El hombre que ahora disfruta de mi cuerpo se llama Diego Soler, el dueño de Aero-Innovación Tecnológica. Y si me preguntan cómo terminé en su cama, tendría que darle las gracias al inútil de mi esposo.Diego se movía como pez en el agua tanto en el mundo legal y en el mundo clandestino de la ciudad, Atenea. Se rumoreaba que en la intimidad tenía gustos… particulares. Nunca se involucraba con mujeres de su ambiente; su especialidad eran las de familia, las ajenas a su mundo.En la mesa, prefería los sabores intensos, como los de los mariscos curados en limón; en la cama, era aún más intenso e insaciable.Hace unos años, una bailarina terminó con una hemorragia tan grave por su culpa que, para salvarla, tuvieron que hacerle varias transfusiones de sangre. Poco después, una residencia de lujo en las colinas de Atenea apareció a su nombre. No faltó quien comentó con sarcasmo que, por una casa así, bien valía la pena el riesgo.Ver a Diego Soler, elegante y sofisticado de día, transformado
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