En vísperas de la boda, la noticia de que la amante del prometido había dado a luz se volvió un escándalo. Julian Espinoza no esperó a que yo lo confrontara y habló con indiferencia. —No fue más que un accidente. Tú encárgate primero de la fiesta de compromiso. —Además, tu papá está en fase terminal de cáncer de estómago. Cancelar la alianza ahora no le conviene a ninguna de las dos familias. Esa misma noche faltó a la cena de compromiso, pero en sus redes sociales subió la foto de un bebé envuelto en mantas. Cuando marqué una videollamada, apareció dándole de comer con un biberón al recién nacido. —Últimamente estoy cuidando al niño y no tengo tiempo para ti. Ya sabes, en mi familia solo queda una rama masculina, el hijo es prioridad. Limpió la leche de la comisura de los labios del bebé y añadió: —Pero tranquila, cuando cumpla el mes lo mando a Inglaterra. En las fiestas importantes basta con que te muestres como si fueras su madre. El lugar de señora de la familia Espinoza siempre será tuyo. Yo me quedé mirando el anillo en su dedo anular, idéntico al mío, y solté una risa. —Este compromiso queda anulado. Él bufó con frialdad: —Armas tanto escándalo por una tontería. No seas tan caprichosa. Colgué de golpe la videollamada y marqué al número privado de su padre. —Dicen que anda buscando nueva esposa, ¿por qué no me considera a mí? Acariciando mi vientre, solté una risa baja: —Después de todo, tengo facilidad para embarazarme; los hijos que usted quiera, se los puedo dar. Qué soledad la de una familia con un solo heredero. Yo misma le daré varios hermanos para que al menos haya ruido en la casa.
View MoreClavó la mirada en Julian, como si pudiera incendiarlo con los ojos.—¡Julian! ¡Has perdido todo el control! ¿Golpear a una mujer? ¿Sigues siendo humano?—¡Papá, no! ¡Yo no la golpeé! ¡Fue ella… ella me traicionó!Julian balbuceaba, señalando a Luna Fuentes tirada en el suelo. En su rostro no solo había furia, también la humillación rabiosa de sentirse traicionado.—¡Todavía tienes el descaro de mentir!La mano de Eduardo se alzó y le cruzó la cara con un bofetón brutal. El golpe fue tan fuerte que Julian tambaleó hacia atrás.Yo, recostada en los brazos de Eduardo, contemplaba la escena con un placer frío, como quien bebe una coca cola helada en pleno verano ardiente.—¡Fuera! ¡Lárgate de mi casa! Desde hoy, ya no eres mi hijo.Eduardo había soportado muchas decepciones. Pero hacerle daño a los hijos que yo esperaba, eso no podía perdonarlo.Esos dos bebés eran la esperanza que había deseado durante años.Mandó llamar al médico de la familia de inmediato.El doctor me revisó con cuida
—¡No, no es cierto! ¡Julian, escúchame, déjame explicarte! ¡El niño tiene que ser tuyo!¡Paf! Un bofetón seco retumbó en la habitación.—¡Zorra! ¿Qué quieres explicarme? ¡El ADN está ahí! ¿Hasta cuándo piensas seguir mintiéndome?Los sollozos de Luna Fuentes se mezclaban con súplicas desesperadas y el estrépito de objetos cayendo al suelo.Yo, en la planta baja, bebía con calma un tónico para el embarazo. Escuchando aquel escándalo, sentí una satisfacción tan honda que hasta el aire parecía más ligero.Cuando los gritos de Luna se hicieron más desgarradores, supe que el momento había llegado.Entonces, con gesto “preocupado”, me sostuve la cintura y subí despacio, paso a paso, hacia el piso de arriba.Me detuve frente a la puerta del cuarto, elevando la voz con tono de advertencia:—Ay, Julian, ¿cómo es que una discusión termina a golpes?—Además, Luna al fin y al cabo te dio un hijo. ¿Cómo puedes ser tan cruel con ella?Del interior, los alaridos de Luna se volvieron todavía más lasti
