estés ciega, les daré mi bendición. Al fin y al cabo, dos problemas juntos ya no pueden fastidiar a otros.

Perfecto.

Rebeca sintió que las pupilas se le contraían, casi perdió la compostura.

Elena ya no le prestó atención y miró al resto de la familia:

—Les devolveré todo lo que gastaron en mí desde pequeña. De hoy en adelante, no tengo nada que ver con ustedes.

La familia Campos había manipulado su destino, si ella cortaba ese lazo, las desgracias que Rebeca le hizo cargar volverían a Rebeca con creces.

Al devolver el gasto de su crianza, saldaba la deuda. Con el favor y el karma cortados, incluso si algún día actuaba contra ellos, no cargaría con culpa alguna.

Le dio una última mirada al brazalete en la muñeca de Rebeca y dijo:

—Ese brazalete no podrás conservarlo. Pronto vas a devolvérmelo tú misma.

Dicho esto, Elena, sin un atisbo de nostalgia, salió sola de la mansión de los Campos.

María la vio irse y, furiosa, casi se quedó sin palabras.

—¡Mírala! ¡Una desagradecida! Si no fuera por Rebeca, hace tiempo la habría echado.

Rebeca le tomó del brazo para calmarla:

—Debe ser que se enteró de que la mandaremos a un lugar tan pobre y no lo pudo aceptar de golpe. Mamá, no te enojes.

—Eres demasiado buena —María miró resignada a su hija y luego, con desprecio, hacia la dirección en que se fue Elena—: Que la atropellaran y no le pasara nada, a saber qué cosa extraña tendrá encima. Menos mal que aprovechamos para sacarla de la casa, quién sabe qué desgracia nos traería.

—Ya basta —dijo el padre con voz grave, cortando el tema.

Los cuatro de la familia Campos no sabían que, en el instante en que Elena se fue, el sol abrasador sobre la casa parecía cubrirse de nubes, y hasta el calor descendía un poco.

Desde las sombras, parecían escucharse murmullos y risas:

—Se fue, por fin se fue.

—Esta casa es nuestra, jejeje...

***

Elena caminaba hacia la salida de la mansión. El sol ardía en lo alto, pero ella no parecía acalorada, ni una gota de sudor en la frente, como si su cuerpo repeliera el calor.

Sacó el celular.

Manuel Campos, que antes era el señor Campos, le había dado el contacto de sus padres biológicos, pero ella aún no los había llamado.

Sabía poco de ellos.

Que vivían en las montañas y que eran pobres. Si no podían mantenerla para la universidad, ella se las arreglaría sola para ganar dinero.

¿Que la vendieran para casarla? Ni por un segundo le preocupaba.

En este mundo no existía nadie capaz de venderla.

Mientras pensaba, encontró el número y estaba por presionar llamar, cuando escuchó un gran alboroto desde la pista de aterrizaje cercana, más de una decena de helicópteros negros descendían ordenadamente.

Aunque el fraccionamiento de los Campos no era el más exclusivo de la ciudad, estaba lleno de autos de lujo. Pero ver aterrizar tantos helicópteros privados era la primera vez.

Pensó que sería algún magnate del vecindario y siguió su camino.

Pero apenas se movió un paso al costado, los guardaespaldas que bajaban de los helicópteros comenzaron a correr como un ejército y se detuvieron justo frente a ella, formando dos hileras.

Luego, los pilotos, de traje negro y guantes blancos, bajaron rápido y se colocaron en fila, evidentemente entrenados.

La puerta del helicóptero central se abrió lentamente.

Primero se vio una larga pierna envuelta en pantalón gris oscuro. El hombre bajó del aparato: alto, elegante, con un traje perfectamente entallado que realzaba sus facciones extraordinarias.

Él la miró y se acercó lentamente. Su voz, grave y cálida, sonó:

—¿Elena?

Ella, viendo en su rostro ciertos rasgos parecidos a los suyos, intuyó quién era:

—Sí, soy yo.

