MasukDiego intentó avanzar, pero Isabel lo frenó con solo levantar la mano.—Diego, ¿de verdad quieres buscarle pleito a Valkarica y empezar una guerra?Después de veinte latigazos, María ya no podía más, y su llanto se fue apagando poco a poco. Diego, completamente fuera de sí, no pudo contenerse. Con los ojos ardiendo de ira, empujó a los sirvientes que estaban a cargo del castigo.Catalina, que estaba a punto de enfrentarse a él, fue detenida por Luis.—Si la agresora fue una sirvienta, lo primero es pedirle cuentas a su dueño. El Rey es la máxima autoridad aquí. Ya le he enviado un informe a nuestro padre, exigiendo que nos haga justicia.Catalina, con la furia algo más calmada por las palabras de Luis, solo le lanzó una mirada fría a María.—Yo, como princesa de Valkarica, no soy como las damas de tu corte, que solo sirven para hablar. Te lo voy a decir bien claro: a partir de hoy, si te vuelves a aparecer frente a mí, te quito la vida.Con esas palabras, Catalina y Luis se marcharon.
Me levanté del suelo, me acerqué a la Reina y, tras hacerle una reverencia, encarando a María, le dije:—¡Pero qué descaro, María! ¿De verdad pretendes que una hija de la nobleza sea ejecutada por tus mentiras? Todos aquí fuimos testigos de cuando tú me empujaste al agua. ¿Vas a seguir diciendo que fui yo quien te tiró?Catalina, tapándose el rostro con un pañuelo, habló con voz tajante:—Majestad, no sé cómo se manejan las cosas en su corte, pero en Valkarica, si una princesa es herida, toda su familia paga las consecuencias.—Ella intentó matarme. Todos vieron cómo me rajó la cara. Si no hubiera sido por Doña Carmen, seguramente ya estaría muerta.Diego, furioso, se adelantó para defender a María:—Todo eso son puras palabras sin pruebas. María siempre ha sido una persona tímida, ¿cómo se le ocurriría hacer algo así?—Carmen, tú misma rechazaste ser mi esposa. Aunque ahora te arrepientas y te enojes con María, eso no te da derecho a empujarla. ¡Intentar asesinar al heredero al trono
Era el día de la visita de la delegación de Valkarica, y la reina Isabel había organizado un banquete por todo lo alto en el palacio.Debido a la presencia de la princesa Catalina de Ávila, lsabel invitó a las damas de la alta sociedad y a las jóvenes nobles para que le hicieran compañía.Las dos se llevaban de maravilla. Conversaron por un buen rato en el salón principal. Luego, lsabel decidió llevarla, junto con las jóvenes, a pasear por los jardines del palacio.Cuando llegaron al pabellón, vieron a una mujer vestida con mucha elegancia. Era María, rodeada por varias sirvientas.Al ver al grupo, se levantó sonriendo.—¡Doña Carmen! ¡Vaya sorpresa! Hace tanto que no la veía. Qué pena que Diego no esté hoy, si no hubiéramos podido conversar un poco —dijo con un tono cargado de burla y sarcasmo.—Me enteré de que aún no tiene un compromiso. ¿Va a seguir esperando por Diego? —continuó, soltando una risa seca y despectiva—. La reina está a punto de escogerle otra esposa, y seguramente ya
La sirvienta personal de la reina se quedó parada junto a María, con el rostro impasible, y le dijo:—María, la reina ha ordenado que, por haber arruinado la boda, tu crimen es imperdonable. Si no quieres arrodillarte y arrepentirte, lo mejor será que te vayas directo a las celdas.La cara de María se puso pálida de miedo, y ya no le quedó ni una gota de fuerza para decir ni una sola palabra. Se quedó allí, bajo el sol que rajaba la tierra, arrodillada frente a los aposentos de la Reina.Las nobles que pasaban para saludar a la reina se detenían junto a ella y cuchicheaban entre ellas:—¿No es esta la sirvienta que armó el escándalo anoche?—Ojo, no es solo una sirvienta... es la ahijada de la nana del príncipe Diego. ¡Se criaron juntos!—¡Qué sinvergüenza esta tipa! Queriendo sacarle provecho a la barriga...—He oído que Don Juan ya pidió anular el compromiso hoy mismo. Si el matrimonio se cancela, la reina hará que ella pague caro.Al escuchar esto, un escalofrío le recorrió la espal
Era mi padre, Juan Pimentel, con mi hermano Carlos Pimentel siguiéndole los pasos. Detrás venía Juana, quien había ido a entregar mi mensaje.Mi padre se quedó a mi lado y dijo con firmeza:—Yo, Juan Pimentel, he luchado por este reino durante años, siempre cumpliendo con mi deber y lealtad. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados mientras mi hija es humillada de esta forma.Dirigió su mirada a Diego, con desprecio:—Su Alteza, el día de su propia boda tiene un romance con una sirvienta, y ahora hasta resulta que está esperando un hijo suyo. ¿Quién en su sano juicio querría ser su esposa? Mi hija no tiene por qué aguantar semejante desprecio.Diego se puso pálido de rabia.—¿Se atreven a desafiarme así? Si mi padre se entera de esto, ¿de verdad creen que van a poder soportar las consecuencias?Juan soltó una risa burlona y seca.—Mañana mismo iré ante el Rey y presentaré mis disculpas. Le diré que mi hija no dio la talla para soportar este sufrimiento, que no es lo suficientemente vi
María gritó, desesperada:—¡No fue a propósito! ¡Es que... escuché que una de las sirvientas dijo que Doña Carmen es muy celosa y que les va a dar medicinas a todas las concubinas para que no puedan tener hijos! ¡Yo tenía miedo de perder este bebé, por eso traté de hacer algo...!Diego me miró, hecho una furia.—¡Carmen! ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? ¿Estás intentando acabar con mi descendencia?No pude evitar soltar una risa burlona.—¿De verdad te crees esa historia? ¿Qué sirvienta, y dónde? Mis sirvientas acaban de llegar hoy al palacio, ni siquiera conocen bien el lugar. ¿Cómo van a estar hablando mal de su señora? ¿De verdad crees que mis sirvientas dicen tantas barbaridades como las tuyas?La miré fijamente.—María, ¿por qué no traes a esa sirvienta para que venga y se enfrente a mí, y así yo me pueda defender?María se puso roja como un tomate y, tartamudeando, apenas pudo balbucear:—No sé quién fue... tal vez se confundió de persona.La gente ya había entendido que todo e