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Capítulo 3

Author: Elena
Temblaba de coraje. Si de verdad aceptaba esa farsa, yo y la familia Paz quedaríamos como el hazmerreír.

Julian parecía convencido de que su plan era perfecto, su voz sonaba cada vez más firme:

—Fabiola, sé que no es justo para ti, pero Luna ha sufrido demasiado. Hazlo aunque sea por el niño…

—¿Julian, estás loco? ¿Quieres que me preste a representar esta farsa de boda de ensueño? ¿El acta de matrimonio conmigo, la boda con Luna y luego yo, la esposa legítima, convertida en la madre del bastardo de ustedes dos?

—¿Qué crees, que soy una limosnera en la calle para que me organices la vida a tu antojo?

Mi voz subía de tono hasta llamar la atención de las demás clientas de la tienda de novias.

Luna empezó a sollozar bajito:

—Señorita Paz, no se enoje. Yo sé que no tengo la posición ni el derecho… solo quería ser novia una vez en mi vida.

Julian me miró con el ceño fruncido y un destello de amenaza en los ojos:

—Fabiola, mi decisión está tomada. Te guste o no, vas a aceptarlo.

—Si no fuera por respeto a mi padre, ¿crees que me casaría contigo?

Solté una carcajada helada. Estaba claro que Eduardo no le había dicho nada sobre el cambio de novios en la boda.

—De acuerdo.

Lo miré directo a los ojos, con voz gélida. Pero el que iba a cambiar no era él de novia, sino yo de esposo.

Julian se quedó un instante desconcertado, como si no esperara que aceptara tan rápido. Su rostro se contrajo en una expresión extraña.

Detrás de él, Luna levantó la cabeza, con los ojos brillando de triunfo.

Los días siguientes, las fotos de compromiso de Julian y Luna aparecieron tres jornadas seguidas en tendencias.

La prensa seguía hablando de la alianza entre los Espinoza y los Paz, pero las imágenes ya mostraban a Luna como la novia.

Todos los que no sabían la verdad la tomaban por la auténtica hija de los Paz.

Las amigas cercanas me preguntaban con angustia qué había pasado.

En los círculos sociales se burlaban, diciendo que me había rebajado tanto que hasta regalaba mi lugar a la amante.

Yo decidí ignorarlos y dedicarme por completo a mi padre.

Los médicos dijeron que su enfermedad avanzaba con rapidez y debía quedarse internado. Yo no me separaba de él ni un instante.

Bloqueaba cualquier noticia sobre Julian y Luna, temiendo que esa porquería le afectara.

Pero Luna, aprovechando mi ausencia, entró del brazo de Julian en la habitación de mi padre.

Al llegar, la vi con una revista de moda en la mano, señalando las fotos de la boda mientras hablaba con tono empalagoso:

—Mire, don Paz, qué lindas quedaron estas fotos. A Julian y a mí nos costó tanto trabajo hacerlas, pero valió la pena. Con tal de poder llevar este vestido y casarme con él, cualquier sacrificio es nada. En la boda le prometo que lo sentaremos en el lugar de honor.

El rostro de mi padre se tornó cenizo. El pecho se le agitaba con violencia, una mano aferrada a la sábana, los labios temblando sin lograr articular palabra.

El monitor junto a la cama lanzó una alarma estridente.

—¡Papá! —grité desgarrada y corrí a oprimir el botón de emergencia.

—Señorita Paz, no se altere… —fingió Luna, antes de que la empujara con fuerza.

—¡Fuera! ¡Lárguense de aquí! —rugí con los ojos anegados.

—¡Rápido! El paciente está crítico, prepárense para reanimación —ordenó el médico.

Las enfermeras me apartaron mientras veía cómo se llevaban a mi padre hacia urgencias.

Julian intentó acercarse para sostenerme, pero le di una bofetada que lo dejó inmóvil.

—¡No me toques! ¡Eres un maldito!

Lo señalé con el dedo, temblando de rabia:

—¡Sabías que mi papá estaba enfermo y aun así vinieron a provocarlo! ¿Qué querían conseguir?

Luna, asustada, se escondió detrás de Julian y, mostrando apenas medio rostro, murmuró con cautela:

—Señorita Paz, solo quisimos invitar a don Paz a nuestra boda… nada más.
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