Share

Capítulo 5

Penulis: Celia Soler
—¿Segura? —Diego me recorrió con una mirada distante.

Antes de que pudiera responder, Ivanna pasó a mi lado y se paró frente al carro de Diego. Echó un vistazo a mis pies y dijo en voz baja:

—Si tienes alguna queja, díselo en privado. ¿Te das cuenta de que lo estás comprometiendo delante de todos?

—No era mi intención… —Mi voz se fue apagando, las palabras se me atoraban en la garganta—. Es que no quiero acompañar a…

Me mordí el labio inferior. ¿Tan rápido se había cansado de mí? Qué volubles y desalmados eran los hombres. Ivanna no iba a soltar la oportunidad de hundirme; cada una de sus palabras buscaba sembrar discordia entre Diego y yo.

—Puede que no sea tu intención, pero es lo que estás haciendo. Deja de hacer berrinches para presionarlo.

—Yo…

De un momento a otro, pasé de ser una moneda de cambio a la persona irracional que no entendía la situación. Cuando no supe qué hacer, vi la sonrisa despectiva y triunfante de Ivanna.

Sabía que le caía mal desde el principio, que llevaba tiempo queriendo alejarme de Diego, y ahora sentía que la victoria era suya.

Las dos somos mujeres, ¿por qué tenía que hacerme esto?

Finalmente lo entendí. Qué ingenua fui. Siempre quise demostrarle que yo era diferente a ella; que mientras ella se entregaba a Diego por voluntad propia, yo era un capricho de él, alguien a quien mantenía a su lado a la fuerza. Éramos distintas.

Solo quería escapar de esa situación.

—Estoy segura —dije con un tono apagado.

Cuando me daba la vuelta, una sola frase suya derrumbó la máscara de orgullo que me había construido.

—¿Ya no te importa lo de tu familia?

Me quedé pasmada, con los pies clavados en el suelo. Tenía razón. ¿Iba a olvidarme del ascenso de Ricardo? ¿Y las deudas de mi familia?

Hasta Ivanna notó mi vacilación. Con una sonrisa triunfal, me dio un empujón suave en la espalda, me metió el contrato en los brazos y dijo:

—Anda, ve. El señor Varela se está impacientando.

Giré ligeramente la cabeza y vi mi reflejo en la ventana. Llevaba un traje elegante, pero ahora mismo, todo lo que vestía, hasta la ropa interior, me lo había comprado Diego. Entendí por qué Ricardo me había entregado a él.

Era como un pedazo de carne en el matadero, a merced de cualquiera. Si solo se tratara de Ricardo, me iría sin pensarlo dos veces. Pero con la enorme carga de mi familia sobre mis hombros, mi dignidad ya no era suficiente para sostener mi orgullo.

Desde el momento en que di el primer paso hacia el Bentley, mi amor propio desapareció. El chofer del señor Varela bajó corriendo para abrirme la puerta. Antes de subir, miré una última vez en dirección a Diego, pero no encontré ni un rastro de compasión en su mirada, solo la ventanilla del carro subiendo lentamente.

Ivanna, en cambio, me dedicó una sonrisita de triunfo antes de subir a su carro. No tenía derecho a negarme. Solo me quedaba aguantar, fingiendo que no me afectaba la indiferencia de Diego ni el desprecio de Ivanna.

En cuanto me senté, el señor Varela me puso su mano ancha y pesada sobre la pierna. Asqueada, me moví para apartarme y le di la espalda, mirando por la ventanilla. Él se acercó más, me sujetó los hombros y me susurró con una voz que pretendía ser cariñosa:

—Señorita, ¿ya había venido a El Dorado?

Negué con la cabeza.

—No.

—Perfecto. Tengo tiempo estos días, puedo enseñarte la ciudad. —Acercó su cara a mi pelo y aspiró—. Qué bien hueles.

Se me revolvió el estómago. Me tapé la boca rápidamente para contener la náusea que me subía por la garganta.

Al ver que seguía tensa, el señor Varela sonrió aún más satisfecho. Se acercó a mi oído y empezó a decirme vulgaridades que me hicieron arder las orejas. Deseé con todas mis fuerzas darle una cachetada.

