Capítulo 1

—Lucía López, Dani es el jefe de cirugía. Él me permite llevar uñas postizas en la operación. ¿Qué derecho tienes tú, una simple asistente, a darme órdenes?

La voz familiar me taladró los oídos. Abrí los ojos instintivamente y me encontré con el rostro altivo de Sofía.

Eché un vistazo a mi alrededor. En ese momento, en el quirófano, se estaba realizando un trasplante de corazón. Para garantizar la esterilidad, todos estaban cubiertos de pies a cabeza con trajes quirúrgicos.

Todos menos Sofía. No solo tenía las manos adornadas de brillantes, sino que ni siquiera llevaba mascarilla.

En ese instante, supe que había renacido. Había regresado al día en que el alcalde fue operado.

En mi vida anterior, mi esposo, Daniel Díaz, durante una delicada operación de trasplante de corazón, había insistido en que su amiga de la infancia, una simple estudiante en prácticas, fuera su asistente.

Ella, torpe como era, no solo tomó el cuchillo de cirugía equivocado, sino que además ignoró las normas más básicas del quirófano, llegando incluso a casi dejar caer un brillante de sus uñas postizas dentro del cuerpo del paciente.

No pude contenerme y la reprendí por llevar uñas postizas durante la cirugía.

Pero ella interpretó mis palabras como un ataque personal y salió enojada.

Y Daniel, al verla así, ¡abandonó al paciente en plena operación para seguir a Sofía y consolarla!

Le supliqué que volviera para terminar la operación, pero me respondió:

—Sofi está triste. ¿Puedes no hacer un escándalo en este momento? La operación puede esperar. ¿Qué importa eso comparado con Sofi?

Al final, el paciente fue abandonado en la mesa de operaciones durante cuarenta interminables minutos, muriendo de dolor.

Después descubrimos que el paciente era nada menos que el alcalde de nuestra ciudad, un hombre muy respetado.

Mi esposo y Sofía decidieron echarme la culpa del accidente médico:

—¡Si no hubieras hecho un escándalo en el quirófano y nos hubieras echado, el alcalde no habría muerto desangrado! ¡Todo es culpa tuya!

Al final, no pude defenderme. Fui condenada a cadena perpetua sufriendo en prisión hasta morir en prisión.

Mientras tanto, mi esposo y su amante se casaban y se convertían en los directores más jóvenes de la historia del hospital.

Al salir de mis pensamientos, vi a Daniel frunciendo el ceño y regañándome.

—Luci, aquí es el quirófano, no un lugar para que te pongas celosa. Ella puede llevar uñas postizas porque yo lo permití. Pídele disculpas a Sofi.

Al ver la expresión triunfante de Sofía, contuve mi ira.

—¿Por qué? En el quirófano hay reglas que prohíben las uñas postizas, yo no he hecho nada malo.

Al ver que no me disculpaba, el rostro de Sofía se oscureció.

—Lucía, al final, ¿no estás haciendo esto solo para fastidiarme? Pues me voy.

Acto seguido, lanzó los bisturíes sobre la mesa de operaciones. Uno de ellos casi rozó la arteria aorta del paciente.

La rabia y la urgencia me invadieron. Apenas recogí el bisturí, vi que Daniel se disponía a seguir a Sofía.

—Daniel, el paciente tiene el pecho abierto. Hay que hacer el trasplante de corazón cuanto antes o su vida correrá peligro. —le dije, con voz grave.

—¿Eres médico y vas a quedarte de brazos cruzados mientras el paciente muere?

Daniel miró hacia donde Sofía se había ido y luego al paciente en la mesa de operaciones, apretó los dientes y volvió a tomar el bisturí.

Apenas había recuperado el aliento cuando sonó el teléfono de Daniel.

Era Sofía.