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Capítulo 2

Author: Esperanza Marín
Rompió su propia regla: bebió alcohol. Se notaba en su voz; incluso parecía estar un poco ebrio.

Pero, ¿en serio Adrián era capaz de gritar así?

La imagen que Olivia tenía de él era muy distinta. En la preparatoria, Adrián había sido el típico estudiante brillante e inalcanzable. No solo mantenía una seriedad mientras resolvía problemas matemáticos, sino que incluso en las canchas deportivas ignoraba a las chicas enamoradas que corrían a ofrecerle agua.

Más tarde, cuando se convirtió en su esposo, Adrián pasó a ser un hombre educado, pero de emociones tan estables que rozaban la inexistencia. Nunca reía, nunca se enfadaba. Siempre mantenía esa actitud indiferente, tan lejana que, en las raras ocasiones en que sus dedos se rozaban, Olivia sentía que su temperatura corporal era baja, casi inerte.

Sin embargo, la cámara del video recorrió las caras de los presentes y ahí estaba él: con las mejillas encendidas, los ojos brillantes y una copa en alto, riendo abiertamente hacia la cámara.

—Bienvenida a casa, Pau.

Resulta que sí sabía reír. Resulta que él también tenía momentos de pasión. Resulta que él también podía tratar a una mujer con cariño.

No se reía con ella, no sentía pasión por ella y, mucho menos, la llamaba por un apodo cariñoso.

—Señora, ¿ya va a levantarse? —La voz de Rosa resonó desde el pasillo.

La vida de Olivia era metódica y disciplinada. Al notar que no había ruido en la habitación, la empleada se preocupó de que necesitara ayuda; a fin de cuentas, el problema en su pierna era una realidad ineludible.

Olivia dejó el celular a un lado.

—Sí, enseguida salgo.

Su propia voz la sorprendió: sonaba ronca, al borde del llanto.

Para el desayuno, Rosa había preparado fruta picada y pan dulce. Olivia apenas pudo comer un par de bocados antes de sentirse llena.

—Señora, ¿qué le gustaría para la comida y la cena? —preguntó Rosa, dejándole un vaso de leche cerca de la mano.

—Lo que sea, pero... —Estuvo a punto de responder con su frase habitual: “Prepare lo que más le guste al señor”, pero se tragó las palabras a tiempo.

Rosa, acostumbrada a esa rutina diaria, entendió la intención y se apresuró a explicar:

—El señor Vargas avisó que no vendrá a comer hoy, tiene un compromiso de negocios.

Olivia asintió.

Claro que no vendría a comer. Ella ya lo sabía. Acababa de verlo en Instagram: Paulina había publicado un calendario detallado de quién invitaría a comer durante toda la semana y qué platillos se le antojaban. El texto de la foto decía: “El cariño de la época estudiantil es el más sincero. ¡Soy una niña mimada por mis muchachitos!”

La rutina diurna de Olivia consistía en estudiar el idioma durante dos horas, seguidas de varias horas de teoría del arte.

Si no buscaba algo en qué ocuparse, ¿cómo iba a soportar las horas muertas? ¿Iba a dedicar toda su existencia a esperar a que un hombre regresara a casa?

Ya lo había hecho antes. Y el sabor de la espera era demasiado amargo.

Pero esta vez su agenda era diferente. La carta de aceptación que había recibido debía ser de la última ronda de admisiones de la universidad, así que tenía que confirmar su plaza.

Por eso, lo primero que hizo fue realizar la transferencia bancaria para la matrícula. Cuando la notificación del cargo apareció en la pantalla de su celular, exhaló.

Estaba un día más cerca de dejar a Adrián.

Al atardecer, se cambió de ropa, lista para salir.

Rosa la miró con curiosidad.

—Señora, ¿a dónde va?

Sin la compañía de Adrián, Olivia casi nunca salía de casa.

—Una compañera de la universidad vino a la ciudad para una presentación, me invitó a verla —mintió.

En realidad, planeaba hospedarse en un hotel cerca del lugar del examen al día siguiente por la mañana. El examen era muy temprano, y temía que el tráfico le impidiera llegar a tiempo si salía desde casa.

Meses atrás ya había presentado el examen, pero no alcanzó el puntaje ideal. Aun así, como el plazo para las solicitudes de posgrado se agotaba, envió los papeles con esa calificación. Jamás esperó ser admitida, por lo que, por pura precaución, había programado este segundo intento.

Afortunadamente, la universidad permitía actualizar el certificado del idioma más adelante.

—Pero... —Rosa miró su pierna—, ¿quiere que la acompañe?

—No es necesario, es una reunión de chicas, sería incómodo llevar a alguien más —respondió Olivia, manteniendo una expresión indiferente.

—Entonces le avisaré al señor para que esté tranquilo —insistió la empleada, temerosa de que algo le sucediera bajo su supervisión.

—No, deja que trabaje en paz, no lo molestes. Cuando termine de ver a mi amiga lo llamaré para que pase por mí —dijo Olivia, tomando su bolso y saliendo por la puerta.

Considerando su dificultad para caminar, Adrián había comprado ese departamento de lujo en un piso con acceso directo, así que Olivia solo tuvo que tomar el ascensor para bajar.

En cuanto salió a la calle y sintió la luz del sol, bajó la cabeza por inercia. Encogió los hombros, se ajustó el sombrero y se subió el cuello del abrigo.

