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Capítulo II

Penulis: Mateo Ríos
De regreso a toda prisa, recién entonces noté que el rincón donde siempre estaba el piano estaba completamente vacío.

El corazón me dio un vuelco. —¿Dónde está el piano de la casa?

Andrés me miró de reojo.

—A la hermana de Isabel le gustaba, así que se lo regalé.

Al escuchar eso, vi cómo los ojos de Sofía se pusieron rojos al instante.

Se contuvo, obediente, mordió los labios con fuerza sin soltar un solo llanto.

Ese piano había acompañado a mi hija durante diez años, y Andrés lo entregó así nomás, con la excusa absurda de que “a la hermana de Isabel le gustaba”.

La indiferencia de Andrés me llenó de rabia y de impotencia.

—¡Andrés, estás loco! ¿Quién te dio derecho a regalar las cosas de Sofía?

Isabel fingió ponerse nerviosa. —Uy… ¿la señora no estaba de acuerdo? Entonces tal vez no debí dejar que mi hermana lo aceptara.

La miré fijo. —Exacto, yo nunca estuve de acuerdo. Devuelvan el piano.

Andrés frunció el ceño.

—Valeria, no te pongas así por un simple piano. Mañana le compro uno nuevo a Sofía, ¿qué más da?

Isabel se apresuró a calmarlo. —Señor Andrés, no se moleste. Si su esposa no quiere, mañana le devuelvo el piano.

Andrés se endureció. —No es necesario. Es solo un piano. ¿O creen que no puedo regalarlo? Voy a comprar otro ahora mismo.

Abrió la puerta de golpe y salió. Isabel me echó una mirada y lo siguió apresurada.

La puerta se cerró de un portazo. Yo me quedé pálida, con un nudo amargo en el pecho.

No era la primera vez que Andrés mencionaba a Isabel delante de mí.

Decía que era una chica amable, que le recordaba a mí cuando tenía dieciocho años.

Y por eso siempre la cuidaba de manera especial.

Yo pensaba que Andrés conocía sus límites.

Nunca imaginé que la defendería una y otra vez, incluso discutiendo conmigo.

Esta vez, hasta permitió que la hermana de Isabel lastimara a Sofía y encima regaló lo que más valoraba.

El desencanto fue profundo. Acaricié la carita de Sofía y miré los papeles de divorcio sobre la mesa.

Andrés, esta vez no solo me divorciaré de ti. También pagarás por todo lo que nos hiciste, a mí y a Sofía.

***

Al día siguiente, después de dejar a Sofía en la escuela, me reuní con el personal de la competencia de piano y conseguí una copia del video de vigilancia de cuando mi hija fue encerrada en el baño.

Apreté la memoria USB con fuerza y solté una risa fría.

Luego me dediqué a organizar todas mis aportaciones en los proyectos de la empresa de Andrés.

Todo el mundo lo veía como una leyenda en los negocios, pero pocos sabían que cada una de sus propuestas había sido escrita palabra por palabra por mí.

¡Quiero ver si puede seguir siendo una leyenda sin mí!

Cuando terminé, ya era de tarde. Guardé los papeles del divorcio en una carpeta y sentí un respiro de alivio.

Pero justo en ese momento sonó una llamada de un número desconocido.

—Hola, ¿es usted la mamá de Sofía? Ella tuvo un accidente. Por favor, venga al hospital cuanto antes.

—¿Qué?

Se me heló la sangre y tomé un taxi de inmediato.

Corrí a la habitación y encontré a Sofía con el brazo derecho enyesado, sentada en la cama con gesto tenso. Frente a ella estaban Isabel y su hermana, Ana Castillo.

Apenas me vio, la expresión tensa de Sofía se deshizo de golpe.

—Mamá.

Se lanzó a mis brazos con un hilo de llanto en la voz.

La abracé con el corazón desgarrado, acariciándole la cabeza, mientras dirigía una mirada fulminante a Isabel.

—Explícame.

Ya me había enterado de lo que pasó camino al hospital.

Pero hay más me preocupé.
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