Mi venganza Después de la Muerte

Hace tres años, sufrí un envenenamiento por plata mientras defendía a mi familia durante el ataque de unos lobos desertores.

Pero, de alguna manera, mi hermana fue la que se llevó todo el mérito. Cuando volvimos a la manada, inventó una historia sobre cómo ella había enfrentado con valentía a los otros lobos mientras yo me escondía, paralizada por el miedo.

Mis intentos por contar la verdad fueron tachados de celos y de una simple necesidad de llamar la atención.

A partir de ese día, Celeste empezó a tener misteriosos problemas de salud.

Cada vez que supuestamente se sentía mal, lo que pasaba convenientemente seguido, se esperaba que yo renunciara a algo por su bienestar. A mi cuarto, cuando el suyo le parecía muy chico. A mi tiempo con Marcus, cuando ella necesitaba apoyo emocional.

Papá me lo recordaba siempre.

—Celeste es una heroína.

—Deberías ser más comprensiva. Se sacrificó por la familia.

Incluso ahora, en las etapas finales de mi envenenamiento por plata, querían que donara un riñón para tratar la insuficiencia renal de Celeste.

Así que rechacé el tratamiento conservador. Me inyecté la poción de vida de la bruja. Sabía que moriría dentro de 72 horas.

Mi vida entró oficialmente en su cuenta regresiva.

Después de dejar todo arreglado, fui al cuarto privado de Celeste en el hospital.

Adentro, papá estaba descorchando una champaña. Mamá y Marcus rodeaban la cama de Celeste, con el júbilo pintado en sus caras.

Cuando me vieron entrar, las risas alegres de la familia se detuvieron.

—¿Qué haces aquí? ¿Vienes a arruinarle el momento a Celeste a propósito?

Mamá fue la primera en hablar, sonaba juiciosa y molesta.

—¿Cómo es posible que en la familia Blackwood hayamos criado a una hija tan insensible y egoísta? Celeste es tu hermana. ¿Qué te cuesta darle un riñón?

Papá suspiró con desprecio.

—Si hubiera sabido que eras así de desalmada, ¡jamás te habríamos traído del campo!

Sin que la vieran, Celeste sonrió victoriosa desde la cama.

Agaché la cabeza. En otro momento, habría discutido. Les habría dicho que Celeste no estaba ni cerca de estar tan enferma como aparentaba.

Aunque, de todos modos, nunca escuchaban nada de lo que yo decía. Pero ahora, ya no quería discutir.

El tono de mamá se suavizó un poco.

—Bueno, al menos sirve de algo que hayas venido. Tu papá y yo íbamos a buscarte después para decirte algo.

Sonreí débilmente.

—Yo también tengo algo que decirles. Celeste siempre ha querido mi centro de sanación. Ya lo pensé bien. Se lo voy a dar.

Papá y mamá se quedaron confundidos. Marcus levantó la mirada, sorprendido.

—¿Qué dijiste? A ver, repítelo. ¿Ahora sí quieres?

Con razón estaban tan sorprendidos. Celeste llevaba mucho tiempo deseando mi centro de sanación.

Mamá y papá habían intentado de todo, por las buenas y por las malas, para que les entregara la marca que yo había creado de la nada.

Pero yo nunca había cedido. Sin embargo, para alguien a punto de morir, estas posesiones materiales ya no significaban nada.

Cuando mamá confirmó que no estaba bromeando, su cara por fin se iluminó con una sonrisa de satisfacción. Se acercó y me dio unas palmaditas en el hombro.

—¡Por fin entraste en razón! Aunque Celeste no está bien de salud, tiene un verdadero talento para sanar.

No sentía absolutamente nada mientras les entregaba el contrato de cesión que ya traía preparado.

Mientras veía a Celeste firmar con entusiasmo, mamá y papá me tomaron las manos con alegría, repitiendo una y otra vez que era su niña buena.

Qué ironía. Solo cuando cedía ante Celeste lograba ganar su aprobación.

Quise saber algo. Si alguna vez descubrieran que Celeste no estaba enferma y se enteraran de mi muerte… ¿Se les borrarían esas sonrisas?