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Capítulo 4

Author: Alyssa J
Cuando recobré el conocimiento, estaba en la sala de urgencias del centro de sanación. Mis ojos se posaron en el reloj de la pared.

Solo me quedaban seis horas de vida. A mi lado estaba Ethan Blackthorne, con los ojos rojos de tanto llorar.

Era el Alfa de la poderosa Manada Central. Años atrás, había sido el socio que me apoyó para abrir mi propio centro de sanación y el único que se opuso firmemente a mi relación con Marcus.

Decía que ni Marcus ni mi familia me valoraban, que solo me estaban utilizando. Tuvimos una pelea terrible por eso y rompí todo contacto con él.

Sabía que no debía molestarlo ahora. Pero en todo el mundo no se me ocurría nadie más a quien pudiera confiarle mis últimos asuntos.

—¿Qué te pasó? Según tú, tu centro de sanación iba increíble y tenías un futuro brillante, ¿no?

—Decías que tu familia era perfecta y que ya casi te casabas. ¿Cómo terminaste así? ¿Por qué los doctores dicen que te estás muriendo?

La voz de Ethan sonaba ronca mientras contenía el llanto. Yo llevaba una mascarilla de oxígeno y lo miraba, sin fuerzas.

Alguna vez habíamos hecho un pacto: si un día ya no podía más, él se encargaría de arreglar todos mis asuntos. No podía hablar, así que, con mucho esfuerzo, levanté la mano y señalé mi bolso.

Ethan sacó los contratos de cesión. Les echó un vistazo rápido, sus ojos se pusieron rojos, pero guardó los documentos con calma.

Bien. La complicidad entre nosotros seguía intacta.

Solo quedaban tres horas para mi muerte. Rechacé cualquier medida para mantenerme con vida.

Tras otro breve desmayo, desperté y vi a Ethan sosteniendo su celular frente a mí. Era una publicación de Celeste en sus redes sociales. Su última actualización eran nueve fotos.

La del centro era un retrato familiar de ella, mamá, papá y Marcus. El texto decía: “Gracias por hacer esto posible, hermana. De ahora en adelante, soy la verdadera princesa de la familia".

Al ver las fotos, Ethan, ese Alfa conocido por ser decidido e implacable, temblaba de ira. En mi corazón solo quedaba una burla amarga.

En toda mi vida, nunca me había arrepentido de una decisión, excepto por el día que mis padres me trajeron del campo, cuando elegí creer en su versión del amor familiar.

Me encontraron en un pueblito remoto. Ese día, mamá y papá llegaron a recogerme en un carro de lujo y me dijeron que yo era en realidad hija de la familia Blackwood.

Celeste era la niña que habían intercambiado por error en el hospital. Los seguí hasta esa casa imponente con una alegría pura.

En el momento en que se abrió la puerta, vi cómo por instinto protegieron a Celeste poniéndola detrás de ellos. La vergüenza, la culpa y el instinto de protegerla en sus miradas… Aún lo recuerdo todo.

Me culpo por haber estado tan desesperada por sentir el amor de una familia en ese entonces. Nunca me di cuenta de que, desde el momento en que crucé esa puerta, estaba destinada a ser la extraña.

La mayor habilidad de Celeste era apoderarse lentamente de todo lo que debería haber sido mío, bajo el favoritismo de nuestros padres.

Cerré los ojos y recordé la primera vez que Celeste me quitó algo. Fue el único recuerdo que me había dejado mi abuela: un collar con una estrella y una luna.

Cuando Celeste lo vio, les lloró a mis papás diciéndoles que ella también lo quería. Me obligaron a quitármelo y se lo pusieron ellos mismos.

A partir de ese día, todo lo que yo tenía se convirtió en algo que Celeste podía tomar cuando quisiera. Todo lo que nuestros padres habían preparado para mí, en cambio, fue para ella.

Mi cuarto se convirtió en su cuarto. Mis padres se convirtieron en sus padres.

Todo lo mío se convirtió en algo que ella sentía que tenía derecho a tomar. Una vez enfrenté a Celeste y le pregunté por qué hacía eso.

Solo sonrió y respondió:

—Ay, hermanita, ¿crees que debería darte las gracias? No voy a dejar que me robes mi vida. Me voy a quedar con todo lo que es tuyo. Con el amor de mis papás y hasta con tu prometido. ¡Me encanta verte tener todo y luego cómo vas perdiendo cada cosa que tienes!

***

Alguna vez pensé que podría demostrar mi valor con mi talento y mi esfuerzo. Alguna vez pensé que el amor de Marcus podría ser mi salvación.

Fui demasiado ingenua. Subestimé veinte años de crianza y sobreestimé los frágiles lazos de sangre.

Perdí. Pero les preparé un último regalo. Antes de inyectarme la poción de vida, había organizado todo cuidadosamente: todos mis expedientes médicos, el diagnóstico que probaba mi envenenamiento por plata, la cronología del engaño de Celeste y las pruebas de cómo se robó el crédito por mi trabajo.

Lo metí todo en sobres cerrados y se los envié a mis padres y a Marcus. Pronto sabrían la verdad, aunque fuera una verdad que tuve que comprar con mi vida.

Solo quedaban nueve minutos para mi muerte. Mi consciencia empezó a desvanecerse y mi vista se nubló poco a poco.

Pero aún pude distinguir el mensaje que mamá le acababa de mandar al celular de Ethan:

“Aria, Celeste tiene nuevas ideas para los planos de remodelación de la finca. Cuando tengas tiempo, habla con el diseñador”.

“Además, Celeste se muda la próxima semana. Acuérdate de sacar tus cosas rápido para que no estorben”.

Hasta el último momento de mi vida, en lo único que pensaba mamá era en Celeste. Así que, para ella, yo no era más que un objeto que podía desechar en cualquier momento.

Está bien… Ethan parecía estar llorando y gritándome algo al oído, pero yo ya no podía escuchar nada.

Después de luchar tantos años, estaba agotada. Por fin podría dormir bien…

20 de mayo, Aria Blackwood murió en el Sanatorio Central, a los 27 años.
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