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Capítulo III

Penulis: Mateo Ríos
Fractura, pero con tres meses de reposo se recuperará por completo.

Ahora lo más importante era entender qué había pasado.

Isabel se cruzó de brazos, la cortesía fingida de anoche había desaparecido.

—El señor Andrés me pidió que viniera a buscar a Sofía antes de la salida, dijo que quería comprarle ropa nueva.

—Entonces, ¿por qué está herida mi hija? —pregunté con frialdad.

Isabel se tocó la nariz, incómoda.

—Cuando salía de la escuela… no se sostuvo bien y se cayó por las escaleras...

—¡Eso es mentira! —Sofía la interrumpió furiosa. —¡La que me empujó fue Ana!

Ana hizo un puchero. —¿Y quién te mandó a no cargar mi mochila? ¡Te lo merecías!

La miré con frialdad, y ella resopló con desdén.

Isabel trató de suavizar la situación. —Solo fue una travesura de niñas, no es para tanto.

—¿No es para tanto? —me reí con ironía. —¡Isabel, qué descaro! Como tu hermana no pudo ganarle en la competencia, la atacó por la espalda. ¿Y ahora quieres hacerme creer que fracturar a mi hija fue un simple juego? ¿O piensas que soy tan ciega como Andrés?

La cara de Isabel se puso rígida.

Ana me miró con los ojos muy abiertos. —¿Y tú quién eres para insultar a mi hermana?

Le sostuve la mirada. —Tú también eres venenosa. De grande solo serás peor.

—¡Te voy a golpear! —Ana levantó la pierna y se me abalanzó.

Sofía reaccionó antes que yo y le dio una patada en el estómago, haciéndola caer al suelo.

Justo en ese instante, la puerta se abrió de golpe.

Andrés entró con el rostro tenso, levantó a Ana y regañó a nuestra hija con dureza.

—¿Quién te dio permiso para patear a la gente?

Sofía retrocedió dolida.

—Ella… ella quiso pegarle a mamá primero.

Ana miró a Andrés y rompió a llorar.

—Solo quería ver la herida de Sofía, y ella me pegó de repente. Señor Andrés, ¿hice algo malo?

—¡Mentira! —Sofía replicó—. ¡Tú querías golpear a mi mamá!

—¡Ya basta! —Andrés cortó de golpe, molesto—. Sofía, ¿por qué sigues mintiendo?

Sofía se quedó helada, con los ojos llenos de lágrimas.

Andrés me lanzó una mirada de desprecio.

—Valeria, ¿qué le has estado metiendo en la cabeza? ¿Por qué la has convertido en una mentirosa? Los hijos imitan a los padres, ¿sabes? ¿No puedes dar un ejemplo mejor?

Lo miré con frialdad. El dolor en mi pecho había desaparecido, reemplazado por pura rabia.

Si Sofía no hubiera estado allí, le habría dado una bofetada.

—Sofía y yo somos tu familia. Nuestra hija está fracturada, y en vez de protegernos, ¿te pones a defender a otra mujer? No solo eres ciego y sordo, ¡eres un imbécil!

—¡Valeria! —Andrés rugió.

Isabel se adelantó rápido. —Señor Andrés, la señora quizá malinterpretó, lo que pasa es que ella sintió que usted me estaba atendiendo más de la cuenta, y por eso se puso celosa. De paso se la agarró con mi hermana, nada más. No pasa nada, lo importante es que ustedes no vayan a pelearse por culpa de nosotras.

Andrés me miró con furia.

—Si no atacaras a los demás, yo no tendría que protegerlos. ¡Es inútil hablar contigo! Solo te pido que dejes de ser tan agresiva, ¡vas a lastimar a Sofía!

Se dio la vuelta y salió.

Isabel se quedó, con una sonrisa torcida en los labios.

—Señora Ruiz, ¿recuerda la otra vez que mi hermana encerró a su hija en el baño? Yo solo le dije un par de mentiras al señor Andrés y él creyó que Sofía había perdido el valor, que no era más que un berrinche infantil.

Me miró con burla. —Hoy ni siquiera tuve que abrir la boca, y él ya se puso de nuestro lado. Esta es la segunda lección que le damos. Ojalá entienda de una vez que el señor Andrés ya no la ama a usted. Ahora me ama a mí.
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