Pero sabía que no podía. Solo de pensar en lo que estaba por suceder, mi cuerpo se puso rígido. Clavé las uñas en mis piernas y sentí un nudo en la garganta, como si las lágrimas quisieran desbordarse. Respiré con fuerza, conteniendo la amargura.

El carro no tardó en detenerse frente a un hotel. Con el corazón en un puño, caminé al lado del señor Varela. Cada paso que di para cruzar el vestíbulo del hotel fue mío, pero ninguno fue voluntario.

Lo que yo no sabía era que, a una distancia prudente, un carro negro nos había seguido y también se había estacionado frente al hotel. Estábamos a punto de entrar al elevador cuando una voz femenina y amable nos llamó desde atrás.

—¿Ernesto?

Él se detuvo en seco, completamente tieso. Yo también me paré a su lado.

Aunque no la veía, por su voz supe que se trataba de una mujer refinada y elegante. Me giré y vi la expresión incómoda del magnate. Me susurró rápidamente:

—Dile que vienes a recoger un contrato para el señor Soler.

En seguida lo entendí: era su esposa.

—Entiendo.

Quitó la mano de mi cintura y, al darse la vuelta, su mirada cambió. Con una sonrisa tierna, se acercó a ella.

—Mi amor, ¡qué coincidencia!

Tal como imaginaba, su esposa era una mujer de porte distinguido y modales impecables. A pesar de su edad, conservaba un aura de elegancia. Beatriz Avelar sonrió con calidez mientras le acomodaba la solapa del saco.

—Vine con la señora Gómez a dar una vuelta y me los encontré.

Con un simple “me los encontré”, me incluyó en la escena sin que pudiera evitarlo. Él adoptó un tono profesional para presentarme.

—Ella es la señorita Robles, asistente del señor Soler de Aero-Innovación.

Tomé la iniciativa y extendí la mano.

—Mucho gusto, señora. El señor Soler tuvo un imprevisto y me pidió que le trajera el contrato al señor Varela para que lo firmara. Mire.

Aproveché para sacar el contrato de mi bolso. Él se sorprendió; no esperaba que yo tomara el control de la situación. Aunque no quisiera, no tuvo más remedio que tomar el bolígrafo, firmar y devolvérmelo.

—Señorita Robles —dijo con un tono sincero—, su jefe tiene buen ojo. Es una asistente muy competente.

Guardé el contrato.

—No diga eso, señor Varela. Con una esposa tan elegante y distinguida a su lado, no me extraña que sus negocios vayan tan bien.

Al principio, Beatriz no me había prestado mucha atención; lo noté en su mirada. Pero mis palabras captaron su interés y la forma en que me observaba cambió. Como si aprobara mi actitud, asintió y dijo:

—Esta jovencita no solo es guapa, también sabe cómo hablar. Si sigues trabajando así, te espera un gran futuro.

Incliné la cabeza en señal de respeto.

—Gracias por el cumplido, señora. Y por sus buenos deseos.

Era el momento perfecto para irme.

—Señor Varela, señora, ya que el contrato está firmado, no los interrumpo más. Me retiro.

Él me miró confundido, sin esperar que me fuera tan rápido, pero con su esposa presente, no pudo hacer nada para detenerme.

—Señorita Robles —dijo con intención—, salúdeme al señor Soler de mi parte.

—Claro que sí, señor Varela. Se lo diré. Adiós, señora.

Ella me sonrió.

—Adiós.

Me di la vuelta y salí de allí lo más rápido que pude, deseando tener alas en los pies. Bajé corriendo las escaleras de la entrada, paré un taxi y me fui. No fue sino hasta que estuve dentro del carro que el nudo en mi pecho por fin se deshizo.

Saqué el contrato del bolso y confirmé una y otra vez que lo había firmado todo. De repente, me eché a reír.

—Ja…

La imagen de él, atrapado por su esposa, era demasiado cómica. Aunque, siendo honesta, si no hubiera sido por ella, dudo que yo hubiera podido escapar tan fácilmente.

Cuando regresé al hotel y abrí la puerta de la habitación, me encontré a Diego sentado en el sofá. Tenía un cigarrillo entre los dedos y su mirada no reflejaba ni la más mínima preocupación por mí.

—¿Tan pronto terminaste? —preguntó.

