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Capítulo 6

Author: Lita Candela
Samantha alzó la mirada, pero la de él estaba clavada en la pantalla de su celular.

El celular dejó de sonar, pero insistió de nuevo. Antes de que la llamada se cortara por tercera vez, Bruno por fin contestó.

No alcanzó a escuchar nada de la conversación.

La llamada duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para transformarlo. Todo rastro de deseo en su mirada se desvaneció y se apartó de ella bruscamente.

Ella le sujetó la mano.

—Bruno…

—Descansa.

Su voz sonó indiferente, vacía de toda emoción.

Se subió el cierre del pantalón.

Se dio la vuelta y salió de la habitación sin la más mínima vacilación.

—¡Pum!

La puerta se cerró.

Samantha no pudo evitar una sonrisa amarga.

***

A la mañana siguiente, Bruno no había regresado. Pasaron varios días más sin que diera señales de vida.

Faltaban menos de tres meses para el examen de admisión, así que Samantha se dedicó a estudiar.

Para ella, estudiar por su cuenta era mucho mejor que intentar adaptarse a una escuela nueva, con un ritmo de enseñanza diferente y la presión de hacer nuevos amigos.

La carpeta que David le había entregado contenía de todo: exámenes de práctica de años anteriores, apuntes digitales de los mejores profesores de preparatoria y un sinfín de materiales de estudio.

Como él no volvía, ella hizo suyo el penthouse.

Usaba la televisión para proyectar las clases en video.

El estudio, el sofá, la mesa de centro, el comedor… todo estaba cubierto de exámenes de práctica y apuntes de todas las materias.

Su mente trabajaba sin descanso; estaba decidida a aprovechar la única oportunidad que tenía para cambiar su destino.

Cierto día, el timbre la despertó.

Al abrir, se encontró con una mujer de una belleza impecable parada en el umbral.

Le bastó una mirada para tener un presentimiento: tenía que ser Nicole, la mujer de la que tanto se hablaba.

Su intuición no le falló. Nicole fue la primera en hablar.

—Hola. Soy Nicole, la cuñada de Bruno.

—No está.

Ella mantuvo la sonrisa.

—No, de hecho, te buscaba a ti.

Samantha percibió la hostilidad en su tono, pero no se intimidó. Se hizo a un lado para dejarla pasar y buscó en el armario unas pantuflas desechables para visitas.

Nicole se rio con desprecio.

—No te molestes. Yo no uso cosas desechables. ¿Bruno no te dijo?

Hizo una pausa deliberada antes de recordarle:

—Las pantuflas que traes puestas son mías.

¿La estaba acusando de adueñarse de su lugar? Samantha ocultó su molestia, se volteó y respondió con inocencia fingida:

—No, no me dijo nada. De hecho, él mismo se arrodilló para ponérmelas. Si las quieres, me las quito.

Dicho esto, se las quitó y se puso unas pantuflas de hombre, color gris oscuro, que eran de Bruno.

El gesto de Nicole se endureció aún más.

—Bruno es muy delicado con sus cosas. Te recomiendo que no las toques.

A Samantha se le agotó la paciencia.

—Pues no parecía tan delicado cuando me estaba besando los pies.

El comentario tan vulgar dejó a Nicole sin saber qué decir.

Sin importarle si su invitada se quedaba descalza o no; a fin de cuentas, no era su casa, Samantha se dio la vuelta y fue a su habitación a cambiarse de ropa.

La sala, antes impecable, ahora estaba tan invadida de libros y apuntes que apenas había dónde sentarse.

Al ver a Samantha salir del dormitorio principal, el de Bruno, la expresión de Nicole se agrió y apretó con más fuerza el bolso que llevaba.

“¡No puedo creer que la deje convertir el departamento en un basurero! ¡Y encima la dejó en su propia recámara!”

Samantha recogió algunos de los papeles de la sala para hacer espacio.

—Debes tener casi veinte años, ¿no?

Nicole la recorrió con una mirada arrogante.

Luego, añadió con sarcasmo:

—¿Y piensas volver a presentar el examen de admisión?

—Sí.

Respondió Samantha con naturalidad, sin dejarse afectar por el tono despectivo de la pregunta. Miró el reloj y la apuró.

—Si tienes algo que decir, dilo de una vez.

Tenía una pila de ejercicios por resolver y no estaba para conversaciones inútiles.

Nicole se rio de manera burlona.

—Dime tu precio. ¿Cuánto quieres por desaparecer de la vida de Bruno? Y para que te quede claro, él es un Fuentes. No está al alcance de cualquiera.

