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Capítulo 102

Author: Celia Soler
—No idealices tanto a los hombres, y menos a uno como Gabriel, que es de los que se ven muy serios, pero tienen sus mañas. Si de verdad fuera tan recto como dices, no se habría acostado contigo aprovechando que estabas borracha. Poniéndolo bonito, fue una noche y ya; diciéndolo sin rodeos, eso fue abuso.

Andrea continuó.

—Además, te lleva seis años, tiene mucha más experiencia que tú. Es un tipo que maneja el Grupo Solara mientras ejerce de médico, manteniendo a su empresa como la número uno de la ciudad. Para lograr eso se necesitan agallas y ser muy astuto. En cuanto a intrigas, no tienes cómo ganarle. Mi hermano siempre dice que si hay alguien más calculador que él, ese es Gabriel. Un hombre así no hace nada que no quiera, nadie puede obligarlo. Si se está haciendo responsable es porque quiere. ¿Y por qué querría? ¡Pues porque le gustas, obvio!

Regina sintió que Andrea solo intentaba consolarla.

—A ver, te cuento otra cosa.

Le contó cómo la noche anterior había ido al club 1997 a
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    Él le había prometido que le sería leal.El ánimo de Regina por fin mejoró. Volvió a guardar el vestido en su lugar y cerró el cajón.***Aprovechando que Gabriel estaba de viaje por trabajo, contrató a unos instaladores para que colocaran el lavavajillas, el horno y todo lo que le faltaba a la cocina; de una sola vez, compró todo lo necesario.En el balcón, instaló un tendedero, una mesita con sus sillas y solo faltaban algunas plantas para que quedara perfecto.Planeaba ir al mercado de flores y plantas para ver qué encontraba, pues los precios en las florerías cercanas eran algo elevados y de seguro allá conseguiría algo más barato.De pronto, sonó el timbre.Se quedó inmóvil un instante, sin entender quién podría buscarla. Se preguntó si sería el asistente de Gabriel.Fue a abrir, pero antes echó un vistazo por la mirilla digital y vio a la madre de él.Se apresuró a abrir la puerta.—Señora.Silvia le sonrió con calidez.—Regi, mi niña. Me dijo Gabriel que estabas solita en casa.

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    Cuando Gabriel terminó de hacer la maleta, la cerró y la puso de pie. El silencio en la habitación le pareció excesivo y, creyendo que Regina se había dormido, se dio la vuelta para mirarla, pero se encontró con sus ojos abiertos.Estaba a punto de salir, pero se detuvo un instante. Soltó el asa de la maleta, se acercó a la cama y se sentó para darle un beso en la frente.—Vuelvo pronto.Justo cuando él iba a levantarse, Regina le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia ella.—No quiero que te vayas.Gabriel observó la seducción en su mirada. Tragó saliva y se rio entre dientes, con un tono ronco y un poco juguetón.—¿Desde cuándo eres tan pegajosa?Regina sabía bien que no debía ser tan caprichosa. Era un viaje de trabajo, no iba a ver a Mónica.Pero Mónica estaba en Estados Unidos.¿De verdad no habían tenido ningún contacto en todos estos años? Si Mónica se enteraba de que Gabriel estaba allá, seguro que lo buscaría.Gabriel sabía que era su primer viaje desde que se habían

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    —¿Ah, sí?Regina asintió con un leve murmullo y, sin dejar de mirar por la ventanilla, se sumió en el silencio.Gabriel la observó fijamente por un instante y no apartó la vista hasta que el semáforo cambió a verde.***Al llegar al edificio, estacionó el carro en uno de los cajones de abajo.Ella se quitó el cinturón de seguridad y bajó. Gabriel la imitó.—No hace falta que me acompañes, ve a trabajar.—Te acompaño.Ante su insistencia, ella cedió y asintió en silencio.Entró al edificio con Gabriel siguiéndola de cerca. Subieron juntos al elevador, sin decir una sola palabra.Cuando llegaron al departamento, Regina abrió y, en cuanto entró, él la siguió, cerrando la puerta tras de sí.Al escuchar el sonido de la puerta, se volteó, extrañada.—Gabriel, ¿no tenías que…?No alcanzó a terminar la frase. De pronto, una mano fuerte la sujetó por la cintura y la empujó con suavidad hacia un lado, hasta que su espalda tocó la pared.Ella alzó la vista, tensa, justo cuando los labios de él se

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    Regina estaba de buen humor, así que comía con mucho apetito. Probó de todo y no dudó en servirle a Gabriel, incluso se tomó la molestia de cortarle el filete.Animado por ella, él también terminó comiendo bastante. Aunque habían pedido mucha comida, no desperdiciaron nada y se lo acabaron todo.Fue una comida muy agradable. Ella sintió que el gasto había valido la pena.Cuando el mesero se acercó para cobrar, ella ya tenía la tarjeta en la mano, lista para pagar, pero Gabriel se le adelantó y le entregó su tarjeta negra.Ella observó cómo el mesero se llevaba la tarjeta y, mordiéndose el labio, protestó en voz baja.—Habíamos quedado en que yo invitaba.Además, él ya le había dado una tarjeta de crédito, que era la que usaba para comprar los electrodomésticos y los muebles para la casa. Para los gastos del día a día usaba la suya, pero, aunque fueran esposos, a veces se sentía un poco cohibida.Después de todo, la casa donde vivía también era de él.Gabriel le restó importancia al asu

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    Al escuchar su respuesta, el corazón de Regina se aceleró.—Entonces, ¿a dónde quieres ir a comer?Ella se volteó a verlo.—¿No que me ibas a invitar a comer? —dijo Gabriel con calma.Ella echó un vistazo rápido por la ventana del carro.—Aquí está perfecto.Estaban cerca de Plaza Dorada. El centro comercial tenía muchísimas opciones para comer y todos los restaurantes eran agradables.Gracias al like que le dio Sebastián Rivas, las ventas de la ropa de la tienda habían alcanzado un nuevo récord, y los fans del cantante agotaron todas las joyas que ella había diseñado. Ayer, siguiendo el consejo de Andrea, había abierto una preventa en línea y también empezó a aceptar pedidos en la tienda física.Su amiga no le cobraba mucha comisión, así que la mayor parte de las ganancias iban para ella. Por eso, en ese momento andaba muy bien de dinero.Alan los dejó en la entrada número dos y se fue a estacionar el carro.Regina y Gabriel subieron por la escalera eléctrica. Como ella trabajaba ahí,

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    Regina no se imaginó que una simple mentira, dicha sin pensar, pudiera ser descubierta tan rápido.Se quedó paralizada.Al otro lado de la línea, la voz masculina continuó.—Acércate.Su tono era indescifrable, sin rastro alguno de emoción.A Regina le había costado un mundo convencer a Mateo para que salieran, y ahora solo podía quedarse viendo cómo se alejaba hasta perderse de vista. Sabía que volver a conseguir una cita con él sería prácticamente imposible.Suspiró resignada. La llamada se cortó. En el cruce, el semáforo cambió a verde y el resto de los carros empezó a avanzar, pero el Maybach seguía ahí, inmóvil.Guardó el celular en su bolso y, dibujando en su cara la sonrisa más resplandeciente que pudo, trotó hacia el carro.Alan bajó con actitud servicial para abrirle la puerta trasera. Apenas se acomodó en el asiento, Regina se volteó hacia Gabriel y exclamó con una dulzura empalagosa:—¡Mi amor! ¡Qué coincidencia! No puedo creer que nos hayamos encontrado aquí, ¡es el destino

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