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Capítulo 3

Auteur: Clara Valiente
“Vieja, el día de hoy Tomás me va a proponer matrimonio. Mira lo romántico que es el lugar que preparó. Escuché que tu hija y Tomás solo se casaron por los papeles, ni siquiera hubo anillo alguno. Tu hija fue solo mi reemplazo, ¿y tú? Tú solo fuiste el trampolín de Tomás”.

“Vieja, cuando te mueras, voy a echar a Julieta. Gracias por tu herencia. Gracias por darme esta magnífica vida de riqueza y gloria”.

Debajo de los mensajes había una foto de Tomás y Emilia abrazados de forma apasionada. También había varios videos de Emilia y Tomás en la cama.

Los ojos de Julieta ardían de ira. A su mamá le había dado un infarto porque Emilia la estaba provocando.

Y encima de todo se había atrevido a burlarse de esa manera de su madre.

—¡Ughhh...! —Julieta se vino abajo, llorando con todo su ser. Le dolía el corazón, le dolía todo el cuerpo.

No iba a perdonar a ninguno de los que causaron la muerte de su madre.

Lloró durante un buen rato hasta que por fin logró calmarse. Se limpió las lágrimas. Iba a vengar a su madre... y luego desaparecer con la cabeza en alto.

Sus ojos estaban llenos de odio.

Tomás solo había podido ser aceptado por los Meza gracias al chip cerebral para pacientes en estado vegetativo, desarrollado por su madre.

Él era un hijo ilegítimo, y ahora que había logrado hacerse con el control de Laboratorios Meza, todo se lo debía a esa tecnología.

Ella haría de una u otra manera que volviera a ser el de antes, un miserable don nadie.

Julieta salió del hospital, desorientada. Miró el cielo despejado, con la vista borrosa por las lágrimas.

Amar con obsesión, entregarse a un hombre, eso había matado a su madre.

Caminó sin rumbo fijo por las calles hasta que llegó a un restaurante donde antes comía. Se tocó el estómago, que le gruñía, y pensó en cenar antes de regresar.

Laura estaba muy ocupada con el trabajo y no podía acompañarla a comer.

Cuando Julieta entró, una camarera se acercó a tomar su orden. Pidió lo que más le gustaba: hamburguesa con papas.

Mientras esperaba, miraba por la ventana, sumergida en sus pensamientos. Se sentía agobiada y, algo incómoda, como si le costara hasta respirar.

Cuando la comida llegó, comió en silencio.

—Julieta, ¿qué haces aquí? ¿No te dije que después no aparecieras más frente a mí? ¿Acaso no tienes dignidad?

Esa voz burlona le resultó familiar. Julieta dejó de comer y alzó la vista. Frente a ella estaban Emilia y Tomás. Ahora, al mirar a Tomás, solo veía un miserable monstruo.

Sonriendo, Tomás la observaba. Sus ojos estaban enrojecidos; parecía que había llorado demasiado. Él, en su arrogancia, asumía que era por él.

Pero había perdido la apuesta. Julieta no lo había buscado en todo el día. Perdió un millón de dólares. Estaba de muy mal humor.

La indiferente Julieta lo miró, y luego se fijó en la cara de la asquerosa Emilia. Esa malvada mujer provocó la muerte de su mamá. Quería matarla, pero también sabía muy bien que, ahora mismo, no podía contra Tomás.

—Señor Meza, esto es un restaurante, y yo llegué primero. No sabía que ustedes vendrían. ¿Y a ti quién te dijo que quiero verte, maldito pendejo?

Julieta sabía que algunas personas tienen un deseo en particular de ser el centro del universo, y piensan que todos giran a su alrededor.

Tomás era una de esas estúpidas personas.

Emilia, a su lado, se enfadó aún más.

Tomás había estado de mal humor todo el día, por culpa de Julieta.

Era evidente que Julieta no había salido de su corazón. Después de cinco años... se podía amar hasta a una planta. Y ella era una persona.

—Julieta, ¿no te duele la conciencia por quitarnos veinte millones de dólares? ¿Y ahora apareces de pronto en este lugar, como si fuera una simple coincidencia? ¿Quieres más dinero de Tomás?

A Julieta le pareció ridículo.

—¿Y por qué me dolería? Mi mamá le dio una inversión a él para que pudiera llegar a donde está. Fue una relación de cooperación. Así que ese dinero es algo que me corresponde. Tengo la conciencia tranquila. Cuando Tomás tenga tiempo, vamos a firmar el divorcio. Así su amante podrá ser su esposa de verdad.

Julieta ya no tenía ánimo alguno para seguir comiendo. Se levantó y fue hacia la salida.

Emilia, con arrogancia, le gritó a sus espaldas:

—¡Julieta, yo no soy ninguna amante!

Tomás le acarició la cabeza para tratar de consolarla.

—No, amor, no lo eres. La amante es Julieta.

Al escuchar esas hirientes palabras, Julieta se detuvo por un segundo. Así que, en el corazón de Tomás, ella era la otra...

Apretó los labios con rabia y contuvo el dolor que sentía, luego siguió caminando.

Aún no era el momento de confrontarlos. Lo importante ahora era el lanzamiento del nuevo producto de la empresa de Tomás.

De pronto al salir del restaurante, justo cuando se acercaba a la acera para pedir un taxi, vio que el señor Gillet, quien había trabajado con su madre en las investigaciones, bajaba de un auto y entraba en el restaurante.

Sabía que él y su mamá nunca se llevaron bien. Y ahora, sabiendo que su madre fue envenenada... con Tomás también presente...

Llegó a su mente algo aterrador.

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