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Mi Desamor Ideal
Mi Desamor Ideal
Author: Esperanza Marín

Capítulo 1

Author: Esperanza Marín
Del baño llegaba el sonido constante del agua cayendo. Era Adrián Vargas, dándose una ducha.

Eran las tres de la madrugada. Acababa de llegar. Olivia Muñoz estaba parada frente a la puerta del baño; tenía algo importante que hablar con él. Se sentía nerviosa, dudando si él estaría de acuerdo con lo que estaba a punto de decirle.

Cuando pensaba en cómo abordar el tema, escuchó un ruido extraño desde adentro. Agudizó el oído y entonces entendió. Se estaba... dando placer.

Los jadeos y gemidos llegaban uno tras otro, como martillazos crueles en su pecho. El dolor se expandió como una marea; sentía que se ahogaba en la angustia, incapaz de respirar. En realidad, ese día era su aniversario de bodas. Llevaba cinco años casada con él y nunca habían tenido intimidad.

¿Prefería hacerlo él solo antes que tocarla?

Conforme su respiración se aceleraba, Adrián dijo bajito, extremadamente cauteloso:

—¡Pau...!

Ese nombre fue el golpe final, el que la destrozó. Algo dentro de ella se derrumbó, haciéndose polvo. Olivia se tapó la boca con fuerza para no llorar, se dio la vuelta para huir, pero tropezó en el primer paso. Chocó contra el lavabo y cayó al suelo.

—¿Olivia? —Adrián todavía sonaba agitado desde adentro; se notaba que intentaba controlarse, pero su respiración seguía siendo pesada.

—Yo... quería usar el baño, no sabía que te estabas bañando... —mintió torpemente, aferrándose al lavabo con desesperación para intentar levantarse.

Pero cuanto más se apuraba, más patética se sentía. Había agua en el piso y en el mueble. Apenas logró ponerse de pie cuando Adrián salió. Llevaba la bata de baño blanca mal puesta por la prisa, aunque el cinturón estaba atado con fuerza.

—¿Te caíste? Déjame ayudarte —dijo, haciendo el intento de cargarla.

Las lágrimas de dolor le llenaban los ojos, pero aun así empujó su mano, sintiéndose humillada pero firme.

—No hace falta, puedo sola.

Luego, tras resbalar otra vez y casi caer de nuevo, cojeó apresuradamente hasta refugiarse en la recámara. “Huir”. Esa era la palabra exacta. En los cinco años que llevaba casada con Adrián, no había hecho otra cosa más que huir. Huir del mundo exterior, huir de las miradas curiosas de la gente y también de la lástima y la compasión de su esposo.

¿Cómo podía ser que la esposa de Adrián Vargas fuera una coja? ¿Cómo podía una mujer así estar a la altura de alguien tan brillante y exitoso como él? Y pensar que antes tenía unas piernas perfectas...

Adrián la siguió y, con un tono suave y de preocupación, dijo:

—¿Te lastimaste? Déjame ver.

—No, estoy bien. —Se envolvió en las sábanas, escondiendo su vergüenza junto con ella bajo la tela.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó, genuinamente preocupado.

—Sí. —Olivia le dio la espalda y asintió con fuerza.

—¿Entonces nos dormimos? ¿No querías ir al baño?

—Ya se me quitaron las ganas. Mejor duérmete, ¿sí? —murmuró.

—Está bien. Por cierto, hoy es nuestro aniversario. Te compré un regalo, ábrelo mañana a ver si te gusta.

—Sí.

El regalo estaba en la mesa de noche; ya lo había visto. No necesitaba abrirlo para saber qué era. Todos los años era una caja del mismo tamaño con un reloj idéntico adentro. En su cajón, contando los regalos de cumpleaños, ya había nueve relojes iguales. Este era el décimo.

La conversación terminó ahí. Apagó la luz y se acostó. Olía al aroma húmedo del jabón, pero apenas sintió que el colchón se hundiera. En esa cama king size, dormía de un lado y él en el extremo opuesto; en el espacio que quedaba entre los dos cabían otras tres personas. Ninguno mencionó a “Pau”, ni mucho menos lo que estaba haciendo en el baño. Fue como si nada hubiera pasado.

