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Capítulo 3

Author: Esperanza Marín
Sin embargo, aquella imitación exagerada provocó que los presentes estallaran en carcajadas. Paulina, sentada junto a Adrián, se rio con tantas ganas que terminó recargándose en el hombro de él. Y Adrián, para sorpresa de todos, no dijo ni una sola palabra...

Beto se dio la vuelta, todavía con la sonrisa.

—Es así...

La frase se le murió en la boca antes de terminarla al ver a Olivia parada en la puerta. Su sonrisa se congeló.

—O... Olivia...

Todos voltearon hacia la entrada. Se quedaron pasmados. Paulina se separó del hombro de Adrián y, con una naturalidad pasmosa, sonrió.

—Ah, tú debes ser la famosa esposa de Adri, ¿verdad? Pasa. Soy muy amiga de Adri.

Olivia recorrió con la mirada a todos los presentes en el privado y sintió un vacío doloroso.

Adrián se levantó y caminó hacia ella.

—¿Qué haces aquí? Solo estaban bromeando, no te lo tomes a mal.

Lo miró fijamente. Le pareció un extraño, más ajeno que nunca.

Resulta que, cuando otros se burlaban de su esposa, ¿decidía ponerse del lado de los burlones?

—Sí, eh... perdón. Era broma, no te enojes —se disculpó Beto, dejando su copa en la mesa.

—¡Olivia! —Adrián llegó frente a ella e intentó rodearla con el brazo.

Pero ella recordó a Paulina recargada en ese hombro riéndose, recordó la mano de él dándose placer en el baño, recordó ese “Pau” en aquel momento y sintió que esa mano estaba inmundamente sucia.

Se apartó.

Adrián miró su mano vacía, sorprendido, y suspiró.

—Me disculpo por ellos, ¿no te enojes, por favor? Regresando a casa te compro un regalo, lo que quieras, tú solo dime.

Paulina le lanzó una mirada de reproche juguetona a Beto.

—Ya hiciste enojar a la esposa de Adri, ¡discúlpate bien! Crees que todos son como yo, medio bruta y que tolero sus groserías, ¡ustedes bromean muy pesado con quien sea!

Olivia sonrió con amargura. Vaya santita...

Pero era obvio que ese grupo de hombres no notaba la manipulación; al contrario, se la tragaban entera.

Beto, al sentirse regañado, refunfuñó.

—¡Pero si ya me disculpé! No sabía que iba a llegar, en serio era broma.

—Una broma... —dijo Olivia con voz temblorosa, reuniendo todo el valor que le quedaba—. Solo es broma si a la persona de la que se burlan le da risa.

Era coja. No merecía a Adrián. Esa idea la había atrapado como una maldición durante los últimos cinco años. Cualquier mirada de duda o desprecio hacía que quisiera retroceder, esconderse en su nido como un animal asustado y no salir en mucho tiempo, lamiéndose las heridas en silencio.

Beto escuchó y masculló:

—¡Ya te pedí perdón!

—Yo... no acepto tus disculpas... —Olivia temblaba cada vez más; era la primera vez que enfrentaba una burla de esa manera.

—¿Y entonces qué quieres que haga? —se quejó Beto.

Olivia tampoco sabía qué quería. Solo negó, rechazando la situación, rechazando que los amigos de su esposo se burlaran de ella y, sobre todo, rechazando que su marido estuviera del lado de ellos.

—Ya basta, cállense —ordenó Adrián, interponiéndose entre ella y Beto.

Era el líder de ese grupo. Desde que se graduaron de la universidad, los había guiado. Gracias a su instinto comercial y su capacidad de ejecución, Graph Corporation había alcanzado el éxito que tenía. Por eso, cuando hablaba, nadie se atrevía a decir ni media palabra más.

Adrián la miró con esa calma habitual, una mirada tan distinta a la que tenía de brillo en el video con Paulina y dijo:

—Son mis amigos de hace años, no tienen mala intención, solo estaban jugando. Hazlo por mí, perdónalos. ¿Le digo al chófer que te lleve?

—Amiga... —Paulina hizo un puchero y se paró junto a Adrián—. Si en serio te vas a enojar, enójate conmigo, pero no le dejes de hablar a Adri. Se juntaron hoy porque regresé... Adri, dile a tu esposa que se quede a cenar con nosotros, brindo con ella para que me perdone.

Vaya hipocresía, descarada.

—Lo siento. —Olivia miró a Adrián; si Paulina se atrevía a hablar así, era porque él se lo permitía. Se tragó la amargura que le subía por la garganta—. No tomo alcohol, y mucho menos si la copa viene servida con tanta falsedad.

Paulina hizo como si estuviera a punto de llorar y miró a Adrián.

—¿Me está insultando? Yo... —Luego puso cara de estar resistiendo las lágrimas con valentía—. No pasa nada, me malinterpretó, no importa que me diga cosas, no la regañes...

La cara de Adrián se volvió seria.

—Pau lo hace con la mejor intención, ¿por qué tienes que ser tan amargada y grosera?

¿Con la mejor intención? Solo un idiota creería que eso era buena intención. ¿Adrián era idiota? No, no lo era. Entre lo correcto y lo incorrecto, eligió ser parcial. Hacia donde se inclinaba su corazón, ahí estaba la razón para él.

Olivia miró a los dos frente a ella y a las personas detrás de ellos. Sintió que había un abismo insalvable entre su posición y la de ellos. Ellos eran un frente unido, un grupo sólido, y ella no era más que una intrusa en su mundo. No, peor aún: nunca había logrado entrar en su mundo; incluso merodeando en la periferia, sobraba.

Resistió las ganas de llorar, soltó un bufido casi imperceptible, dio media vuelta y caminó hacia la salida.

A sus espaldas, escuchó a Paulina.

—Tu esposa...

—No pasa nada, ella es muy comprensiva, al rato llego a contentarla. Sigamos, no se preocupen —dijo él, aunque discretamente miró la espalda de Olivia y le envió un mensaje al chófer para que la llevara.

Olivia quería caminar con dignidad, con paso firme, pero no podía. Su pierna, cuanto más se alteraba, más le fallaba. En ese momento, huyendo de esa manera tan torpe y desesperada, ¿se vería igual a como Beto la imitaba?

Seguramente, en cuanto saliera, todos volverían a reírse a carcajadas. Se limpió las lágrimas con furia y apresuró el paso, cojeando aún más...

Cuando el chófer de Adrián salió corriendo tras ella, Olivia ya no estaba fuera del restaurante. El chófer regresó para informarle a Adrián.

Adrián arrugó la frente ligeramente y la llamó. Ella no contestó y cortó la llamada. Volvió a marcar, pero el celular ya estaba apagado.

Beto, que ya estaba molesto, aprovechó para hablar.

—Ese carácter de tu esposa es culpa tuya por consentirla tanto. Con el dinero que tienes y tu imagen, cualquier mujer te tendría en un altar en casa, y ella te hace estos dramas. Tienes demasiada paciencia.

Adrián permaneció en silencio. Los demás apoyaron a Beto.

—Beto tiene razón. Te has sacrificado mucho por ella y por su hogar, te matas trabajando, y ella no es ni para comprenderte ni para ser atenta. Te hace caras por una pequeñez, ¿vale la pena?

—Exacto, que te casaras con ella ya fue un milagro para ella. Si no fuera por ti, una coja como ella, ¿quién la iba a querer? Habría tenido que casarse con otro discapacitado.

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