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Noventa y Nueve Renuncias
Noventa y Nueve Renuncias
Autor: Mora

Capítulo 1

Autor: Mora
Estuve tres días internada en el hospital, y mi celular permaneció en completo silencio. No recibí ni una sola llamada.

Pero tampoco llamé a nadie. A diferencia de antes, ya no me pasé el tiempo revisando los perfiles de todos en Instagram, tratando de saber qué hacían o dónde estaban.

Solo me dediqué a descansar en la cama, recuperándome en silencio. Iba sola a hacerme los estudios, pagaba las cuentas con mi propio dinero, arrastrando mi cuerpo débil por los pasillos.

Ni siquiera el día que me dieron de alta avisé a nadie. Fui empacando mis cosas poco a poco, y soportando el dolor en el abdomen, regresé sola a casa.

Apenas abrí la puerta de la casa, las risas y voces del interior se detuvieron de golpe.

Ahí me di cuenta de que toda la familia estaba reunida en la sala. Incluso mi prometido, Gabriel Gómez, estaba sentado al lado de Luna Ramos, con el brazo apoyado cariñosamente sobre su hombro.

Cuando me vio entrar, se apresuró a retirar la mano, con una expresión incómoda.

—¿Sofía? ¿Ya volviste? ¿Dónde estuviste estos días?

Andrés Ramos, mi hermano, soltó una risa fría con tono molesto.

—¿Dónde más podría estar? Seguro no quería venir al cumpleaños de Luna y nos quiso arruinar el día. ¡Siempre le molesta ver que a Luna le vaya bien!

No respondí. Solo caminé hacia mi habitación, sin decir una palabra para defenderme.

Andrés se sorprendió de que no hiciera un escándalo.

Siempre que me acusaba de ser inmadura, yo terminaba llorando como si me hubieran hecho el peor daño del mundo.

Pero ahora, ¿por qué de repente estaba tan callada?

Mi mamá se apresuró a agarrar un vaso del comedor y vino hacia mí con prisa.

—Sofía, esos días no te contestamos porque estábamos con los preparativos de Luna. No te enojes conmigo, ¿sí?

Miré el jugo de mango que me puso en la mano. Aunque ya no esperaba nada, mi corazón todavía dolía un poco.

Soy alérgica al mango. Pero a Luna le encanta, así que en casa siempre hay jugos, helados o dulces de mango. No importa cuántas veces lo haya dicho, jamás nadie recuerda que yo no puedo comerlo.

Volví a poner el vaso en la mano de mi mamá y me alejé un paso.

—No estoy enojada. Voy a mi cuarto.

Apenas me di la vuelta, un ruido fuerte vino desde la sala.

Mi papá se levantó de golpe, golpeando la mesa con fuerza mientras me gritaba:

—Desde que entraste, tienes esa cara de muerta. ¿A quién le estás haciendo ese gesto? ¡Tu mamá ya se disculpó y hasta te trajo tu bebida favorita! ¿Y así es como respondes? ¡Definitivamente te hemos malcriado!

Sentí un nudo en el pecho tan fuerte que me costaba hasta respirar.

Las lágrimas me nublaban la vista, pero aun así tomé el jugo de mango y lo bebí de un solo trago.

Puse el vaso vacío sobre la mesa, me limpié las lágrimas y miré a papá con calma.

—A quien le gusta el mango es a Luna, no a mí. Yo soy alérgica. Pero da igual. Ya lo tomé. ¿Ahora puedo irme a mi cuarto?

Mi mamá me dio una palmada en la espalda, molesta.

—¡Niña tonta! ¿Cómo no dijiste que eras alérgica? ¿Quién te obligó a beberlo? ¡De verdad que eres necia!

Mi papá también se veía incómodo, pero no quiso dar el brazo a torcer.

—¿No tienes boca? ¿No podías explicarlo? Siempre fuiste difícil desde chica, nada que ver con Luna, que sí sabe hablar.

La vocecita dulce de Luna se escuchó desde la sala:

—Ey, papá, no digas eso de mi hermana. Se va a poner triste.

Aunque parecía defenderme, en sus ojos no podía ocultar la satisfacción.

Luna siempre ha disfrutado hacerme quedar mal para resaltar lo buena que es ella. No importa lo que haga, siempre tiene que compararse conmigo. Solo se siente feliz si logra pisotearme.

Debería sentirme triste. Pero ahora, por dentro, ya estoy completamente vacía. Ni siquiera esta escena me causa ya ningún tipo de emoción.

—Perdón. Fue mi culpa. No volverá a pasar.

Al oír esas palabras, todos en la sala me miraron con sorpresa.
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Último capítulo

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