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Capítulo 2

Author: Carmen M
Si hubiera sido la de antes, al escuchar la propuesta de Esteban, habría armado un escándalo. Él conocía mi temperamento, así que después de soltar su decisión, también mencionó a mis padres.

—Tus padres ya están grandes, no pueden cuidar bien a Lola. En este momento, nosotros también deberíamos hacer nuestra parte...

Antes de que él terminara de hablar, mi hijo, Santiago, corrió hacia mí y comenzó a mover mi brazo sin parar, mientras, en voz mimosa, me decía:

—¡Mami, deja que la tía se venga a vivir con nosotros! Si no te gusta que viva contigo, yo le doy mi cuarto. Mami, por favor, acepta lo que dice papá...

Los gestos y el tono de Santiago eran algo que nunca había visto desde que había nacido. Siempre había sido como Esteban, con rostro serio, y, normalmente, pasaba por alto toda mi atención hacia él.

Pero ahora estaba dispuesto a renunciar a su comodidad por Lola. Mis uñas se clavaron en la carne de mi muñeca, dejando marcas rojas.

Respiré profundamente y aparté la mano de Santiago con suavidad.

—¡Acepto su propuesta! Si no hay nada más que decir, me voy a descansar.

Dicho esto, me di la vuelta y regresé a mi habitación. Entre sueños, sentí que abrían la puerta del cuarto y entraba una corriente de aire frío. Sentí que ponían algo en la mesita de noche, pero mi cuerpo estaba tan cansado que no pude abrir los ojos.

Vagamente, escuché la voz de Esteban:

—¿Lucía? ¡Lucía!

Al ver que no respondía, él me empujó el brazo con fuerza. Un dolor intenso me invadió y tuve que abrir los ojos para mirarlo.

—¿Qué pasa?

Mi voz ronca no llamó su atención, sino que recibí su regaño.

—Hay un montón de cosas que hacer en la casa, ¿cómo puedes estar durmiendo tan tranquila? Le hice una sopa nutritiva a Lola, me voy a llevar a Santi para llevársela, tú encárgate de limpiar la cocina.

¡Qué ridículo! Después de tantos años de matrimonio con él, no sabía que supiera cocinar. Durante todos esos años, siempre había sido yo quien lo atendía y muchas veces ni siquiera estaba satisfecho.

Mientras sentía una oleada de amargura, la voz impaciente de Esteban volvió a llegar a mis oídos.

—¿Qué haces ahí? ¡Vamos, muévete de una vez!

Conocía el carácter de Esteban. Especialmente, en lo que respectaba a Lola, pues era muy insistente. No quería perder tiempo discutiendo con él, así que me levanté de la cama.

Al ver mis movimientos, se tranquilizó y se fue con Santiago. Viendo desaparecer sus figuras, me volví a acostar.

A la mañana siguiente, me despertaron los ruidos fuera de la habitación, y, apenas salí, escuché la voz urgente de Esteban.

—Tengo una emergencia en la oficina. Después de llevar a Santi, llévale el desayuno a Lola.

Tras estas palabras, la casa volvió a quedarse en silencio.

Justo cuando iba a poner la lonchera que tenía en las manos sobre la mesa, sentí un mareo intenso.

Todo se puso negro y solo vi a Santiago corriendo hacia mí, preocupado. ¿Sería que... después de todo si les importaba un poco?

Pero, al final, solo fue una ilusión. Cuando abrí los ojos de nuevo, seguía tirada en el suelo, con una sensación de frío recorriendo todo mi cuerpo.

—Papá, menos mal que salí rápido, si no el desayuno de la tía se habría caído al suelo.

Esteban le acarició la cabeza al niño y lo elogió.

—¡Qué inteligente eres, Santi! La tía va a estar muy contenta cuando lo sepa.

La conversación entre ambos solo giraba en torno a Lola, sin importarles para nada que yo estuviera tirada en el suelo.

Una sensación punzante me atravesó el corazón y sentí un sabor metálico en la garganta. Me las arreglé para levantarme, tambaleándome.

No hice mucho ruido, pero fue suficiente para llamar su atención.
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