Olivia se quedó acostada, tensa, sintiendo un ardor insoportable en los ojos. Pau. Paulina Castillo. Su compañera de universidad, su primer amor, su diosa inalcanzable.

Al graduarse, Paulina se fue al extranjero y terminaron. Adrián cayó en una depresión y se dedicó a beber diario.

Olivia y él habían sido compañeros en la secundaria. Admitía que desde esa época le gustaba en secreto.

En aquel entonces, era el más guapo de la escuela, el estudiante modelo y serio. Ella era una estudiante de artes; aunque también era bonita, había muchas chicas lindas. En una preparatoria donde las calificaciones lo eran todo, los de artes no destacaban tanto, e incluso algunos los veían con prejuicios.

Así que su amor fue platónico y solitario; nunca imaginó que algún día podría acercarse a él. Hasta que, graduada de la academia de danza y de regreso en casa por las vacaciones, se encontró con ese Adrián destruido.

Esa noche también estaba borracho, caminando en zigzag por la calle. Cruzó sin fijarse en el semáforo y un auto venía a toda velocidad sin tiempo para frenar. Fue ella, quien lo seguía preocupada, la que lo empujó para salvarlo. Pero el auto la golpeó.

Era bailarina. Ya tenía asegurada el ingreso a la maestría. Pero por ese accidente, quedó coja. Nunca más pudo volver a bailar.

Después, él dejó de beber y se casó con ella. Siempre sintiéndose culpable, siempre agradecido, siempre hablándole con suavidad, siempre indiferente, llenándola de regalos y dándole todo el dinero que quisiera.

Pero no la amaba. Creyó que el tiempo le daría calidez a su relación, creyó que el tiempo borraría el pasado.

Jamás imaginó que, cinco años después, seguiría teniendo a “Pau” tan grabada en su mente. Al grado de gritar su nombre mientras se daba placer a sí mismo. Al final, había sido demasiado ingenua.

No durmió en toda la noche. Leyó el correo en su celular más de cien veces. Era la carta de aceptación de una universidad en el extranjero para su maestría. Eso era lo que planeaba hablar con él esa noche: quería irse a estudiar fuera del país, quería saber si le parecía bien. Pero ahora estaba claro que no necesitaba preguntarle nada.

Cinco años de matrimonio, incontables noches dando vueltas en la cama... a partir de este momento, podía iniciar la cuenta regresiva. Cuando se levantó, fingió seguir dormida. Lo escuchó hablar afuera con Rosa, la empleada doméstica.

—Hoy tengo una cena de negocios, dígale a la señora que no me espere, que se duerma temprano.

Después de dar las instrucciones, regresó al cuarto y se asomó a verla. Seguía cubierta con las sábanas, pero las lágrimas ya habían empapado la almohada. Normalmente, antes de que se fuera a la oficina, le dejaba la ropa lista y combinada para que solo se la pusiera.

Pero esta vez no lo hizo. Fue al vestidor, se cambió solo y se fue a Graph Corporation. Solo entonces abrió los ojos, que sentía hinchadísimos.

Sonó la alarma del celular. Era la hora que se había fijado para estudiar el idioma.

Desde que se casaron, debido a su pierna, pasaba el 90% del tiempo en casa, sin salir. Tenía que dividir su día en bloques y buscar algo que hacer para matar el tiempo en cada uno. Tomó el celular, apagó la alarma y se puso a navegar sin rumbo por varias aplicaciones. Tenía la cabeza hecha un lío, no prestaba atención a nada de lo que veía.

Hasta que le apareció un video en Instagram. La persona en la pantalla le resultaba demasiado familiar...

Miró el nombre de la cuenta: @soypaucastillo. Maldito algoritmo... La fecha de publicación era de la noche anterior.

Olivia abrió el video. Sonó una música animada y luego alguien gritó:

—¡Una, dos, tres! ¡Bienvenida de vuelta, Pau! ¡Salud!

Esa voz... era la de Adrián.

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