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Capítulo 4

Author: Aria
Papá soltó un suspiro y asintió a las palabras de mamá. Para ellos, Daniela ya había pagado un precio demasiado alto, y yo no debía ser tan rencorosa.

¿Entonces que casi me hayan quitado la vida era lo que yo merecía?

Bajé los párpados, mostrando con mi silencio todo mi descontento.

Al percatarse de mi actitud, Mauricio me miró serio por primera vez.

—Liliana, tu madre ya está grande, ¿por qué le haces esas caras? Han pasado seis años… Y al final, sí disfrutaste más de veinte años de una vida que no te pertenecía, ocupando el lugar de Daniela. No deberías culpar a tu mamá, la sangre siempre pesa más.

—Liliana, tu madre ya está grande, ¿por qué le haces esas caras? Han pasado seis años… Y al final, sí disfrutaste más de veinte años de una vida que no te pertenecía, ocupando el lugar de Daniela. No deberías culpar a tu mamá, la sangre siempre pesa más. Al fin y al cabo, ninguna madre puede arrancarse el amor por su hija, y, menos aún, cuando en realidad lo que hicieron fue tratar de saldar una deuda con ella.

—Mira, aquella casa de campo que en su momento estaba pensada para Daniela sigue ahí. Este fin de semana llevo a tus papás y la visitamos, como una forma de recordarla. Si no quieres ir, no pasa nada, ¿te parece?

Aunque sonaba como si me estuviera consultando, en realidad llevaba un peso que no admitía un no.

Levanté la mirada para observar a los tres: Mauricio con el rostro endurecido, mis padres en silencio, pero con esa presión en el aire que los delataba.

Parecía que si me atrevía a negarme, sería la peor de las pecadoras.

—Está bien, vayan. Al final de cuentas, ella siempre será la hija de sangre de mis padres. Y sí, también hubo errores míos en lo que pasó. Lo correcto es ir.

Respondí con calma y docilidad.

De inmediato, el rostro de Mauricio se iluminó con una sonrisa complacida.

—Sabía que mi esposa es la más noble y bondadosa. No te preocupes, yo me encargo de dejar preparada tu comida antes de salir.

Mamá, con una mano secándose las lágrimas y la otra abrazándome, murmuró con voz quebrada:

—Liliana siempre fue buena desde niña. Te lo agradezco en nombre de Daniela. Nosotros, como padres, le fallamos…

Las lágrimas cayeron calientes por mi cuello. Temblando, escondí el rostro en su regazo, sintiendo que mi cuerpo entero se dormía de tanto dolor.

Por seis años me habían repetido una y otra vez el mismo discurso, hasta casi hacerme creer que Daniela había tenido razón en clavarme aquel cuchillo.

En lo más profundo de mi subconsciente, llegué a creer que yo le debía algo, que por eso me había clavado ese cuchillo.

Pero no… el intercambio de identidad nunca fue mi elección, no fue un pecado que yo hubiera cometido, y mis verdaderos padres jamás lo hicieron con mala intención.

Sí, viví más de veinte años disfrutando de una vida que no me correspondía, pero si Daniela hubiera querido, yo habría dejado la casa Salazar en ese mismo instante. Nunca pensé en disputarle nada.

Entonces, ¿qué hice mal? ¿Por qué tenían que arrastrarme hasta este punto, calculando mi destino como si yo no valiera nada?

Un dolor punzante me oprimió el pecho. Corrí al baño con arcadas, mientras Mauricio, asustado, no se separaba de mí, golpeándome la espalda.

—¿Qué tienes? ¿No acabas de hacerte exámenes? ¿Qué dijo el doctor? Si es el estómago, hay que tratarlo ya, no lo dejes.

Su tono era dulce, casi suplicante. Pero dentro de mí retumbaba la duda: ¿estaba preocupado por mi salud o por la posibilidad de que yo estuviera embarazada?

—Mauricio… estoy embarazada.

Le sonreí con dulzura forzada, colgándome de su cuello como si jugara.

—Pronto serás papá. El doctor dijo que con mi condición es un milagro tener un embarazo, ¿no estás feliz? ¡Por fin tendremos un hijo nuestro!

La sonrisa de Mauricio se congeló. Me miró, intentando encontrar algún rastro de broma en mi rostro. No lo había. Nada.

—Liliana, no digas eso… esas cosas no se dicen en broma. El doctor fue claro: tu cuerpo no está en condiciones para un embarazo.

Su voz temblaba, los ojos llenos de un pánico que ya no pudo esconder. Así es mi marido.

—No estoy bromeando. ¿No te alegra?

Esperé su respuesta aferrándome a la última chispa de ilusión. Mauricio se recompuso, me sostuvo la mirada con seriedad.

—Amor, el doctor ya lo explicó. Tu cuerpo no está listo para un hijo. Tenemos que interrumpirlo. Si algo te pasara… ¿qué haría yo?
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