Se connecterTras la muerte de mi hermana, firmé un contrato matrimonial por cinco años con su esposo, Horton Falcone, un hombre de la mafia. Me convertí en la madrastra de mi sobrino de cinco años, Luca. El día de mi cumpleaños, me puse el collar con la cruz de diamantes de mi difunta hermana, sin darme cuenta de lo que representaba. Durante la cena familiar, Luca se me acercó con una copa de vino tinto y me la aventó a la cara. El vino tinto escurrió por mis mejillas; su olor penetrante me ardía en los ojos y manchaba mi vestido blanco. Echó la cabeza hacia atrás para mirarme; tenía los ojos tan crueles como los de su padre. —No creas que vas a reemplazar a mi mamá nada más porque te casaste y entraste a la familia Falcone —dijo con una sonrisa maliciosa—. Tú tienes la culpa de que esté muerta. Ojalá te hubieras muerto tú. Así podría romper tu lápida en vez de celebrar este cumpleaños estúpido. ¡Cuando sea grande, voy a tirarte al Río Hudson! El recuerdo ardía tanto como el vino, y lo único que me quedaba era un sabor a desesperanza. Me quedé mirando al niño que había criado como propio durante cinco años y sentí mucho dolor. Había pensado que podía entregarme a la familia Falcone, que podría ganármelo con mi cariño. Pero ahora, ya estaba harta. Era una familia sin amor, con un niño que me veía como su enemiga. Dejé de engañarme. Era hora de dejarlo ir. Pero después de irme, ese padre arrogante y su hijo regresaron arrastrándose hacia mí como perros para suplicar mi perdón.
Voir plusHORTON—Bip... bip... bip...El tono de ocupado me taladraba los oídos. Me quedé petrificado en el vasto y vacío pasillo de la finca Falcone, con la mano aún aferrada al celular.La pantalla se oscureció, reflejando mi cara demacrada. Sin rasurar, con los ojos hundidos, parecía un vicioso de la calle.Hace un momento, al otro lado de la línea, había escuchado algo más que el rechazo tajante de Christine. Había escuchado la risa de Julian Thorne, llena de desprecio por un perdedor como yo.—¡Maldito sea!Aventé el celular contra la pared con toda la fuerza que me quedaba.El aparato se hizo añicos. Me sujeté la cabeza y me deslicé por la pared hasta quedar de rodillas en el suelo. El alcohol me ardía en el estómago, pero no lograba calentar mi cuerpo tembloroso.Se acabó. Todo se había terminado. Cuando llegué a la librería, vi a Julian sosteniendo la puerta abierta.La luz del sol la iluminó cuando ella lo tomó del brazo; su sonrisa radiante tenía un brillo que jamás había visto en los
En la librería más grande de Manhattan, un inmenso cartel de mi nuevo libro colgaba en el centro del lugar.—Muchas felicidades, señorita Rossi, la primera edición de cien mil copias ya se agotó —dijo el gerente de la tienda, con la cara iluminada por una sonrisa radiante—. Sin lugar a dudas, este es el fenómeno literario del año.Firmé el último ejemplar, dejé la pluma sobre la mesa y me sobé la muñeca, que ya empezaba a dolerme.Cinco años atrás, jamás habría imaginado un momento de tal éxito, y mucho menos siendo la autora superventas Christine Rossi. Tenía que admitirlo: la sensación de tener el control de mi destino era embriagadora.Estaba a punto de levantarme para dar por terminado el día cuando una figura pequeña entró a tropezones, llamándome con timidez.—Christine...Levanté la mirada y mis movimientos se congelaron por un segundo.Luca, que ya tenía casi siete años, estaba más alto. Llevaba un trajecito formal y apretaba con fuerza una copia de mi libro contra su pecho.Pe
Luca se aferraba a la mano de su padre con la carita surcada por las lágrimas y los ojos tan hinchados que apenas podía abrirlos. El niño traía puesto un calcetín rojo y otro azul, y tenía el cabello tan revuelto que parecía no habérselo lavado en días. En cuanto me vio, se soltó bruscamente de la mano de Horton y corrió hacia mí, tropezándose.—¡Christine!Luca se abrazó a mi pierna con fuerza, aferrándose a mí como un niño maltratado que busca desesperadamente a su madre.—Christine... tengo hambre —me miró hacia arriba, con la cara llena de mocos y lágrimas—. Los sándwiches de Millie saben feo y papá hizo que la leche explotara... Quiero tu lasaña. La casa es un desastre y nadie me cuenta cuentos... ¿Por favor puedes regresar a casa?Su súplica estaba cargada de una dependencia y un remordimiento que jamás le había visto. Aquello me perturbó profundamente. En el pasado, solo corría hacia mí para patearme y llamarme bruja.Pero ahora, al verlo así, aunque sentí una punzada en el cora
Sus piernas le fallaron y cayó pesadamente de rodillas sobre la alfombra. Los últimos cinco años pasaron ante sus ojos como una película vertiginosa.La espalda de Christine mientras se movía por la cocina, una imagen que él siempre había despreciado. La curva suave de su mejilla mientras planchaba sus trajes tarde por la noche. La forma en que sus ojos se enrojecían mientras luchaba contra las lágrimas cuando Luca le lanzaba un juguete a la cabeza. Y esa noche, la sangre en su frente y la calma absoluta en su mirada cuando dijo: “Estamos a mano”.La había odiado durante cinco años. La humilló durante cinco años. Todo en nombre de vengar a Seraphina. En realidad, había estado torturando a la única persona que realmente lo amaba. La mujer que lo sostuvo en la oscuridad.—Destruiste a la única mujer que amaba a esta familia —dijo el Don, expresando la verdad—. Y ahora, ella nunca nos perdonará.Horton se puso de pie a trompicones y salió disparado por las puertas de la finca Falcone c






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