Desde que Isabel le contó que Bruno había traído a una mujer a su casa y que tenían una relación… sospechosa, Nicole sintió que le estaban arrebatando algo que le pertenecía. Por eso la miraba con tanta hostilidad.

“Qué gente tan… predecible”, pensó Samantha. “Para ellos todo se reduce a estatus y dinero”.

Se dio cuenta de que la estaba grabando discretamente con el celular, pero fingió no notarlo y preguntó con una sonrisa sagaz:

—Entonces, según tu gran criterio, ¿cuánto crees que debería pedir?

Nicole la miró con desprecio.

—Cien mil dólares. Con eso vives como reina el resto de tu vida.

“Alguien sin nombre, de un pueblo olvidado… ¿De verdad cree que puede aspirar a alguien como Bruno? Es el colmo del descaro”, pensó Nicole.

Samantha levantó la cara, fingiendo sorpresa, y luego la miró con decepción.

—¿En serio? ¿Para ti Bruno solo vale cien mil dólares?

Su voz sonó firme y protectora.

—Pues para mí no tiene precio. Y te lo digo de una vez: yo le prometí que no me iría a menos que él mismo me lo pida. Y pienso cumplirlo.

Bruno nunca le había dicho si había cámaras en el departamento.

Sin embargo, a veces tenía la extraña sensación de que alguien la observaba, así que suponía que sí, que estaban ocultas en algún rincón.

—Tengo que seguir estudiando. Por favor, retírate.

Samantha se puso de pie, indicándole la salida sin ninguna delicadeza.

Nicole, sorprendida de que no aceptara la oferta, la miró con un desprecio creciente.

—Al final todo es por dinero, ¿no? Quieres más, eso es todo.

—Bueno, ¿doscientos mil dólares? Es mucho más rápido que estudiar, graduarte y conseguir un trabajo de dos centavos… Eres ambiciosa.

—Trescientos mil, para que te largues de vuelta a tu pueblo…

—Cuatrocientos mil. Samantha, aprende a no ser tan codiciosa…

—Quinientos mil. Es mi última oferta. Si no la tomas, no verás ni un centavo.

Desde que Nicole empezó a subir la oferta, Samantha la había estado mirando fijamente, dejando que el desagrado que sentía se reflejara.

—Vete de aquí.

Esa indiferencia terminó por enfurecer a Nicole.

Su voz se llenó de una burla cruel.

—No te engañes. No eres más que un juguete para él. Jamás se pelearía conmigo por un capricho, y mucho menos se enfrentaría a su madre por ti. Si fueras lista, tomarías el dinero y te largarías.

En cuanto la puerta se cerró, Samantha se quedó inmóvil en medio de la sala. Apretó los puños con fuerza y, al bajar la cabeza, una lágrima solitaria cayó sobre la alfombra.

“¿Un juguete?”, pensó con rabia. “Jamás seré el juguete de nadie”.

Pero ella siempre había sido precavida. Esa lágrima era su prueba de lealtad para Bruno.

Fingiendo una tristeza, se llevó una mano a los ojos para secar la lágrima que ya no estaba.

Si había cámaras, como sospechaba, esa escena sería la prueba irrefutable de su “sinceridad” cuando Bruno revisara lo ocurrido.

Con eso, Samantha volvió a sumergirse en su maratónica sesión de estudio.

***

En cuanto salió del edificio, Nicole le envió el video a uno de sus contactos. Para cuando llegó a la oficina principal del Grupo Diamante, ya tenía en su celular una versión editada.

Sabía que Bruno odiaba que lo vigilaran, por lo que era seguro que no había cámaras en el penthouse. No iba a permitir que ninguna mujer se interpusiera entre ellos.

Llegó a la oficina del director general sin que nadie la detuviera.

Entró y, con una actitud de víctima, mostró su disgusto.

—Bruno, ¿en serio esa es la mujer que te interesa? Tiene cero clase.

El gesto de él se endureció.

—¿Quién te dio permiso de ir a mi casa?

—Tu mamá está muy preocupada por ti.

Isabel no se lo había pedido, pero Nicole entendió la indirecta. Le mostró el video en su celular.

—¿Ya viste? Para ella no vales más que cien mil dólares. ¿En serio vas a enfrentarte a tu madre por una vividora como esa?

El video estaba manipulado. Habían editado la conversación para que pareciera que era Samantha quien exigía dinero sin parar.

Bruno vio el video sin inmutarse. Su expresión era indescifrable; no la defendió como antes, pero tampoco mostró la más mínima intención de echar a Samantha del departamento.

Nicole reprimió su rabia y puso su mejor cara de víctima.

—¿Estás haciendo todo esto para castigarme por haberme comprometido con tu hermano?

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