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Mis noches con el esposo de mi hermana
Mis noches con el esposo de mi hermana
Penulis: Gala Montero

Capítulo 1

Penulis: Gala Montero
—Julieta, esta noche tienes que entrar y acostarte con mi esposo. Si no lo haces, ¡olvídate de volver a ver a tu abuela!

Frente a la suite presidencial del Hotel Palacio Real, Julieta se quedó helada. Leonardo Beltrán era el esposo de Verónica Méndez; se habían casado dos años atrás. Sin embargo, Verónica detestaba a Leonardo por ser hijo ilegítimo, así que había secuestrado a su abuela para obligar a Julieta a tomar su lugar como esposa sustituta.

Por suerte, Leonardo había pasado los últimos dos años en el extranjero, por lo que nunca se habían visto.

Pero quién iba a decir que justo el día que Leonardo regresaba al país, ¡Verónica le exigiría que se acostara con él!

Al pensar en su abuela, Julieta apretó las manos con impotencia. No tenía más opción que ceder.

—Está bien.

Julieta entró en la suite presidencial. El interior estaba en penumbra.

Sobre la cama yacía un individuo de complexión atlética y rasgos perfectos.

«¿Este era el esposo al que habían estado suplantando durante dos años?»

«No imaginé que fuera tan joven y atractivo.»

Julieta se mordió el labio, se acercó con cautela y se subió sobre él.

Empezó a desabrocharle el cinturón.

Cuando sus dedos pálidos y delicados rozaron su firme cintura, se estremeció en un instante.

En ese momento, una mano grande y fuerte la sujetó con firmeza de la muñeca y tiró de ella, haciéndola caer sobre su cuerpo.

Percibió el olor a alcohol, y el aliento cálido y etílico de él le rozó la mejilla, acompañado de una voz profunda.

—¿Quién eres tú?

Era una voz grave y áspera.

Julieta levantó la vista y se encontró con su mirada.

No supo en qué momento había abierto los ojos, pero ahora, su mirada profunda y penetrante la analizaba con una intensidad sombría y amenazante.

Sintió una punzada en el pecho. Tras dudar un instante, lo silenció con un beso.

—Shhh... no preguntes. Solo... soy tu esposa, ¿sí?

...

A la mañana siguiente.

El Hotel Palacio Real estaba completamente acordonado. Un grupo de guardaespaldas vestidos de negro montaba guardia frente a la suite presidencial.

Leonardo despertó. Estaba recargado con indolencia en la cabecera, sus dedos largos y pálidos posados sobre una rodilla flexionada. Parpadeó; sus ojos estaban enrojecidos y mostraban un aire de agotamiento, pero de él emanaba un aura de peligrosa irritabilidad.

«Anoche regresé, tuve un compromiso, bebí de más... Soto me trajo a la habitación.»

«Entre sueños, abrí los ojos y había una chica sobre mí.»

«¿Quién iba a imaginar que yo, Leonardo Beltrán, despertaría con una mujer encima?»

«Muchas mujeres han intentado meterse en mi cama a lo largo de los años, pero que se atrevieran a «forzar la situación»... era la primera vez.»

«Y después, se escabulló sin decir nada.»

«Bien. Al menos esa mujer tan atrevida tuvo el sentido común de desaparecer. Sabía que si la encontraba, las consecuencias serían graves.»

La cama estaba deshecha. Sobre las sábanas blancas destacaba una mancha carmesí ya seca.

Leonardo observó la mancha y tragó saliva. Tan audaz... y, sin embargo, era virgen.

«Pura... y dulce.»

—Señor Beltrán —irrumpió Andrés Soto, su secretario, con prisa evidente—. ¡Ya averigüé quién era la mujer de anoche!

—¿Quién?

—Su esposa, señor.

—¿Mi esposa? —Leonardo no recordaba en absoluto estar casado, pero la memoria no tardó en volver.

Existía un acuerdo matrimonial entre la familia Beltrán y la familia Méndez. Hacía dos años, doña Teresa, la matriarca, había decidido por su cuenta casarlo con Verónica Méndez, una de las hijas de la familia.

Simplemente la habían llevado en un carro a Hacienda Esmeralda, su residencia. Además, fue un matrimonio secreto; casi nadie estaba al tanto.

Entrecerró sus ojos. Así que, ¿apenas puso un pie de vuelta en el país y la esposa con la que llevaba dos años casado en secreto se había acostado con él?

Leonardo apenas movió los labios. Su voz sonó distante, desprovista de emoción.

—Regresemos a casa.

...

Hacienda Esmeralda.

Julieta había vuelto. Miró a Verónica.

—Ya hice lo que me pediste.

Verónica notó las marcas amoratadas que asomaban por el cuello de la blusa de Julieta, sobre su piel pálida. Besos que su esposo le había dejado. Marcas que deberían haber sido para ella.

Pero Verónica no era virgen.

—Julieta, ni una palabra de lo de anoche a nadie, ¿entiendes? Además, mi esposo es quien lleva las riendas de la familia Beltrán. Tu trabajo como mi sustituta terminó. ¡Ahora, yo vuelvo a ser la señora Beltrán!

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