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Capítulo 7

Penulis: Pececillo Jinete
La voz de Martín logró hacer que María recuperara la poca calma que le quedaba, fue como si le hubiesen echado un balde de agua fría y, de inmediato, se quedó inmóvil.

Al mismo tiempo, aquel alboroto finalmente llamó la atención de la gente dentro de la mansión, y Carlos salió a ver qué ocurría.

—¿Qué está pasando?

Carlos, como actual cabeza del Grupo García, era un personaje que salía en todos los medios y reportajes económicos. María lo reconoció casi de inmediato y enseguida, olvidó la discusión con Elena, cambió de semblante y, sonriendo, se acercó a él.

—Señor García, soy la esposa de Manuel, presidente de Materiales Campos. No pensé que usted estuviera en casa, qué gusto.

Carlos paseó la mirada por María, Elena y Martín sin mostrar ninguna expresión, preguntó:

—Señora Campos, mucho gusto. ¿Vino para encargarme algo?

Con la posición de Carlos no necesitaba ser tan cortés, y él tampoco era un hombre dado a los formalismos. Pero sabiendo que delante tenía a la familia que había criado a Elena, decidió ser más paciente y suponer que la visita era para contarle sobre los hábitos de la muchacha.

María no entendía por qué él le hablaba con esa deferencia, al oírlo preguntar si tenía algo que encargarle, su vanidad se hinchó de golpe.

¡Era el presidente del Grupo García, y la estaba dejando darle instrucciones!

Eso solo podía significar que su empresa tenía un peso enorme para él.

El mal humor que le había causado Martín se disipó y hasta se enderezó inconscientemente.

—Sí, de hecho hay algo que quiero encargarle —respondió ella.

María miró con orgullo a Elena y, con rapidez, jaló a Rebeca para presentarla:

—Señor García, ella es mi hija Rebeca.

—Hola, señor —saludó Rebeca con dulzura.

—Verá, sé que con el nuevo proyecto emblemático de la ciudad, el gobierno planea elegir a ocho estudiantes de las cuatro universidades más grandes como embajadores de imagen de la ciudad para un video promocional. Y que la lista final llega aquí, al Grupo García —explicó María—. Por ciertas razones, el cupo que le correspondía a mi hija se lo dieron a otra persona. Así que vine para ver si el Grupo García podía ayudarme a recuperarlo. Es solo un pequeño favor.

Carlos frunció levemente el ceño.

Sabía de ese asunto, aunque el encargado era Tomás y él no se había metido.

Por carácter propio, no le gustaban estas cosas de usar influencias.

Pero delante tenía a la gente que había criado a Elena, y eso le hacía pensarlo.

“Bueno, que sirva como una forma de agradecerles por haber cuidado de ella.” pensó.

—Voy a revisar ese asunto. ¿Quién es la persona que tomó el lugar de su hija? Le diré a mi secretaria que lo averigüe.

—Elena —respondió María casi sin poder esperar.

Carlos, que ya estaba sacando su celular, se detuvo y alzó la vista sorprendido.

—¿A quién dijo?

—Elena —repitió María, creyendo que no la había oído bien, y hasta señaló a la muchacha que tenía al lado—. Esta chica es una adoptada que tuvimos, pero salió una malagradecida. Tiene mal carácter y encima es mentirosa. Nunca pensé que sus padres biológicos trabajaban en la casa de los García, y no es que yo quiera hablar mal de una niña, pero la gente nace con su carácter fijo, por más que me esforzara en educarla, lo malo no se le quita.

María no dejaba de echarle tierra a Elena, a un lado, Martín ya tenía la cara oscura. Por fin entendió lo que Elena quiso decir hace un rato con ponerle piedras en el camino.

El mayordomo y la señora de servicio estaban boquiabiertos.

¿Cómo se atrevía a hablar así de la señorita, y delante del mismísimo señor García? ¿Se le había desacomodado un tornillo?

Elena ya estaba acostumbrada a sus calumnias, y ni siquiera se inmutó cuando antes la regañó delante del mayordomo.

Pero ahora, delante de Martín y de su padre biológico al que acababa de conocer, esas palabras le hicieron hervir la sangre.

Era su familia recién reconocida. Recién empezaba a ilusionarse con tener una familia. ¿Por qué esa mujer no la podía ver feliz?