Pero jamás imaginé que fuera la misma Luna quien me diera el empujón definitivo.Con tal de parir antes de que se celebrara mi compromiso con Julian, se atrevió a tomar en secreto medicamentos para adelantar el parto.El resultado fue un hijo prematuro, enfermo desde su primer aliento.En estos meses de cambios de estación, cualquier soplo de aire bastaba para mandarlo de vuelta al hospital.Julian vivía prácticamente instalado ahí, con el rostro marcado por la ansiedad y el cansancio.Los asuntos de la empresa, por supuesto, quedaron relegados.Eduardo ya estaba descontento con su desempeño. Y ahora, con el heredero adoptivo desaparecido día sí y día no, la paciencia se le agotó por completo.Cuando sus subordinados le informaron que un proyecto bajo la dirección de Julian había tenido un error grave, estalló en furia.—¡Julian! ¿Quieres regalarle la compañía a los demás?—¡Ni siquiera puedes con un asunto tan simple! ¿De qué sirves entonces?En una junta de altos mandos, Eduardo gol
—¿Qué le parece, señor Espinoza? ¿Está satisfecho con esta sorpresa?Eduardo apretó con fuerza mi mano; su voz, temblorosa por la emoción, casi se quebraba:—¡Fabiola, me diste el mejor regalo de todos!—¿Sabes? Durante tantos años me atormentó no tener un hijo propio.—Y ahora, no solo me das dos, sino que llegan justo cuando más los necesitaba.—Lo he decidido: desde hoy, el seis por ciento de las acciones del Grupo Espinoza serán tuyas.Un murmullo de asombro recorrió el salón.¡Seis por ciento de las acciones de los Espinoza! Era una cifra descomunal, un verdadero imperio.El rostro de Julian se tornó aún más sombrío.A pesar de que había sido preparado como heredero, Eduardo jamás le había otorgado acciones reales.De pronto, Julian no pudo contenerse. Su voz brotó cargada de rabia:—Papá, ¿está seguro? ¿Cómo sabe que esos niños de verdad son suyos?Sonreí con frialdad. Tal como lo imaginaba: no supo aguantarse.El semblante de Eduardo se endureció de inmediato:—¿Qué insinúas?Ju
Todas las miradas se clavaron en Luna, cargadas de un desprecio abierto y sin disimulo.El rostro de ella se volvió de un blanco enfermizo, apretando con fuerza los pliegues de su falda.Ahí todos eran gente astuta, no había nada que no entendieran.—¡Fabiola, estás loca! ¿Cómo pudiste casarte con mi papá?—¡Tú me amas a mí!No respondí. Solo levanté la mano.Otro bofetón, seco y sonoro, estalló contra la otra mejilla de Julian.Un murmullo de asombro recorrió el salón y de inmediato cayó un silencio absoluto.***Esta vez Julian sí quedó aturdido, con los ojos abiertos de par en par, entre el estupor y una furia indescriptible.—¿Tú… tú te atreviste a pegarme?Retiré la mano y lo miré con calma, la voz fría:—¿Y qué si lo hice? Julian, acepta la realidad.—No lo hago por vengarme de ti, lo hago porque me gusta Eduardo.—En todos los aspectos, él es mejor que tú.Hice una pausa adrede, y bajo su mirada incrédula añadí:—Además, ¿por qué piensas que yo desperdiciaría mi matrimonio en “
La yema de mis dedos rozó con suavidad la invitación con letras doradas. Allí estaban los nombres grabados con claridad:Señor Eduardo Espinoza y Señora Fabiola Paz.La comisura de mis labios se curvó en una sonrisa apenas perceptible.Abajo, la boda de Julian y Luna debía de haber comenzado ya.No… tal vez ni siquiera, porque casi nadie se había dignado a ir.Arriba, en cambio, el escenario era completamente distinto. El salón resplandecía en oro y cristal. Políticos de peso y magnates de negocios se reunían bajo las lámparas de araña.Yo, tomada del brazo de Eduardo, avancé lentamente hacia el altar.Su porte erguido y la autoridad que emanaba imponían respeto; tenía esa madurez y el magnetismo de un hombre hecho, muy distinto a la arrogancia vacía de Julian.Se inclinó hacia mí y murmuró al oído:—No te pongas nerviosa.Le devolví la sonrisa, respondiendo en voz baja:—Contigo aquí, no hay nada que temer.Cuando colocó el anillo en mi dedo, mi corazón no se agitó con violencia como
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