El hombre miró la pantalla de su celular, justo antes de que ella presionara llamar, estiró la mano y pulsó él mismo el botón.

Un tono de llamada sonó en su bolsillo. Sacó su celular, mostró la pantalla a Elena y, inclinándose un poco para estar a su altura, sonrió:

—Mucho gusto. Soy tu hermano, Martín García.

Elena se quedó sin palabras.

Ella lo observó en silencio, luego miró hacia la flota de helicópteros y a los guardias. Tardó unos segundos en recuperar la voz:

—Me habían dicho que mis padres vivían en la montaña…

O sea, que esto no parecía de su familia.

Martín, creyendo que ella diría otra cosa, contestó:

—Sí, la antigua casa está en la montaña.

Hizo una pausa y añadió:

—Pero esa montaña es nuestra.

Otra vez se quedó sin palabras.

Así que no solo no eran pobres, ¿sino que, tenían toda una montaña?

¿Qué clase de gente puede tener una montaña en propiedad?

¿El gobierno lo permite?
Lanjutkan membaca buku ini secara gratis
Pindai kode untuk mengunduh Aplikasi

Bab terbaru

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 30

    Al encenderse las primeras luces de la ciudad, en la mansión de la familia García era hora de la cena, pero el ambiente estaba cargado de tensión.Don García estaba sentado en el lugar central de la sala, mientras el resto de ramas se acomodaban en los lados opuestos. Los más jóvenes permanecían en silencio, sin atreverse a hablar.Carlos se hallaba frente al Don García, con el rostro tan frío como el hielo, irradiando una presión sofocante.Fue hasta que Martín relató con detalle lo ocurrido ese día con la habitación que él entendió cómo, antes de su regreso, Jan, Samuel y los demás habían lanzado críticas una tras otra contra Elena. Incluso Alicia había llegado a decirle directamente que se largara de su casa.Y él, sin conocer el trasfondo, primero la reprendió por haberse acercado a los Soto por su cuenta y luego, al igual que los demás, le ordenó que cediera su cuarto a su prima.No era de extrañar que Elena, decepcionada, terminara diciendo que prefería mudarse.Como padre, había

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 29

    Cuando Elena dijo esas palabras, incluso en el rostro de Carlos, que siempre se mostraba tan sereno como una montaña, apareció un instante de desconcierto.Era como si no hubiera entendido lo que ella acababa de decir.¿No estaban hablando de cambiar de habitación?¿Cómo es que ahora decía que se va a mudar?A un lado, Samuel y los demás también tenían una expresión de incredulidad, convencidos de que Elena estaba exagerando.—¿Tanto drama por esto? Si apenas es un problema mínimo.Jan también la miraba con desdén:—Ya no eres una niña. Eso de irse de la casa, aquí en la familia García no funciona.Él estaba convencido de que Elena solo hablaba por impulso. Después de todo, la familia Campos y la familia García eran muy diferentes, los García eran uno de los clanes de negocios más poderosos de la ciudad. No creía que ella fuera capaz de marcharse.Lidia, en cambio, fingió preocuparse y trató de sonar conciliadora:—Elena, cometiste un error, Carlos solo te lo señaló. ¿Cómo vas a armar

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 28

    Martín frunció el ceño al escuchar aquello y estaba a punto de explicar, cuando oyó a Tomás decir, con cara de extrañeza:—¿Pero no era solo un cuarto? ¿No lo habían arreglado ayer?Carlos también arrugó el entrecejo y volvió la mirada hacia Elena. Abrió la boca, pero en vez de hablar del cuarto, soltó serio:—Lo del cuarto déjenlo así por ahora. Elena, necesito preguntarte algo.Al oírlo, Elena lo miró de manera instintiva. Entonces él le dijo, con voz grave:—¿Hoy fuiste a la casa de los Soto?Los ojos de Elena se agitaron apenas, pero enseguida recuperó la calma. Asintió:—Sí.El ceño de Carlos se endureció aún más, y su rostro se volvió sombrío:—¿No te dije ayer que no te metieras en los asuntos de los Soto? Eso lo resuelvo yo.Martín, al ver la actitud de su papá, sintió que algo no cuadraba. Dio un paso al frente, poniéndose delante de Elena, y preguntó:—¿Pasó algo?Tomás intervino:—Los Soto llamaron a Carlos. Dijeron que Elena fue esta tarde a ver a la señora Soto y le dijo u

