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Capítulo 2

Author: Celia Soler
Lo mío con Diego era una aventura de una noche. A cambio, Ricardo iba a ascender y la montaña de deudas de mi familia desaparecería. Estábamos a mano.

¿Y ahora quiere que sea su asistente? Aunque la situación no era la ideal para discutirlo, logré decir con la cara ardiendo:

—Ricardo nunca dijo nada de ser asistente. ¿Será que el señor Soler se confundió?

La mirada de Javier era desprecio puro.

—El señor Soler no se equivoca. La que está confundida eres tú.

—¿Qué? —Lo miré, sorprendida—. ¿De qué estás hablando?

—Lo de anoche fue solo una prueba —explicó—. El señor Soler tenía que ver si valía la pena seguir negociando.

¿Negociando?

Me sentí como una ficha en una mesa de póker, más insignificante y barata que nunca. Aun así, me negué. Ya había pasado por lo peor, ¿qué más daba decir lo que pensaba? Tomando valor, le dije:

—Lo del señor Soler y yo fue un intercambio y punto. Yo cumplí mi parte anoche, ahora él tiene que cumplir lo que acordó con Ricardo. No voy a ser su asistente, así que, si no hay nada más, me voy.

Mantuve la cabeza en alto hasta que las puertas del elevador se cerraron. En ese instante, toda mi falsa valentía se hizo polvo.

Con los hombros caídos y soportando el malestar de mi cuerpo, me subí a un taxi. Apenas había cerrado la puerta cuando sonó mi celular. Era Ricardo.

—Amor, ¿dónde estás?

—Ricardo… —solté a llorar sin poder contenerme.

El taxista me miró por el retrovisor, asustado. Traté de calmarme para no preocuparlo y, cubriendo el micrófono del celular, le susurré:

—En un taxi, voy a casa.

—¿Cómo que a casa? —dijo, alarmado—. Tienes que irte de viaje con el señor Soler. ¡El vuelo sale en una hora, no lo hagas esperar!

Me quedé sin palabras. Ricardo debió notarlo, porque cambió de tema.

—Mi amor… ¿se logró lo que queríamos?

Me sonrojé y bajé la voz.

—No. Usó protección todo el tiempo.

Ricardo suspiró, decepcionado.

—Ay… ¿Por qué no pudiste…?

—Ricardo —lo interrumpí, sintiendo dolor y agotamiento—, ¿me estás culpando?

—No, no, claro que no, mi amor, no pienses eso.

Luego, empezó a suplicar.

—Mira, ya que no funcionó lo de anoche, qué más da que lo acompañes unos días más. Serías su asistente, nadie tiene por qué saber nada de lo suyo.

—¿Que nadie va a saber? ¡Por favor, no seas ingenuo! Los dos trabajamos ahí, sabemos perfecto lo que significa ser la asistente del jefe. ¿Crees que todos son tontos?

La cabeza me empezó a doler y un sudor frío me recorrió la frente. Ricardo insistió, con la voz quebrada.

—Mi amor, fui un idiota, perdóname. No pensé que le gustarías tanto al señor Soler, por eso insiste en que lo acompañes. Por favor, resiste solo un poco más. Piensa en nuestra situación, en el problemón que tenemos. Eres la única que puede sacarnos de este hoyo. Cuando yo sea gerente de la sucursal y gane ese sueldazo, podremos pagar la deuda de tu hermano para que tus papás puedan volver a verlo y… Gabriela, si pudieras quedar embarazada en este viaje, sería perfecto.

Tenía razón. Con el desastre que teníamos encima, no me quedaba otra opción. Me resigné y le dije al conductor:

—Al aeropuerto, por favor.

***

En el aeropuerto volví a ver a Diego Soler. A diferencia de la brutalidad de la noche anterior, hoy vestía un elegante abrigo gris claro que le daba un aura de intelectual sofisticado.

Solo bastó una mirada para que mi cuerpo reaccionara, y me sentí avergonzada. Recordé una frase escandalosa que leí alguna vez: “el camino más corto al corazón de una mujer es la vagina”.

