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Capítulo 2

Author: Clara Valiente
Julieta no dudó ni un segundo en tomar el cheque.

Esa determinación dejó a Tomás sorprendido por un momento. Aunque sintió cómo una ira injustificada empezaba a recorrer por sus venas, cuando recordó que tenía al lado a la pura y delicada Emilia, se vio obligado a contener su rabia.

De todos modos, él sabía muy bien lo mucho que Julieta dependía emocionalmente de él. ¿Qué importaba que se llevara el cheque? En menos de tres horas, ella estaría rogando volver con él.

Siempre que discutían, ella pedía disculpas primero. Seguro iba incluso a devolverle veinte millones de dólares que le había quitado, solo para hacerlo feliz.

Julieta aceptaría que el mundo entero la abandonara, con tal de que él siguiera a su lado.

Su corazón latía a mil solo por él las veinticuatro horas del día.

Ahora estaban peleados, hablando de divorciarse y terminar... pero, al final, ella iba a pedirle perdón como siempre.

La diferencia es que, esta vez, él no pensaba volver con ella.

Pero Tomás no conocía de verdad a Julieta, y no era consciente de que cuando ella tomaba una decisión, esta era definitiva.

En cambio, Emilia pareció volverse loca cuando de pronto vio el cheque de veinte millones de dólares. ¿Qué derecho tenía una persona común y corriente como Julieta a quedarse con el dinero?

Ahora ella, Emilia, era la mujer de Tomás, así que ese dinero le pertenecía a ella.

Molesta, observaba la cara tranquila de Julieta, lo que la enfureció cada vez más. ¿Cómo podía hacer todo esto con tanta calma?

Cuando vio a Tomás a punto de entregarle el cheque a Julieta, se lo arrebató con brusquedad de la mano y lo arrojó al suelo.

—¿ Veinte millones? ¿Julieta, por qué mejor no vas y los robas? ¡Alguien como tú no tiene ni idea de lo que es esa cantidad de plata!

Aunque Julieta amaba a Tomás, no iba a permitirle que su amante la humillara de esa manera.

Con una mirada implacable, se volteó para ver a Tomás, dejándolo con una inquietud inexplicable en el pecho.

—Tomás, estás a punto de sacar un producto nuevo al mercado, seguro que no quieres que tus escándalos se vuelvan de conocimiento público, ¿no es así? Será mejor que le digas a ella que recoja ese cheque y me lo entregue. Claro, también puedes recogerlo tú mismo y dármelo.

Tomás no se movió ni un centímetro, solo miró fijamente a los ojos a Julieta. Esa mirada penetrante le causó una mala sensación en el corazón.

¿Desde cuándo Julieta se atrevía a hablarle de esa manera?

Al ver que no se movía ni un centímetro, Julieta habló con un tono aún más calmado, pero también amenazante:

—¿Estás seguro de que no vas a recogerlo? La tecnología clave aún está en manos de mi madre. Piensa en el lanzamiento de tu producto... ¿en serio estás seguro de que tienes todo bajo control?

En el pasado, Tomás no habría cedido.

Pero, justo ahora, necesitaba más que nunca la tecnología de su mamá, y un escándalo lo arruinaría todo.

Le ordenó a Emilia que se fuera de inmediato. Luego se levantó, se agachó, recogió apresurado el cheque del suelo, y se lo dio a Julieta.

—Julieta, recuerda lo que dijiste. No vuelvas a aparecer frente a mí.

Julieta tomó el cheque como si nada y se dio la vuelta para marcharse.

El nuevo producto de Tomás jamás tendría éxito.

Porque esa tal tecnología no estaba desarrollada. Si su mamá siguiera viva, tal vez habría esperanza.

Pero...

Tomás se quedó observando con detenimiento a Julieta alejarse rápido y sin dudar. De pronto, notó lo que estaba perdiendo, y sintió algo inexplicable.

Aunque tenía a su adorada Emilia a su lado, algo se sentía... diferente.

Lautaro se acercó.

—Tomás, la misma apuesta de siempre. Apuesto a que Julieta estará rogando por volver contigo mañana por la mañana. Ella no puede vivir sin ti. Apuesto cien mil dólares.

Pues sí.

¿Cómo iba Julieta a dejarlo de verdad?

Tomás sonrió con arrogancia.

—Tres horas más tarde. Ella volverá a rogarme. Apuesto quinientos mil dólares a que lo hará.

Lautaro respondió:

—Que sean un millón de dólares. Si Julieta no vuelve mañana, tú nos das un millón de dólares. Si vuelve, nosotros te los damos a ti.

Tomás sonrió, confiado. Sin duda alguna ganaría esos un millón de dólares dólares de Lautaro.

Porque Julieta regresaría, rogando por una reconciliación.

¿Pero entonces por qué sentía ese maldito vacío en el pecho?

***

Julieta regresó a casa de su amiga, Laura Dumas.

Después de ir al funeral de su mamá, fue a la casa de Tomás y recogió todas sus cosas. Él no había vuelto a casa, así que no sabía que ella se había mudado.

Laura vivía en un amplio apartamento de tres habitaciones, bien decorado y acogedor. Pero, por trabajo, casi nunca estaba en casa.

Al día siguiente, después de desayunar, Julieta fue directo al banco para cambiar el cheque por efectivo y lo depositó en su cuenta.

Fue entonces cuando el doctor José la llamó del hospital.

—Julieta, acabo de encontrar algunas pertenencias y documentos de tu mamá en el hospital. Ven a recogerlos, por favor.

Julieta fue al consultorio del doctor José.

Él le entregó las cosas, con una mirada llena de compasión.

—Julieta, esto es de tu madre. Guárdalo bien. Y, por favor, cuídate. La señora Navarro era una gran persona. Siempre hablaba de ti con orgullo, decía que eras la mejor hija.

Al pensar en su madre, Julieta no pudo contener las lágrimas. Preguntó en voz baja:

—Doctor José, antes de morir, mi mamá se veía alterada. ¿Sabe usted qué fue lo que la afectó?

El doctor intentó recordar lo que pasó ese día.

—La señora Navarro tenía el celular en la mano. No sé qué vio, pero gritó que Tomás era un malnacido... y luego se desmayó. Mira su teléfono. Hace un momento lo puse a cargar para que lo vieras.

Después de que el doctor se fue, Julieta desbloqueó el celular. La contraseña era su fecha de nacimiento. Apresurada, comenzó a buscar pistas.

Su madre no tenía muchos amigos, solo algunos colegas de su laboratorio.

Al final, dio con un mensaje de alguien que se le hacía familiar: una mujer de perfil, con una rosa roja entre los labios, sensual y provocadora.

Con los dedos temblorosos, abrió el chat. Al verlo, de pronto su voz se quebró, llena de dolor.

—¿Cómo puede ser ella?

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