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Capítulo 2

Author: Shirley
A primera hora de la mañana, Fabián despertó. Había bebido tanto la noche anterior que sentía la garganta completamente seca. Extendió la mano hacia la mesita de noche, como siempre hacía, buscando su taza de té caliente… pero no la encontró.

La cama también se sentía fría desde hacía rato. Apenas tuvo tiempo de sentirse extrañado por la ausencia de Ariadna, cuando de repente recibió una llamada de su hermana, Laura, quien decía que traería a unos amigos para pasar el rato.

Mientras tanto, Ariadna, con las ojeras marcadas por haber estudiado toda la noche, por fin cayó rendida en la habitación de al lado, con los ojos hinchados por el cansancio. Unos gritos la despertaron. La empleada doméstica la alertó:

—Ariadna, la señorita Morales dijo que cuando despertara, se pusiera el traje de baño y fuera a acompañarlos.

En la piscina de la Villa Brisa Marina, Ariadna se sintió incómoda con lo revelador de su traje de baño. Apenas apareció, notó una avalancha de comentarios burlones y miradas atrevidas.

—Fabián, a tu mujer, lo que le falta de oído le sobra de tetas, la verdad es que no sabes lo afortunado que eres.

Antes, Ariadna quizás se habría sentido orgullosa ante ese tipo de comentarios. Pensaba que al menos tenía algo que podía "estar a la altura" de Fabián. Pero ahora entendía que no se trataba de eso. No quería ser un chiste.

Fabián no mostró ninguna emoción, era imposible adivinar qué pensaba. Pero sus ojos, de vez en cuando, se desviaban hacia Elisa. Uno de los amigos de Fabián intentó defenderla.

—Ya basta, no se burlen así de Ariadna.

Laura sonrió y dijo:

—Tranquilos, ya me aseguré de que no llevara el audífono puesto.

Todos estallaron en carcajadas.

Desde que Ariadna y Fabián se comprometieron, Laura la empezó a detestar aún más, incluso ella fue la que en la universidad planeó hacerle la vida imposible como, por ejemplo: leche con picante en el desayuno, cortes de cabello mientras dormía… todo cortesía suya.

Ariadna forzó una sonrisa, fingiendo no haber oído nada.

La llegada de Elisa atrajo la atención de todos. Laura corrió a recibirla.

—¡Elisa, volviste hace rato y no me has llamado para salir!

Los mismos que antes se burlaban, ahora saludaban a alguien más con entusiasmo. Claro, ellos eran del mismo círculo, Ariadna solo estaba allí por Fabián.

Recordó haber visto en el estudio de Fabián muchos bocetos de Elisa, todos dibujados por él. Y en la parte de atrás de cada uno, una misma frase: "Lo único que pido: una eternidad contigo".

Era la primera vez que Ariadna veía a Elisa en persona. Cabello largo y ondulado, un cuerpo perfecto que resaltaba con el traje de baño ajustado, su sonrisa era sutil y encantadora. No era de extrañar que Fabián no pudiera olvidarla.

Sin ganas de seguir allí, Ariadna se dio la vuelta para volver a su cuarto y seguir practicando idiomas. Pero un revuelo a sus espaldas la hizo detenerse. Cuando se volteó, vio cómo Fabián corría a cubrir a Elisa con una toalla, aunque su traje de baño era igual de provocador que el de ella.

—No deberías ponerte un vestido de baño así, estás débil, podrías enfermarte.

Tímida, pero con encanto, Elisa aprovechó para acurrucarse entre sus brazos. Sí, cuando uno ama de verdad, no expone a esa persona ante los demás. La cuida. La protege.

Ariadna volvió a su habitación y le escribió a su agente, preguntándole cómo iba el trámite de la visa. Ya no había nada que le importara en esa ciudad.

Irse a Yalupa era costoso, y aunque Fabián nunca le había fallado económicamente, ella quería ahorrar un poco más. Además, había escuchado que en Yalupa era muy difícil graduarse como estudiante foráneo. Por eso, miró hacia las joyas y accesorios que Fabián le había regalado.

No era tan orgullosa como para no aceptar nada, pero tampoco iba a tomar lo que no era suyo. Había dejado sus estudios por estar con Fabián. Ahora era momento de retomarlos y buscar un título que la impulsara de nuevo. La voz de Laura la sacó de sus pensamientos.

—¡Ariadna! ¿Dónde dejaste el té que siempre preparas?!

Esa forma de hablar tan arrogante era típica de Laura. Ariadna se quedó en silencio. Hacía varios días que no preparaba té. Fabián nunca avisaba cuándo regresaría a la Villa Brisa Marina, pero ella igual lo esperaba día tras día, preparando su té favorito para que siempre pudiera beberlo cuando llegara.

Y no solo té. Todo lo que fuera bueno para su salud, ella lo hacía sin quejarse. Ese grueso libro de recetas saludables era prueba de ello. Aunque Fabián apenas probara algunas recetas, con eso a ella le bastaba. Desde la operación, no había vuelto a prepararle nada.

—¿Quieres que lo haga?

—Elisa se acaba de meter al agua y está algo fría. ¡Anda, prepárale un poco de té! Si no, se va a resfriar y mi hermano se va a preocupar.

Justo entonces, Elisa, que estaba sentada en el sofá, tosió dos veces.

—Ah, entonces le diré a Linda que lo prepare.

Eso no le gustó a Laura.

—No, tiene que ser hecho por ti. ¿Acaso solo lo haces cuando es para mi hermano? ¡Elisa es la persona más importante para él! Si ella se siente mal, obviamente Fabián no va a estar de buen humor. ¿No era tu deber cuidar de mi hermano, según mi abuelo?

Sí, cuidar de Fabián. Pero no como su sirvienta. Y ahora, ya no había por qué seguir fingiendo. Entonces, Elisa le habló:

—Fabián me dijo que eres buena en la cocina. ¿Tendré el honor de probar ese té?

Ariadna tranquilamente bajó la cabeza, pero respondió con firmeza:

—No.

La querían tratar de sirvienta para marcar territorio. Así que Elisa cambió el tono.

—Tienes razón. Qué tonta fui al pensar que podía probar algo que solo preparas para Fabián.

Desde las escaleras, Fabián observaba todo, extrañado. ¿Desde cuándo Ariadna, siempre obediente y callada, se comportaba así? Bajó diciendo:

—No es para tanto. Ariadna, ve a prepararlo, por favor.

Elisa lo detuvo de inmediato.

—Fabián, mejor no. Está claro que a Ariadna no le caigo bien. Aunque… me siento un poco mareada. ¿Puedo descansar aquí un rato? Ariadna, ¿te molesta?

Ariadna se aguantó la risa. Si está enferma, que fuera al hospital. ¿Cómo va a ponerse mejor quedándose allí? Pero no dijo nada de eso, y respondió con amabilidad:

—Entonces que se mejore, señorita Vargas. Ya mismo le cedo el espacio.
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