Desde que quedó coja, la Olivia que brillaba con confianza en los escenarios se había esfumado. La “Olivia lisiada” no tenía el valor de enfrentarse a la mirada pública.

Rosa siempre le decía que era mejor esperar a que el señor Vargas pudiera acompañarla. Adrián también repetía que, sin él a su lado, era mejor que ella se quedara en casa.

Pero ninguno de los dos entendía la verdad. Lo que más le aterraba a Olivia era salir con Adrián. Le daba más miedo que salir sola.

Porque en los ojos de cada persona que los veía juntos, ella podía leer la misma pregunta cruel: “¿Por qué un hombre tan perfecto tiene una esposa coja?”

Pidió un taxi por aplicación y se dirigió hacia la zona del hotel.

Durante el trayecto, miraba en silencio el paisaje urbano a través de la ventanilla, cuando de pronto reconoció un vehículo estacionado al borde de la calle. Era el auto de Adrián.

—Espere, deténgase aquí, por favor —le pidió al conductor.

El auto de su esposo estaba frente a un restaurante exclusivo. El día anterior había invitado uno de los amigos de la infancia; ahora le tocaba a Adrián, tal como Paulina lo había publicado.

Bajó del vehículo como impulsada por una fuerza ajena a su voluntad. Al entrar al restaurante, fue a la recepción.

—Vengo a ver al señor Vargas, ya me están esperando —dijo, y proporcionó los últimos dígitos del celular de Adrián para confirmar.

El recepcionista la guio hasta la puerta de un salón privado.

—Es aquí.

—Gracias.

Olivia agradeció, pero en el fondo no sabía qué estaba haciendo allí. En casa había sentido impulsividad y coraje, pero ahora, parada frente a la puerta, el valor para empujarla se le había escapado.

Desde el interior se escuchaban risas y una conversación animada.

—Hoy no puedo llegar tarde, y nada de alcohol. Ayer llegué tomado y mi vieja se puso como una fiera.

Esa voz era de uno de los amigos de la infancia de Adrián.

—¿En serio? ¿Dónde quedó el que decía que los amigos eran primero? Ahora resulta que eres un mandilón. Menos mal que mi Adri sí es un amigo de verdad.

Esa era Paulina. Su voz sonaba dulce, empalagosa y suave. Así que ese era el tipo de personalidad de ella.

Y ese era el tipo de chica que le gustaba a Adrián. Qué lástima. Olivia no era así, y aunque quisiera, no podría fingirlo.

El amigo de Adrián continuó:

—¿Cómo nos comparas? Adrián es caso aparte. Olivia no se atrevería a decirle ni media palabra.

—Hablando de eso... —Paulina volvió a hablar—, Adri, escuché que tu esposa es coja. ¿Es verdad? ¿Qué le pasó?

Nadie respondió a la pregunta de Paulina.

Pero el corazón de Olivia se contrajo dolorosamente.

Los amigos de Adrián aprovecharon el silencio para opinar.

—Adri, es que da coraje. Mírate: tienes dinero, eres guapo, exitoso. Podrías tener a la mujer que quisieras. ¿Por qué demonios te casaste con una lisiada?

—En serio, eres el mejor de todos nosotros. Pero con Olivia... ya sea para una junta, una cena de negocios o una rueda de prensa, no puedes llevarla a ningún lado. ¿No sientes que saliste perdiendo?

Así que era eso...

Adrián siempre le decía que no necesitaba involucrarse en sus asuntos, que bastaba con que ella se quedara tranquila en casa esperando a que él trajera el dinero.

Su propia familia, la de Olivia, lo adoraba por eso. Todos decían que ella tenía una suerte inmensa. Pero la realidad era otra: él sentía que no podía exhibirla en público.

Desde el interior del salón, se escuchó la risa amarga de Adrián.

—Ella me ayudó en su momento. Le debo mucho, es gratitud.

—¡Si le debías algo, ya le diste suficiente dinero! ¡Con eso quedaban a mano!

—Exacto. Debiste haberle pagado lo suficiente y ya. ¿Qué necesidad había de sacrificar tu felicidad de por vida?

—Piénsalo bien. Si llenaras la casa de cruces y velas al menos tendrías bendiciones, ¿pero de qué te sirve tener a esa mujer en casa...?

—Sí, ¿qué puede hacer por ti? No sirve para los eventos sociales, y en casa seguro te da miedo que se le caiga el café encima si intenta servirte. ¿Te sirve el café así... así, caminando de lado?

Una carcajada general estalló en el salón. La risa de Paulina sobresalía, burlona.

—¿En serio tu esposa camina así?

Pegada a la puerta, Olivia sintió que toda la sangre se le subía a la cabeza. La ira y humillación la hicieron perder la cordura momentáneamente.

Empujó la puerta con fuerza, abriéndola. El interior era un caos de risas.

Uno de los amigos, Beto, sostenía una copa y caminaba por el salón exagerando una cojera grotesca, arrastrando un pie y torciendo el cuerpo mientras fingía una voz aguda.

—Toma... ¡Ay, que me caigo! ¡Abrázame!

Olivia clavó la mirada en Adrián, esperando desesperadamente que su esposo, el hombre al que había amado con toda su alma, tuviera alguna reacción, y que la defendiera.

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