Cerré la puerta. La rabia me subió hasta la cabeza.

—Por lo que veo, parece que está decepcionado.

Dejé el contrato sobre la mesa y añadí deliberadamente:

—Ya hice lo que me pidió. Ahora, por favor, regrese a su habitación. Necesito darme un baño.

Diego se levantó lentamente y se acercó a mí, paso a paso. Me tomó del mentón, obligándome a levantar la cara, y preguntó con un tono burlón:

—Vaya, tienes tus trucos. Te subestimé.

Me zafé de su agarre y corrí hacia el baño. Cuando iba a cerrar la puerta, él entró. Un segundo después, me levantó en brazos y me sentó sobre el lavabo. Furiosa, con los ojos enrojecidos, le reclamé:

—¿No le da asco? Acabo de estar con otro hombre.

Él, sin embargo, se desabrochó los botones de la camisa uno por uno, me tomó la cara entre sus manos y me besó sin darme tiempo a reaccionar.

—Sé que no subieron a la habitación —dijo con la voz ronca—. Mi carro estaba afuera.

Al escucharlo, me sentí furiosa y frustrada. Empecé a golpearlo en el pecho con los puños, pero eso solo hizo que sus besos se volvieran más intensos.

El vapor empañó el baño, dejando nuestras huellas desordenadas sobre el cristal de la ducha. Mientras él me abrazaba con fuerza, yo lloraba con la nariz enrojecida, pero él solo se volvió más demandante.

Lanjutkan membaca buku ini secara gratis
Pindai kode untuk mengunduh Aplikasi

Bab terbaru

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 100

    Me soltó.—No es nada. Solo que te quede clara una cosa: si te atreves a traicionarme, me las vas a pagar.Con un impulso de rebeldía, le sujeté la muñeca.—No me atrevería. Te debo mucho dinero y demasiados favores, y pienso pagártelo todo. Cuando estemos a mano, podré volver a vivir con la frente en alto.Él bajó la mirada y, tras un momento de silencio, sonrió burlonamente.—¿Con la frente en alto? Ja... ¿Estar conmigo te avergüenza?Asintió, con una sonrisa.—Este fin de semana vas a acompañarme a la casa de mis padres. Y más te vale que te comportes.No fue sino hasta que se fue que mis hombros se desplomaron, liberando toda la tensión.***El fin de semana me vestí de forma elegante y discreta para acompañar a Diego a la casa de los Soler. Antes de bajar del auto, me dio algunas indicaciones.—Si mi mamá pregunta algo sobre Amelia, no digas nada.—¿Tu mamá sabe que regresó? —le pregunté.—Sí, lo sabe. Pero no que se está quedando conmigo.Asentí, comprendiendo la situación.—No t

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 99

    Si hasta esta noche la rivalidad entre Diego y Julián había sido un juego de indirectas, ahora las cartas estaban sobre la mesa. Lo peor que podía hacer era tomar partido y enredarme en sus viejos rencores.Diego no volvió en toda la noche. Gracias al alcohol, caí en un sueño.Antes del amanecer, tuve un sueño erótico. En él, Diego y yo nos entregábamos el uno al otro con una locura desenfrenada.Cuando desperté, abrí los ojos en una habitación silenciosa. Me dolía todo el cuerpo y en el aire flotaba un aroma denso, casi indecente.Me incorporé y vi la pijama que llevaba puesta tirada a un lado de la cama. Supuse que me lo había quitado mientras dormía.Escuché voces al otro lado de la puerta. Al prestar atención, reconocí a Diego y a Luisa.“¿Cuándo habrá regresado?”.Me vestí y salí. Luisa me vio y me dijo que me preparara para desayunar, pero Diego mantenía una actitud seria. Ni siquiera me dirigió una mirada; era obvio que seguía enojado.Llevaba su pijama de siempre y, aun cuando

