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Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!
Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!
Autor: Esme Valverde

Capítulo 1

Autor: Esme Valverde
Valeria Soto yacía sin fuerzas en la cama del hospital; el gel frío del ultrasonido se deslizaba por su bajo vientre, que le dolía a latidos.

—¿El bebé… sigue ahí? —preguntó con la voz hecha un hilo.

—Es un aborto espontáneo; no pudimos salvarlo —dijo la doctora con un suspiro de pesar.

Valeria clavó los diez dedos en la sábana. El corazón se le estrujó de golpe.

—Aun si lo hubiéramos salvado, no le aconsejaría continuar —añadió la doctora, serena—. Inhaló mucho humo durante el incendio y eso puede afectar gravemente al feto. Llevar a término este embarazo sería de alto riesgo.

Dos horas antes.

En el laboratorio de Investigación y Desarrollo (I+D) en energías limpias del Grupo López estalló un incendio eléctrico. Para rescatar el microchip recién desarrollado, Valeria se lanzó sin dudar hacia el foco del incendio.

Logró salvar el chip, pero ella, tras inhalar humo, se desmayó. La llevaron a Urgencias con varias raspaduras y sangraba entre las piernas; dolía verla así. Agotada por tantas desveladas entre la casa y el trabajo, hasta entonces no supo que estaba embarazada de casi dos meses.

—Usted es joven, habrá más hijos —la consoló la doctora mientras la limpiaba con suavidad—. Ahora está muy débil. Debe quedarse en observación. Le recomiendo avisar a su esposo para que venga a cuidarla.

A Valeria le tembló todo el cuerpo. Intentó incorporarse, pero no se atrevió a llamarlo.

Dos días antes, su marido, Daniel López, le había dicho que viajaría por trabajo a Costa Verde para negociar un proyecto. Javier López, su hijo, le rogó que lo llevara a un parque temático en el extranjero y se fue con él.

Valeria sabía que Daniel odiaba que lo molestaran cuando estaba de viaje. Sin llamadas ni mensajes en dos días… seguro estaba muy ocupado.

En ese momento, el celular vibró. Un mensaje de Emilia Molina, su media hermana, apareció en la pantalla.

Con el pulso tembloroso, Valeria lo abrió y se le cortó el aire.

En la foto, Emilia abrazaba a Javier; sonreían y formaban un corazón con los dedos. Al lado, impecable, Daniel estaba sentado. El hombre que ni siquiera quiso tomarse las fotos de la boda, esta vez aparecía en la imagen: la comisura de sus labios apenas levantada, una sonrisa rarísima en él. Los tres, en la foto, parecían una familia perfecta y feliz.

“Hermana, estoy con Dani y Javi viendo un musical. «La canción del ruiseñor» es tu favorita, ¿verdad? Me adelanté sin ti.”

«La canción del ruiseñor» llenaba salas; conseguir entradas era casi imposible. Valeria había insinuado más de una vez que quería ir con Daniel, pero él siempre la había rechazado con frialdad:

—Estoy muy ocupado, no tengo tiempo. Además, Javi es pequeño y no podemos dejarlo solo. Será en otra ocasión.

No estaba ocupado; simplemente no quería. No con ella, su esposa.

A Valeria se le enrojecieron los ojos. El corazón, ya desgarrado por el dolor, sintió otra puñalada.

De vuelta en la habitación, se acurrucó en la cama, aguantó el dolor del vientre y, aferrada a una última esperanza, marcó el número de su marido.

El teléfono sonó varias veces; al otro lado respondió la voz baja, grave y fría del hombre:

—¿Qué pasó?

—Daniel, me siento mal… Estoy en el hospital. ¿Podrías regresar antes?

—Valeria estaba pálida; la voz apenas le salía.

—El proyecto aquí todavía no se ha cerrado. Necesito dos días más. Pídele a Carla Vega que te cuide —su tono fue distante.

Valeria apretó el celular.

—Daniel, ¿estás… con Emilia ahora?

—Valeria, ¿a esto le ves sentido? —se notaba fastidiado—. Han pasado cinco años y te lo he repetido: entre Emilia y yo no hay nada; la veo como a una hermana. Y aunque ahora mismo estuviera con ella, ¿qué?

¿También aprendiste a fingir estar enferma para dar lástima?

—¡Papá, hablas muy fuerte! ¡Estás molestando a la tía y a mí! —la voz infantil de Javier irrumpió en la llamada—. No le hagas caso a mami, ¿sí? ¡Qué fastidiosa es!

Antes de que Valeria pudiera responder, Daniel colgó. No le concedió ni una pizca de paciencia.

La habitación, vacía, se quedó inmensa. Ella se acurrucó bajo las sábanas y el frío le caló hasta los huesos.

Tres días después, Valeria decidió salir del hospital antes de tiempo.

En I+D quedaban demasiados pendientes y no podía estar tranquila. Además, Daniel valoraba mucho el lanzamiento del nuevo producto; quería que todo saliera bien. Al fin y al cabo, llevaba dos años trabajando en silencio para lograrlo.

Al atardecer, regresó agotada a Villa La Ola y sintió que el cuerpo le pesaba como plomo. Apenas entró a la sala, escuchó risas: eran Javier y Emilia.

A Valeria se le hundió el pecho. Se escondió detrás de una maceta y miró de reojo.