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 27

    —Ja. —Martín soltó una breve risa, divertido por la réplica de Elena.El rostro de Jan, en cambio, se ensombreció:—¡Eso es hacer trampa! ¡Imposible!Elena lo miró con calma:—¿No era esa tu lógica? Yo solo usé tu lógica para ponerte una condición. ¿Qué tiene de malo?—¿Cómo vas a comparar las piezas del Museo del Louvre con un simple cuarto? —Jan estaba tan molesto que casi se reía de la rabia.Samuel no pudo evitar meterse:—Elena, ¿cómo puedes ser tan tacaña? Es solo un cuarto, ni siquiera te van a dejar sin lugar, ¿en serio tanto drama?Elena sonrió sin decir nada.Sí, había muchas habitaciones, pero justo querían la suya.Entonces habló Leo García, de la tercera rama de la familia:—Jan tiene razón. Ese cuarto de estilo princesa es para una niña, ni siquiera te gusta tanto. ¿Por qué insistir? Si tanto problema hay, yo te cedo mi cuarto y ese se lo damos a Alicia, y se acabó. Por un cuarto llevan peleando desde ayer, y al final lo único que hacen es dar vergüenza.Samuel bufó:—Pu

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 26

    Después de terminar de dibujar el amuleto para el Templo Brisa Serena, al recordar cómo su hermano y su padre siempre la habían defendido, sacó una piedra preciosa de gran calidad y empezó a tallar otro talismán.Pasó toda la tarde en su departamento de renta y no fue sino hasta el anochecer que guardó sus cosas, tomó a Chulo y se dirigió en taxi a la casa de los García.Al entrar y subir las escaleras, justo cuando abrió la puerta de su habitación para dejar las cosas, una pequeña figura salió corriendo hacia ella.Al voltear, vio a su prima Alicia, de seis años, que se le adelantó y entró en la habitación antes que ella. La empujó con el rostro lleno de rabia, y mientras la apartaba gritaba:—¡Este es mi cuarto! ¡No te permito entrar a mi cuarto!Elena se quedó desconcertada. Miró detrás de la niña y, en efecto, era su habitación.En ese instante, Lidia llegó apresurada. Al ver lo que hacía su hija, la reprendió en voz baja:—Alicia, no seas maleducada. ¿No vas a pedirle perdón a tu

  • El regreso de la auténtica heredera   Capítulo 25

    Al salir de la mansión de los Soto, Elena no regresó a la familia García, sino que tomó un taxi hacia el departamento que había alquilado de hace dos años, de unos ochenta metros cuadrados.El salón estaba separado con un biombo, era la zona de juegos de Chulo, en la esquina había una pequeña carpa con todos sus juguetes amontonados dentro.Además, había un dormitorio principal y un estudio. En el estudio se alineaban dos mesas largas: de un lado, se apilaban materiales y herramientas para esculpir; del otro, papel amarillo, tinta roja y diversos utensilios de caligrafía antigua. Las dos áreas se distinguían con claridad, con estilos completamente distintos.Elena se acercó y recogió algunas cosas de manera sencilla.Cuando fue a la casa de los García no había llevado equipaje, y ya había gastado todos sus amuletos. Como tenía que devolverle la inteligencia a Clara, debía prepararse con antelación.Mientras estaba guardando, de repente sonó el celular que tenía al lado. Elena lo miró d

Bab Lainnya
Jelajahi dan baca novel bagus secara gratis
Akses gratis ke berbagai novel bagus di aplikasi GoodNovel. Unduh buku yang kamu suka dan baca di mana saja & kapan saja.
Baca buku gratis di Aplikasi
Pindai kode untuk membaca di Aplikasi
DMCA.com Protection Status