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Capítulo 7

Author: Lita Candela
A altas horas de la noche, en otro despacho de uso exclusivo de Bruno.

Había salido temprano del trabajo y, al volver, se encerró ahí. No la había buscado para reclamarle lo de Nicole, lo que dejó a Samantha con incertidumbre.

“¿No habrá contado nada sobre la conversación?”

Como no sabía a qué atenerse con Bruno, decidió ir a tantear el terreno.

Su pie, metido en una de las enormes pantuflas grises de él, se asomaba y se escondía en el umbral del despacho una y otra vez, haciéndose notar.

Bruno, aún en traje, tecleaba frente al escritorio, hasta que el movimiento sigiloso de Samantha captó su atención de reojo. Cerró la laptop, se recargó con pereza en el respaldo de la silla y sus ojos se posaron lentamente en los pies de ella.

Al llegar no había encontrado sus pantuflas; ahora veía que las traía puestas ella. Le habló en voz baja:

—Acércate.

Su tono no revelaba ninguna emoción. Samantha dudó un instante antes de caminar hacia él.

En cuanto se acercó, percibió un aroma conocido. Era el perfume de Nicole.

Escondiendo la inquietud que sentía, se acurrucó en su regazo con un examen en la mano.

—Hay un par de problemas que no entiendo. ¿Tienes tiempo de explicármelos?

Bruno tenía una pared entera cubierta de diplomas y reconocimientos. Había adelantado años en la escuela, estudiado posgrados en el extranjero y ganado trofeos en toda clase de competencias internacionales, desde matemáticas hasta debate. Su inteligencia era innegable.

Bajó la mirada hacia el examen arrugado que ella sostenía y, al levantarla de nuevo, la observó con una media sonrisa indescifrable.

A Samantha, esa mirada le erizó la piel.

Claro que sabía resolver esos problemas; y si no, tenía las respuestas para revisarlos. Agachó la cabeza para que él no pudiera verle la cara.

Cuando pensaba que la había descubierto, él tomó una pluma del escritorio, acercó una hoja en blanco y escribió con trazos definidos los pasos para resolver ambos ejercicios.

Dejó la pluma a un lado.

—¿Algo más que quieras preguntar?

La pregunta parecía tener un doble sentido. No estaba segura de si se refería a los problemas del examen o al enfrentamiento que tuvo con Nicole.

Era obvio que se habían visto. En lugar de esperar a que la cuestionara, decidió adelantarse, fingir celos y dramatizar un poco lo sucedido.

—Sí.

Dijo con la voz, enterrando la cara en el pecho de él.

—Sí sé cómo resolverlos. Solo… Quería un pretexto para hablar contigo.

Ya de por sí era difícil descifrar a ese hombre, pero desde que llegaron a la capital, se había vuelto una tarea imposible.

Después de contarle lo que había pasado por la mañana, lo miró fijamente a los ojos y le preguntó, como buscando aprobación:

—No hice nada malo, ¿o sí?

Bruno sonrió de manera enigmática. Empezó a acariciarle el cabello, que ya no se sentía reseco, con la misma naturalidad despreocupada con que se acaricia a una mascota.

Se le formó un nudo en la garganta. Samantha se sintió como un reo esperando sentencia, con cada músculo en tensión.

Le levantó el mentón con sus dedos largos. El gesto fue suave, pero llevaba una autoridad y una presión imposibles de resistir.

La miró con sus ojos.

—No te metas con ella. Y no la hagas enojar. No tienes idea de las consecuencias.

Pronunció cada palabra con una lentitud deliberada.

Era advertencia y recordatorio que hizo que la poca esperanza que le quedaba se hiciera añicos.

Con las pestañas temblorosas, preguntó con la voz rota:

—¿Eso es una amenaza?

—Si así lo quieres ver, sí.

Sus pupilas eran dos pozos de oscuridad. Al verlo de tan cerca, al mirar sus ojos que parecían abismos, Samantha se dio cuenta de la aterradora calma que había en ellos. Era como si nada, nada, pudiera escapar a su escrutinio.

El brillo de su mirada se fue apagando y su sonrisa se desvaneció. Bruno no perdió detalle de su expresión de tristeza y desencanto.

No dijo ni una sola palabra para consolarla.

—Entiendo.

Samantha se apartó de él bruscamente.

Se levantó, con los ojos enrojecidos, y dio un par de pasos hacia la puerta. Al no escuchar que la llamara, sintió amargura y el paso lento que había adoptado a propósito se fue haciendo cada vez más rápido.

No fue sino hasta que entró al baño de la recámara principal que su expresión de desencanto se desvaneció. Tal como lo había sospechado, la balanza de Bruno siempre se inclinaría a favor de Nicole. Se echó agua en la cara, y el golpe del agua le ayudó a recuperar la claridad.

