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Capítulo IV

Auteur: Mateo Ríos
Ana le sacó la lengua e hizo una mueca a Sofía.

—Si hubiera sabido que ibas a chismear, cuando te empujé, debí darte dos patadas más.

Mi mirada se volvió helada. —Qué orgullosa estás. Cuanto más arrogante seas, más rápido caerás, ¿lo sabías?

La burla en los ojos de Isabel se intensificó.

—Entonces probemos. Al fin y al cabo, tarde o temprano voy a hacer que caigas de ese puesto de señora García.

Isabel se dio media vuelta con una sonrisa irónica y se fue con Ana, la cabeza en alto.

Yo no dije nada, solo apagué la cámara de mi celular.

Antes de entrar a la habitación ya me había preparado. Lo tenía todo grabado.

La puerta se cerró de golpe, y Sofía, acurrucada en mis brazos, pasó de sollozar a llorar desconsoladamente.

—Mamá… ¿hice algo malo?

La abracé fuerte, acariciando su espalda.

—No, mi amor, no hicimos nada malo. No llores. Esta noche te haré justicia.

***

Cuando llegamos a la reunión familiar, los padres de Andrés ya estaban sentados.

Su madre me saludó enseguida y, al ver el yeso en la mano de Sofía, exclamó sorprendida:

—¿Qué le pasó a la mano de Sofía?

—Fue un accidente, se cayó —contestó Andrés por mí.

Su madre se acercó y acarició el yeso con tristeza.

—Mi pequeña, tienes que tener más cuidado al caminar.

Sofía tarareó bajito. Yo no añadí nada y me senté a la derecha de Andrés con Sofía.

Fue entonces cuando noté que, a su izquierda, estaba sentada Isabel.

Al sentir mi mirada, la madre de Andrés sonrió y me la presentó:

—Ella es Isabel Castillo, la secretaria de Andrés. La he visto varias veces, es una buena chica.

Isabel me devolvió una sonrisa desafiante. Se acomodó junto a Andrés y trató con soltura a los familiares que se acercaban. Todos la elogiaban y felicitaban a Andrés por tener una confidente tan capaz.

Cuanto más orgullosa se veía Isabel, más me reía por dentro.

La cena estaba por comenzar y casi todos los parientes ya habían llegado.

Viendo que era el momento oportuno, saqué del bolso los papeles del divorcio y los arrojé sobre la mesa, frente a Andrés.

—Andrés, vamos a divorciarnos.

La sala quedó en completo silencio.

La sonrisa de Andrés se congeló. —Valeria, ¿tenías que hacer un escándalo justo hoy? ¿No te da vergüenza?

Me burlé.

—¿Vergüenza yo? Pues hagamos que todos vean quién debería sentirla de verdad.

Puse mi celular frente a él. En la pantalla se veía claramente el video de vigilancia donde Sofía era encerrada en el baño.

—Este es el video del concurso de piano. La que lastimó a mi hija fue la hermana de Isabel.

—Yo quería denunciarlo, pero tú dijiste que era solo una travesura, que Sofía era demasiado sensible… ¡y hasta me acusaste de difamar a tu amante!

Todas las miradas se clavaron en Isabel.

Su rostro se puso pálido. Pasé al video que grabé en el hospital.

En la sala silenciosa, la voz de Isabel sonó fuerte y clara: “Te haré caer de tu puesto como la señora de la familia García”.

—Tanto tu amante como su hermana nos pisotean, a mí y a Sofía. ¿Crees que si no me divorcio nos van a dejar vivir tranquilas? ¡Nos van a aplastar hasta matarnos!

Con cada palabra, la cara de Ana se volvía más blanca. Andrés miró el video, y su expresión se oscureció.

—Señor García, déjeme explicarle, yo…

Andrés levantó la mano y le soltó una bofetada en la cara.
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