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Capítulo 5

Penulis: Jinensea
—Ya sé, lo sé. Pero hoy nos divorciamos y ya no voy a estar cerca de él. No tengo idea de cuándo va a eliminar lo que le queda, y si algo le pasa, todo mi esfuerzo se habrá ido a la basura.

—¿Qué le va a pasar? Con su tía fuera, ahora es el dueño de Grupo Atlas. Es el amo de la ciudad, hace lo que quiere —dijo David con obvio fastidio.

Samantha intentó calmarlo.

—Ya, ya, no te enojes. De todas formas, ya no voy a tener nada que ver con él. Y como ya estamos en esto, mejor dame algo para que se desintoxique.

Respiró hondo y volvió a sentarse para escribir una receta.

—Por suerte ya solo queda un diez por ciento de la toxina. Todavía tienes el catalizador que usábamos con Gael, ¿no?

—Sí, claro —asintió ella.

En realidad no lo tenía, pero no quería preocuparlo. De cualquier manera, solo era un diez por ciento de la toxina, y ya estaba debilitada. Con hierbas normales se iría eliminando poco a poco. No podía pagar los ingredientes que usaba para tratar a Gael. Si no, no habría venido a pedirle ayuda.

David terminó de escribir la receta, llamó a su asistente y le pidió que preparara los ingredientes. Luego, se dirigió a Samantha.

—¿Y qué piensas hacer ahora?

—Quiero abrir un restaurante de comida saludable, Sabor y Bienestar. Seguir los pasos de mi abuela.

—¿No has pensado en venir a la clínica? Con todo lo que sabes de medicina, es un desperdicio que solo te dediques a la cocina.

—Sabes que no puedo atender pacientes —respondió con una sonrisa amarga.

David lo sabía, pero creía que después de tantos años, y de haber pasado los últimos tres desintoxicando a Gael, ya lo habría superado. Al parecer, no era así.

—Si tu abuelo viviera, seguro querría verte continuar con su legado.

—¿Para qué, si ya lo estás continuando tú? Además, un chef de comida saludable es casi como un doctor. Mejor mándame a los pacientes que necesiten mejorar su alimentación —dijo con una sonrisa, cambiando de tema hábilmente.

David entendió la indirecta y dejó el tema.

—Claro. ¿Y tienes suficiente dinero para el restaurante?

—Me voy a asociar con Mariana. Ella pone el dinero y yo el trabajo.

Al escuchar eso, David se molestó otra vez.

—No puedo creer que, después de tres años como su esposa, no tengas ni para rentar un local.

Era cierto, ¿quién lo diría? Ni siquiera Gael lo creería. Solo haría cuentas: cien mil dólares al mes, que en tres años sumarían tres millones seiscientos mil.

La realidad era que en su cuenta no tenía ni seis mil.

Al salir de la clínica, David la acompañó. Mientras esperaban un taxi, le preguntó:

—Y... ¿en serio no te pone triste divorciarte de él?

Claro que lo estaba. Pero tenía que hacerlo; él no la quería. Y ella no era masoquista como para aferrarse a alguien a quien no le importaba.

—Un poco, sí —respondió Samantha, levantando la mirada para sonreírle—. La verdad, me encantaba la residencia de San Pedro.

El comentario lo hizo reír. Le revolvió el cabello con cariño.

Cuando ella iba a responder, David la tomó por la cintura y dio un paso brusco hacia atrás.

—¡Fshhh!

Al mismo tiempo, un auto de lujo pasó a toda velocidad. Si no fuera por su rápida reacción, el impacto los habría lanzado por los aires.

Samantha palideció, todavía procesando el susto.

—Tranquila, tranquila —dijo él, abrazándola para calmarla, con un gesto de preocupación genuina.

***

Dentro del auto, Tadeo chasqueó la lengua.

—Ese es David, ¿no? Es un doctor de medicina naturista muy cotizado; todas las familias importantes lo buscan. Hasta mi abuela confía ciegamente en él. No sabía que era el siguiente en la lista de Samantha. Aunque su cartera no se compara con la tuya, ni de chiste.

La cara de Gael se volvió seria. Aunque sabía que ella estaba ansiosa por divorciarse para empezar de nuevo con alguien más, verlo con sus propios ojos lo llenó de una furia inesperada.

Aún no estaban divorciados y ya se estaba abrazando con otro. Era una humillación.

—¿Te enojaste? —preguntó Tadeo, sorprendido—. ¿No se supone que la detestas? Deberías estar feliz de que se va con alguien que no te llega ni a los talones.

Gael no respondió, pero su expresión se tornó aún más sombría. Una idea cruzó la mente de Tadeo.

—No me digas que te empezó a gustar.

—Cállate.

—Uy, sí —dijo Tadeo con una sonrisa burlona.

Una mirada fulminante de Gael bastó para que Tadeo cerrara la boca.

Sin embargo, ya estaba convencido de haber descubierto el secreto de su amigo.

Se iba a poner interesante.

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