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Capítulo 2

Penulis: Mantecaito
Me di la vuelta y me encontré con la mirada de Adrián.

Ignoró por completo mi estado deplorable, frunciendo el ceño con severidad.

—¿Quién te dijo que vinieras al hospital sin avisar? Esto es mi lugar de trabajo, no un centro de entretenimiento.

Su actitud seria contrastaba brutalmente con la dulzura que había mostrado hacia Lucía momentos antes.

Debería haberme sentido herida, como tantas otras veces que me ignoró.

Pero en ese momento, solo sentía un vacío helado.

—Dijiste por teléfono que estabas enfermo. Vine a comprobarlo.

Ese día había esperado todo el día frente al registro civil, hasta que finalmente logré contactarlo al cierre.

Cuando dijo que estaba enfermo, corrí sin pensarlo.

Ahora me alegraba de haberlo hecho.

Al menos así sabía la verdad.

Él desvió la mirada, incómodo.

—Escuchaste mal. Enfermo no estaba yo, sino Lu...

—No, el error fue mío.

Lo interrumpí.

Mío, desde el principio.

—No los molesto más.

Me alejé.

Adrián no me siguió, porque Lucía comenzó a llorar.

—¿La señora está enojada conmigo? Es mi culpa.¿Por qué siempre me enfermo?

La voz reconfortante de Adrián llegó hasta mí:

—No es tu culpa, es ella la que no tiene comprensión.

Aceleré el paso.

En el taxi, recibí su llamada.

Casi no contesto, pero insistió.

—¿Sí?

—Supongo que no estarás muy ocupada estos días.

Su tono era inusualmente suave.

Guardé silencio.

Él continuó:

—Lucía acaba de ser operada. Necesita tres días de reposo. Como no tienes nada que hacer, podrías cocinar y traerle comida. Es joven, recién empieza a trabajar y no tiene a nadie. Como su amiga, deberías cuidarla.

Cada palabra sobre Lucía goteaba preocupación.

Pero yo había roto con mis padres por seguirlo. Lloraba de nostalgia en sueños constantemente.

En esta ciudad extraña, él era mi única persona.

Y nunca, ni una vez, mostró esa preocupación por mí.

Amar es preocuparse.

Me tomó cinco años entenderlo.

Ante mi silencio, intentó seguir hablando.

Pero respondí simple:

—De acuerdo.

El otro lado calló.

No esperaba mi aceptación tan fácil, cocinar para su querida pupila.

Lo que no sabía era que ya había tomado una decisión.

Antes de salir del hospital, había agendado dos cosas:

1. Una cita para abortar en tres días.

2. Un boleto de avión de regreso a casa.

Adrián siempre dijo:

—Un papel de matrimonio no me ata. Solo tu amor puede.

Pues si ni mi amor pudo entonces lo dejaba ir.

Al llegar a casa, el agua seguía fría.

El calentador llevaba dos semanas roto, necesitaba un repuesto.

Él dijo:

—No gastes en técnicos. Yo lo arreglo.

Pero siempre estaba "ocupado" cuidando a Lucía.

Esperé. Como esperé por nuestro matrimonio.

Pero nuestro amor, como el calentador, ya estaba inservible.

Contraté a un técnico profesional.

Cuando el agua caliente fluyó, algo en mí se calmó.

Descubrí que podía vivir sin Adrián.

Esa noche, no volvió.

Al día siguiente, llevé la comida a Lucía como prometí.

La segunda noche, tampoco apareció.

Al tercer mediodía, mientras bajaba con el termo, lo vi esperándome junto al auto.

Fumaba, su perfil aún perfecto.

Se acercó rápidamente, tomó el termo y dijo:

—Gracias por el esfuerzo.

Ironía pura.

Nuestra licencia matrimonial podía esperar, pero la comida de Lucía no.

Me sonreí sin humor.

Él, inesperadamente, apartó un mechón de mi pelo:

—Perdón por cancelar again. Cuando Lucía se recupere, iremos al registro.

Antes, esas palabras me habrían emocionado.

Ahora solo pensaba en cómo rechazarlo.

Hasta que sonó su teléfono. La pantalla mostró: "LUCÍA".

En dos segundos, ya se giraba:

—No se siente bien. Debo irme. Cuídate.

Como las dieciséis veces anteriores, la llamada de Lucía era una orden.

Lo observé irse. En casa, empaqué.

Como siempre me adapté a su vida, mis cosas cabían en una maleta.

Al terminar, miré alrededor.

Nada había cambiado. Como si nunca hubiera existido allí.

Intenté descansar, pero una solicitud de amistad apareció: "Soy Lucía Mendoza."

Acepté.

Y al instante me arrepentí.

Sabía que no sería agradable pero no tanto.
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