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 98

    La calma de Julián se desapareció al instante. Su expresión se volvió seria y me lanzó una mirada hostil.—Sé lo que es real y lo que no. No necesito que te preocupes por eso, Soler.Diego no iba a dejarlo tener la última palabra y lo atacó.—Ah, ¿sí? Si en serio supieras distinguir, no habrías hecho el ridículo de esa manera.—¿Me lo estás restregando en la cara? —El rostro de Julián se contrajo por la furia, y tensó la mandíbula—. No te pases de la raya.Desde donde yo estaba, podía ver cómo apretaba los dientes con tanta fuerza que parecía a punto de estallar. Diego, en lugar de enojarse, sonrió con aire de superioridad.—Y eso de no pasarse de la raya, te lo digo a ti también.La tensión era insostenible, así que intervine antes de que todo empeorara.—Gracias por el saco, señor Vega. Señor Soler, aún tiene invitados importantes que atender. Volvamos, por favor.Busqué con la mirada a Amelia y le hice una seña para que se lo llevara.Era la oportunidad perfecta para ella de ganar p

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 97

    “Esto no era lo que debía pasar. No así”.Me quedé sin palabras, paralizada por los nervios. Ni siquiera me atrevía a mirarlo a los ojos. Con la espalda pegada a la puerta, desvié la mirada.Julián siempre había sido tan amable y respetuoso conmigo; no entendía por qué de repente actuaba como una persona distinta.Pero, sin importar lo que me preguntara, en ese momento era incapaz de responderle.—Dime, ¿qué vas a elegir?Lo rechacé.En ese momento no podía darle una respuesta de palabra, y mucho menos hacerle una promesa. En el fondo, no creía que pudiéramos tener un futuro juntos.—¿No quieres elegir o no te atreves? —insistió Julián.Lo empujé suavemente mientras hablaba.—Tú no eres una opción para mí. Lo nuestro es imposible, no te engañes.Parecía que Julián ya se esperaba mi respuesta, porque me interrumpió al instante.—No puedes ser la única que decide todo. Tú me pediste que te esperara y ahora eres tú la que me aleja. No puedes tratarme así. En serio no entiendo por qué no m

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 96

    Él se apresuró a explicarse.—No son palabras vacías, no te estoy engañando. Es lo que siento.Sin importar lo que él pensara, yo tenía que mantener la cabeza fría y ser racional. La insistencia de Julián podía arruinar mi plan. Si llegaba a provocar a Diego, no solo estaría en juego la enorme deuda que cargaba, sino que hasta la salida que había planeado con tanto cuidado sería imposible de lograr.Para evitar que lo echara todo a perder, decidí usar una táctica drástica para deshacerme de él. Lo miré a los ojos.—Nunca he entendido qué es lo que ves en mí. Sabes la clase de relación que tengo con Diego y, aun así, te molestas en prestarme atención. Si no es porque buscas sacar algún provecho, en serio no me explico por qué alguien con tu posición se fijaría en una mujer a la que mantienen. Lo mío con Diego no se va a poder ocultar por mucho tiempo. En la oficina ya empezaron los rumores sobre nosotros. Atenea no es tan grande. Si te relacionas conmigo, solo vas a rebajarte y a darle

  • Sacrificio Carnal   Capítulo 95

    Amelia hizo una entrada espectacular que atrajo todas las miradas masculinas del salón.La reunión de esta noche no era la típica cena de negocios. La presencia de algunas figuras políticas exigía un código de vestimenta más formal, por lo que un vestido demasiado ostentoso o sensual resultaba fuera de lugar.Sin embargo, a juzgar por su aire radiante y triunfal, ella no parecía consciente de que su vestido era demasiado revelador. Al contrario, levantó el mentón con orgullo, disfrutando de ser el centro de atención.Supongo que hay una gran diferencia entre quienes crecen rodeados de amor y quienes, como yo, aprendimos a pasar desapercibidas. Ella estaba acostumbrada a ser el centro del universo, mientras que yo solo quería encontrar un rincón donde nadie me viera.Ella anhelaba ser el centro de atención; yo, un punto ciego.Solo quería terminar con las formalidades lo antes posible, así que me limité a inclinar la cabeza y saludarla como la directora Leblanc. Pero ella me analizó de

Bab Lainnya
Jelajahi dan baca novel bagus secara gratis
Akses gratis ke berbagai novel bagus di aplikasi GoodNovel. Unduh buku yang kamu suka dan baca di mana saja & kapan saja.
Baca buku gratis di Aplikasi
Pindai kode untuk membaca di Aplikasi
DMCA.com Protection Status