No quería admitir que, al verlo de nuevo, mi cuerpo y mi mente no lo rechazaban, a pesar del inicio tan humillante de nuestra relación.

Él me hizo una seña para que me acercara y yo, como un animal domesticado, obedecí.

Estaba hablando por teléfono, así que me quedé parada detrás de él en silencio. Tenía que reconocer que era muy atractivo, con un físico impresionante. Cumplía con todos mis requisitos de fantasía.

Pero yo no lo amaba, ni él a mí. Nuestra relación era simple: solo sexo. Un intercambio de bienes para satisfacer nuestras necesidades.

Lo seguí por la sala VIP para abordar el avión.

Antes de esto, solo había volado dos veces, en mi luna de miel con Ricardo. Habíamos ido a Puerto Solara con un tour organizado por una agencia de viajes que, para ahorrar costos, nos consiguió boletos baratos en la peor aerolínea nacional, esa que ni siquiera da un vaso de agua. Mi recuerdo de volar era de asientos incómodos y espacios diminutos.

Era la primera vez que viajaba en primera clase. Al aterrizar, un auto privado ya nos esperaba. Lo que no me esperaba era que la encargada de recibirnos fuera Ivanna Montenegro, la gerente de la agencia de Aero-Innovación en ciudad Zafiro.

Había oído hablar de ella; le decían “la joya de Aero-Innovación”.

Llevaba un traje sastre Chanel color marfil con un escote pronunciado que enmarcaba una figura perfecta. Su cabello largo y sedoso caía sobre su cara bonita, y su sonrisa era a la vez seductora y cálida. Un imán para la mayoría de los hombres.

Recordaba el rumor de que en la fiesta anual de la empresa, Ivanna había cautivado a varios directivos con un baile exótico, y que esa misma noche se fue con Diego. Nadie supo qué pasó, pero todos se lo imaginaban.

Me saludó con una sonrisa, pero bajo esa dulzura sentí una hostilidad profunda. Me recorrió con la mirada, deteniéndose en mi pecho, y luego se colocó al lado de Diego, caminando a su paso.

Ivanna nos llevó al hotel donde nos hospedaríamos. Nos entregó las tarjetas de las habitaciones, que convenientemente estaban en pisos distintos. Sabía que lo había hecho a propósito, pero como Diego no dijo nada, no me quedó más que tomar mi tarjeta y dirigirme a otro elevador.

Mientras veía cómo se iba con él, antes de que las puertas se cerraran, me lanzó una sonrisa de superioridad, levantando el mentón en un claro gesto de victoria.

Su hostilidad me pareció ridícula. Pasé la tarde esperando en mi cuarto hasta que, antes de la cena, recibí un mensaje de Diego.

[Ve al lobby].

Esperé en el lobby más de veinte minutos hasta que por fin aparecieron. Ivanna, aferrada al brazo de Diego como si fuera su dueña, me dijo con falsa amabilidad:

—Asistente Robles, una disculpa por la espera.

Forcé una sonrisa.

—No te preocupes, acabo de bajar.

Soy una persona discreta. Nunca me ha gustado llamar la atención ni competir con nadie. Ella era todo lo contrario.

Nos llevó al club privado más lujoso de Zafiro. En la entrada nos encontramos con un magnate del mundo de los negocios. Diego parecía interesado en hablar con él, e Ivanna, que casualmente lo conocía, facilitó la conversación. Los tres entraron riendo a un salón contiguo. Antes de cerrar la puerta, ella se volteó hacia mí.

—Espéranos en el privado Cumbre.

Esperé unos diez minutos en el salón privado hasta que entró sola. Se sentó frente a mí y, mientras se limpiaba las manos con una toallita húmeda, me preguntó con una sonrisa:

—Te acostaste con Diego, ¿verdad?

Sabía que un hombre como él siempre estaba rodeado de mujeres, pero nunca había reconocido a ninguna públicamente. Tenía que ser cuidadosa con lo que decía. Nuestra relación era como esas flores que solo crecen en la oscuridad: no podía salir a la luz.