Si él la había amenazado solo por contestarle un par de cosas a esa mujer, era muy probable que, ante un problema más grave, no dudaría en abandonarla.

Esa corazonada la puso en alerta.

Antes de Bruno, Samantha nunca había conocido a nadie tan atractivo y brillante. El tiempo que pasaron juntos en Santa Cruz, sumado a la intimidad física que compartían, había provocado que, sin siquiera darse cuenta, empezara a sentir por él.

Por suerte, todavía estaba a tiempo de corregir el rumbo.

Bruno era un hombre demasiado complejo. Frente a él, Samantha siempre medía sus palabras y acciones, aterrada de que un descuido pudiera delatar sus verdaderos sentimientos.

“¡No! No puedo seguir involucrada con él”.

“Tengo miedo de no poder controlar lo que siento”.

Samantha tomó una decisión: en cuanto entrara a la universidad que quería, se mudaría a las residencias estudiantiles lo antes posible. Tenía que cortar por lo sano.

***

Mientras tanto, en el despacho.

Bruno se aflojó la corbata. Su mirada se detuvo en el examen que ella había olvidado sobre el escritorio. Sus ojos oscuros eran insondables; era imposible adivinar qué pensaba.

Llamó a su asistente.

—Consigue a alguien para que le dé tutorías.

Antes de colgar, añadió:

—... Que sean mujeres.

***

A la mañana siguiente.

David apareció con una caja enorme llena de exámenes de práctica y un horario con las clases particulares que tendría en casa para cada materia.

Cuando se enteró de que había sido una orden de Bruno, a Samantha le costó trabajo describir lo que sintió.

Sabía cómo manipular a la gente.

Los días fueron pasando. Su rutina se resumía en abrir los ojos y ponerse a estudiar, y poco a poco, logró ignorar esa sensación agridulce que no terminaba de irse.

El día que salió de su último examen, por fin pudo relajarse. Confiaba en que sus resultados no serían peores que los del año anterior. Dejar Santa Cruz, entrar a la universidad de sus sueños… todo avanzaba según sus planes. Por fin, sonrió.

Un Maybach negro estaba estacionado en una esquina discreta.

En cuanto le abrieron la puerta del auto, vio adentro al hombre que se suponía estaba de viaje en el extranjero.

Samantha preguntó sin querer:

—¿Qué haces aquí?

La luz del sol que entraba por la ventanilla jugaba sobre su figura. Bruno abrió los ojos, y ella notó que los tenía rojos, una señal de que no había dormido bien en varios días.

Entrecerró los ojos.

—Vine por ti para que comamos algo.

Desde su desencuentro en el despacho, la relación entre ellos se había enfriado. Ella, dedicada a sus estudios; él, ocupado con el trabajo y viajando constantemente. Sin darse cuenta, habían pasado varios meses.

Al notar la molestia en sus ojos, se subió rápido al auto y cerró la puerta, bloqueando la luz cegadora del exterior.

Bruno le acarició la cabeza.

—Felicidades.

Los demás estudiantes eran recibidos por sus padres. Aunque a Samantha no le importaba, no podía evitar sentir melancolía. Sus palabras le hicieron sentir un nudo en la garganta y se le humedecieron los ojos.

“Entonces… ¿había vuelto de su viaje solo para… venir por mí?”

Ese pensamiento la conmovió. Sin la ayuda de Bruno, probablemente no habría tenido esta segunda oportunidad. En el fondo, estaba agradecida con él.

—Gracias por todo.

Su voz sonó contenida. Se sentó lo más lejos posible de él, pegada a la puerta, sin acercarse ni mucho menos abrazarlo. El gesto provocó que él la observara con más atención.

El auto avanzaba a un ritmo constante de regreso a casa. El silencio en el asiento trasero era absoluto.

La capital, en pleno verano, bullía de vida. Samantha se perdió en el paisaje sin darse cuenta.

El auto dio una vuelta más cerrada de lo normal, y la inercia la lanzó hacia Bruno. Sintió una mano firme sujetándola por la cintura.

—Siéntate bien.

El chofer se disculpó.

—Disculpe, señor Fuentes.

Su voz sonó tan indiferente como siempre. Bruno respondió con un murmullo indiferente, pero su tono fue incluso más suave que el que había usado con Samantha.

No se había lanzado hacia él a propósito, y ella también tenía su carácter.

Así que se acomodó en su regazo y lo retó con la mirada.

—Pues no me voy a sentar bien. ¿Qué me vas a hacer?

La mirada de Bruno se tornó peligrosa.

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