¿No sabía María lo que provocarían sus palabras en la mente de otros?

Claro que se daba cuenta. Pero no le importaba, simplemente quería que todo el mundo la odiara.

Desde pequeña, cada vez que un maestro mostraba aprecio o la elogiaba, María buscaba mil formas de desprestigiarla para que creyeran que era una niña mala.

Los maestros nunca imaginaron que una madre pudiera hablar así de su hija, así que casi siempre le creían.

Cuanto menos querida era Elena, más podía Rebeca imponerse sobre ella.

Con los años, el desprecio y las calumnias de María se hicieron costumbre, igual que en ese momento.

Elena apretó los puños a su lado, escuchando esa cháchara sin parar, hasta que no pudo más:

—¡Basta!

—¡Basta!

Dos voces al mismo tiempo. Elena giró instintivamente y vio de quién venía la otra voz.

Era Carlos, con el rostro helado.

Él ya de por sí tenía una apariencia fría, ahora, con el gesto severo, imponía mucho más.

María se quedó muda del susto.

Carlos la miró fijamente con rostro implacable.

—A mi hija no le corresponde que usted, una extraña, venga a juzgarla. Mayordomo, ¡acompáñelas a la salida!

El repentino cambio de tono de Carlos dejó a María pasmada, no alcanzó a entender esa frase de su hija y quiso seguir insistiendo, pero el mayordomo ya se había adelantado para sacarlas.

Carlos siguió con la mirada fría a las dos mientras las sacaban, y luego se volvió hacia Elena para preguntarle:

—¿La familia Campos siempre te trató así?

Apenas dijo eso, apretó los labios, consciente de que era una pregunta inútil.

Si se atrevían a hablar así delante de él, ¿cómo la habrían tratado en privado?

Él pensaba que, al haber sido adoptada por los Campos, al menos no le faltaba comida ni techo. Pero ahora, ¡descubría que eran de esa calaña!

Mientras más pensaba, más se enojaba. Giró la cabeza y le ordenó a Martín con voz fría:

—Llama a tu tío Tomás y dile que cancele el proyecto con los Campos.

Ese proyecto se había dado justamente para agradecerles que cuidaran de Elena, con condiciones muy favorables, cediéndoles ganancias de millones de dólares y con la intención de ayudarlos a subir de nivel. Pero ahora que sabía cómo la trataban en privado, no pensaba seguir apoyándolos.

¡No se lo merecían!

Martín volvió a sonreír y, muy dispuesto, sacó su celular.

—Claro.

Elena, en cambio, se quedó mirando a Carlos en medio de su arranque. Al bajar un poco la mirada, se dibujó en sus labios una leve curva que ni ella misma notó.

Su nuevo hermano y su nuevo padre, parecían distintos de la familia Campos.

Qué bien.

En la entrada, María y Rebeca fueron escoltadas sin miramientos hasta afuera.

Ninguna de las dos entendía por qué, de repente, Carlos se había enfadado. ¿Y qué significaban esas palabras?

¿La hija de la familia García?

¿Quién?

El mayordomo, al ver que seguían sin reaccionar, pensó para sí que qué tan ingenuas podían ser. Por haber criado a la señorita, en el futuro tendrían asegurados los beneficios de la familia García. Pero ellos ni siquiera sabían todavía quién era en realidad esa adoptada a la que llamaban malagradecida.

Como mayordomo, valoraba su profesionalismo y rara vez perdía la compostura.

Decidió ser cortés al aclararles.

—Nuestro señor García perdió una hija hace dieciocho años. Hoy es el día en que nuestra señorita volvió a casa, por eso no tolera que la difamen. Hoy no podemos recibirlas más.

Dicho esto, se dio vuelta y ordenó cerrar la puerta de la mansión, dejando a María y a Rebeca pasmadas en la entrada.

María sostuvo el brazo de su hija y le preguntó atónita:

—Re... Rebeca, ¿qué dijo? ¿Señorita? ¿Quién?

Rebeca tampoco podía creerlo, o más bien no quería creerlo.

—No puede ser, seguro escuchamos mal.

La hija de la familia García no podía ser Elena.

No podía ser ella.

María giró lentamente la cabeza hacia su hija; después de un buen rato, sus piernas flaquearon y estuvo a punto de desplomarse.

—¡Se acabó! ¡Estamos acabadas!
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