—Señorita Montenegro, eso es un malentendido. Al señor Soler no le gustaría escuchar algo así.

La sonrisa de satisfacción y su mirada despectiva me confirmaron que mi respuesta le había encantado.

—Al menos eres lista —dijo con arrogancia—. Pero déjame darte un consejo: no porque te acuestes con él significa que se lo va a tomar en serio.

Me miraba por encima del hombro, despreciando mi falta de agallas para admitirlo, pero no me importó.

—Para él solo eres un pasatiempo, una forma de desahogarse. Los hombres tienen esas necesidades. Y prefiere buscar a alguien limpia en lugar de irse por ahí. Cuando se aburra, te dará algo de dinero y buscará a la siguiente.

No era un consejo, era una forma rebuscada de llamarme prostituta. Ya me había hartado de su actitud, así que le respondí:

—Señorita Montenegro, yo no soy su tiro al blanco, así que mejor apunte sus flechas para otro lado.

—A ver… —Sus ojos se encendieron de furia.

Justo cuando iba a estallar, la puerta se abrió. Su expresión cambió al instante, y se levantó con una sonrisa para recibirlo.

—Señor Soler, ¿cómo le fue?

Diego entró y su mirada se posó en mí. Notó mi expresión tensa y seguro adivinó que Ivanna me había estado molestando. Cuando se quitó el saco, en lugar de dárselo a ella, me lo extendió a mí. Ella sonrió, incómoda.

Se sentó junto a Diego, en el lugar que yo había ocupado. No dije nada, solo tomé mi celular y me cambié al asiento de enfrente. Anoche, Diego me había mordido la lengua. Ahora, con el menú lleno de platillos picosos, el ardor en la herida me quitó el apetito. Apenas probé un poco de pan y una ensalada fresca.

Como comí tan poco, Ivanna no perdió la oportunidad de lanzarme una indirecta, diciendo que era muy disciplinada y que por eso mantenía tan buena figura, que seguro llamaba mucho la atención en la calle.

Al salir del restaurante, nos llevó de regreso al hotel. Al bajar del carro, dijo que necesitaba discutir unos asuntos de la sucursal con Diego. Él aceptó y ambos subieron juntos en el elevador.

Comprendí que esa noche no me necesitaba. Así que, en cuanto llegué a mi cuarto, me preparé para darme un baño y dormir.

Apenas me quité el abrigo, Ricardo llamó. Había estado mandándome mensajes todo el día, preguntándome cómo iba todo.

Qué ironía. ¿Qué quería saber? ¿Si dormí bien en los brazos de Diego? ¿O si era bueno en la cama?

Un nuevo mensaje de Ricardo apareció en la pantalla.

[Mi amor, por favor, contéstame. Te extraño].

Aunque todo esto era por su culpa, los buenos recuerdos que teníamos me impidieron ignorarlo. Contesté su llamada.

—Hola.

—Mi amor, por fin contestas.

—¿Qué pasa?

—¿Estás de viaje con el señor Soler?

—… Sí.

—¿Ya te dijo algo de mi puesto como gerente?

Me decepcionó. Después de buscarme todo el día, no era para saber cómo estaba, sino para preguntar por su maldito ascenso.

—No ha dicho nada. ¿Es todo lo que querías decir?

Su tono se volvió impaciente y hostil.

—¿Qué te pasa? Si él no dice nada, ¡tienes que decirlo tú! ¿O te acostaste con él para nada?

En ese momento, tocaron a la puerta. Fui a abrir con el celular en la mano. Era Diego. Me quedé petrificada; pensé que a estas horas ya estaría con Ivanna.

Entró y, sin decir palabra, comenzó a desabrocharse la camisa. Me acorraló contra la pared, metió sus manos bajo mi ropa y me besó con una urgencia salvaje. Mi celular cayó al suelo, pero la llamada con Ricardo no se cortó.

Sabía que él podía escuchar todo. Y como una pequeña venganza por su vileza, dejé escapar gemidos de placer, solo para torturar a ese hombre patético e inútil.

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