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Capítulo 6

Penulis: Pececillo Jinete
María jamás imaginó que, menos de una hora después de haberla echado de casa, volvería a encontrarse con ella en el jardín de los García.

En su rostro se notaba una sorpresa, pero solo duró un segundo. De pronto su mirada se posó en la mujer de mediana edad, con pinta evidente de empleada doméstica, que estaba junto a Elena, y en seguida lo comprendió.

Esa debía de ser la madre biológica de Elena.

Una señora de servicio.

Claro, viniendo de la montaña, ¿qué trabajo decente podía encontrar? Poder trabajar como empleada en un lugar como este ya era todo un logro.

Rebeca pensaba exactamente lo mismo.

Por dentro sentía desprecio y hasta gracia, pero en su rostro se dibujó una expresión de lástima y preocupación.

—Elena, conque tu familia trabaja aquí… Pero fíjate, aquí es la casa de los García; no vayas a tocar nada ni a meterte en problemas, no sea que armes un lío y quedes mal —dijo con fingida amabilidad.

El mayordomo, al escuchar aquello, dejó entrever una ligera incomodidad en el rostro. Estaba a punto de aclararlo cuando oyó la voz serena de Elena:

—No te preocupes.

Hizo una pausa, y su mirada se dirigió hacia esa sombra gris claro que casi se le pegaba a la espalda de Rebeca. Elena arqueó levemente las cejas y añadió:

—Si yo fuera tú, me quedaría en casa quietecita.

En casa había dejado un talismán protector suyo, gracias al cual ninguna entidad oscura se atrevía a acercarse. Pero una vez fuera de allí, ya era otra historia.

Al ver que, pese a haber reconocido a su madre biológica como simple empleada doméstica, Elena seguía mostrándose con esa actitud insoportable, el rostro de María casi se torció de rabia. Sin embargo, considerando que estaba delante del mayordomo de los García, se contuvo y se volvió hacia Rebeca para aconsejarla:

—Rebeca, tú eres buena, pero hay que saber con quién. Hay gente que no merece tus consejos.

Luego se giró hacia el mayordomo y, con aire resignado, explicó:

—Perdone la escena. Es una chica que adoptamos hace años. Jamás pensamos que, después de criarla con tanto esfuerzo, al encontrar a sus padres biológicos nos diera la espalda. Siempre fue descuidada y torpe, en nuestra casa podíamos tolerarla, pero ahora que está en otra, quién sabe qué problemas traerá.

El tono parecía preocupado, pero entre líneas estaba diciendo que los García, al tenerla en su casa, se estaban buscando un problema.

El mayordomo escuchaba, pero por dentro se alarmaba.

¿Acaso la señora Campos no se daba cuenta de que la joven a la que estaba difamando era la señorita que la familia García tanto se había esforzado en recuperar?

Si así hablaba delante de él, que solo era un mayordomo, ¿cómo habría sido la vida de Elena en la familia Campos?

Hasta ahora, el mayordomo la había tratado como una invitada de honor, agradecido por haber criado a la joven, pero ahora, su actitud comenzó a enfriarse.

María, sin embargo, creyó que el mayordomo estaba tomando partido y que por eso ponía esa cara. Sonrió para sus adentros.

Ya verá cómo esa malagradecida será echada de aquí, y entonces ni se atrevería a levantarle la cara.

Y de paso, con los García de su lado, ya no tendría que andar discutiendo por un simple puesto de embajadora de imagen de la ciudad. Si Rebeca lo quería, lo tomaría sin más.

La señora de servicio, que desde que María y Rebeca se acercaron se había mantenido callada, no pudo evitar sentirse incómoda. Las normas en los García eran estrictas, los empleados no solían hablar con los invitados.

Pero esas palabras, cada vez sonaban más raras.

¿Estaban hablando de la misma señorita que los García acababan de recuperar?

El mayordomo ya no pudo evitar intervenir:

—Señora Campos, señorita Rebeca, ustedes…

No alcanzó a terminar, porque otra voz lo interrumpió.

—¿Qué pasa aquí?

Era Martín, que acababa de terminar su llamada y se acercaba. Al ver a Elena con aquellas personas, aceleró y en unos pasos ya estaba frente a ellos.

En cuanto lo vio, Rebeca casi se iluminó de alegría.

María también recorrió con la mirada al joven, deteniéndose en los gemelos de diamante y el reloj de millones de dólares que llevaba, debía de ser uno de los jóvenes herederos de los García.

El mayordomo se puso más serio al verlo. Estaba a punto de responder, pero notó que el joven le preguntaba directamente a la señorita, así que no contestó.

Elena no sabía si por el respaldo que Martín le había mostrado antes o por otra cosa, pero, al oír su pregunta, casi sin pensarlo se quejó:

—Ah, me estaban poniendo piedras en el camino.

Una frase breve, precisa, que dejó el aire cargado de una tensión extraña.

María reaccionó de inmediato, gritando:

—¡Malcriada! ¿Qué barbaridades estás diciendo?

Y alzó la mano para golpearla.

Martín, que hasta ese momento se sorprendió con que su hermana se quejara, vio el gesto de María y su sonrisa desapareció.

Pero antes de que pudiera moverse, la que parecía la pobrecita ya había levantado la mano, sujetando con firmeza la muñeca de María.

El gesto fue tan rápido que incluso la misma María quedó atónita. Jamás imaginó que ella se atreviera a defenderse. Intentó zafarse de inmediato, pero la presión en la mano de Elena era tan firme que no pudo.

Con los ojos fríos, Elena la fulminó:

—No olvides que ya no soy hija de la familia Campos. Y mucho menos voy a permitir que me golpees otra vez.

Dicho esto, soltó su mano. María, que estaba forcejeando, perdió el equilibrio y tropezó hacia atrás.

—¡Mamá! —exclamó Rebeca, apresurándose a sostenerla antes de que cayera. Giró hacia Elena con incredulidad —. Elena, no importa lo que haya pasado, mamá fue quien te crió. ¿Cómo puedes ponerle una mano encima a tu madre? ¡Te pasaste!

Incluso en ese momento, Rebeca seguía insistiendo en ensuciar la imagen de Elena, porque nadie confiaría en alguien que agredía a su madre adoptiva.

Elena ya estaba cansada de esa actuación hipócrita. Levantó la barbilla y replicó sin rodeos:

—¿Con qué ojos viste que yo le pegué? Si estás ciega, no creas que todos lo estamos.

Martín, que observaba la escena, no pudo ocultar la sonrisa en sus ojos.

Siempre la había visto como una chica callada, fácil de intimidar, no esperó escucharla replicar así.

Así es, era digna hija de los García.

Mientras él observaba divertido, María, humillada por la resistencia de Elena, estalló de rabia. Ella la había criado, así que debía dejarse pegar. ¡Y ahora hasta insultaba a Rebeca!

Sin importarle que estuviera en casa ajena, empujó a Rebeca y se lanzó contra Elena.

—¡Malcriada! ¡Eres una desgraciada…!

Elena la miró sin expresión, retrocedió un paso y estaba por reaccionar, pero una figura se adelantó y se colocó frente a ella.

La espalda del hombre era ancha y firme, irradiando una seguridad sólida.

Su semblante ya no mostraba la menor sonrisa. El aura que lo rodeaba era dura, casi sofocante, y su voz salió como un filo:

—Esta es la casa de los García. Aquí no se permite que nadie venga a hacer escándalos.
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