En el sofá, Emilia —delicada, de rasgos finos y dulces— estaba sentada entre Daniel y Javier. En la mesa de centro había un pastel de cumpleaños. En su cuello relucía un collar con un colgante de rubí, de una casa de alta joyería, edición limitada a nivel mundial. Valeria lo había visto por casualidad en la vitrina del centro comercial el mes pasado; le encantó, pero el precio era tan exorbitante que ni siquiera se atrevió a soñarlo. Y ahora brillaba en el cuello de Emilia.

—Gracias por tu regalo, Dani. De verdad me encantó —dijo ella, acariciando el colgante. Alzó la mirada al perfil elegante del hombre; los ojos le brillaron—. Debe ser carísimo, ¿no? No vuelvas a gastar tanto en mí. Ya te lo dije: los regalos no importan; lo que cuenta es el detalle.

Daniel respondió sin inmutarse:

—El dinero no es problema. Lo importante es que te guste.

—¡Tía Emi, cierra los ojos! —pidió Javier, riéndose.

Emilia obedeció, dócil.

Las manos pequeñas de Javier deslizaron una pulsera de cristales multicolor en la muñeca de ella.

—¡Listo! —anunció orgulloso.

—¡Qué precioso! —Emilia se iluminó de sorpresa.

Javier soltó una risita y se rascó la cabeza.

—E-elegí cada cuenta con muchísimo cuidado y la ensarté yo solito. Es… es mi regalo de cumpleaños para ti, tía.

—Gracias, Javi. La voy a guardar toda la vida, te lo prometo —Emilia se inclinó; sus labios se acercaron a la frente del niño.

Justo entonces, Javier alzó la carita y, ¡muac!, le plantó un beso en la mejilla.

Javier había salido a su padre: reservado, orgulloso, casi nunca buscaba a su madre para darle cariño. A Emilia, en cambio, le entregó con una facilidad desarmante eso que Valeria había deseado sin conseguir.

Valeria sintió que se le encogía el corazón, como si lo exprimieran; el amargor le subió a la boca.

Con los ojos brillando, Javier habló muy serio:

—Tía, como estás delicada, de ahora en adelante papá y yo te vamos a cuidar. Vamos a protegerte de todo, ¿sí?

—Claro, de ahora en adelante voy a contar con tu protección —Emilia se ruborizó y miró de reojo al hombre a su lado.

Daniel sonrió con la mirada, cortó él mismo una porción de pastel y se la dio a Emilia.

Esa escena dejó a Valeria sin una gota de color en el rostro; casi no pudo sostenerse en pie.

El hombre al que amaba con todo el alma celebraba el cumpleaños de otra mujer; el hijo por el que casi entregó la mitad de su vida prometía proteger a la mujer que le estaba arrebatando todo a su madre.

Con los ojos enrojecidos, Valeria sonrió. Se dio la vuelta y salió, paso a paso, de la jaula que había llamado matrimonio durante cinco años.

Afuera, la llovizna caía fina y constante.

Empapada, se quedó a la orilla de la acera y marcó un número que no llamaba desde hacía mucho. Del otro lado, un hombre respondió con alegría:

—¡Señorita! Hace siglos que no hablamos. ¿Cómo ha estado?

Valeria sonrió; en su mirada hubo una frialdad nítida, resuelta como nunca.

—Bien. Me voy a divorciar.

—¿Qué?

—Por favor, ayúdame a redactar un convenio de divorcio. Lo antes posible.
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Último capítulo

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 30

    Valeria alzó la mirada y se encontró con el porte sereno de doña María.—¿Mamá? —Juana bajó el tono de inmediato.—Valeria —dijo doña María, volviéndose hacia la mujer sentada a su lado, con una voz cálida y cercana—, de ahora en adelante, en esta casa, sea cena familiar o cualquier comida, no vas a meterte a la cocina ni a servir los platos.Valeria abrió los ojos un instante.—Abuela, yo…Doña María se inclinó y le dio una palmadita en la mano.—Niña, siéntate a gusto y come tranquila. Hoy pedí que hicieran varios de tus platos favoritos. Come bien.Una tibieza repentina le subió al pecho; los ojos se le humedecieron apenas. En esa casa, el único calor siempre había venido de la abuela.Emilia apretó los labios y miró de reojo a Daniel, a su lado. Daniel no reaccionó. A quien sí se le tensó la cara fue Juana.—Mamá, las nueras de los López, usted y yo incluidas, siempre han ayudado en la cocina. Es nuestra tradición…—¿Y solo porque es “tradición” ya está bien? —cortó doña María, con

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 29

    —Doña María, señora Juana… De verdad, perdón. Fue culpa mía…Emilia llevaba sobre los hombros el saco ancho de Daniel; tenía el cabello un poco revuelto y los ojos vidriosos, como si hubiera pasado por la peor de las vergüenzas. Esa cara despertaba el instinto de protección de cualquiera.—No tienes que disculparte —dijo Daniel, grave—. No fue tu culpa.Valeria bajó la mirada. Se le apretó el pecho, inevitable. Que Daniel hubiera dejado el trabajo para ir a sacarla del apuro, ya lo había aceptado; que además le prestara su saco, también. Pero traerla a la casa de los López, delante de la abuela… ese gesto, tan protector y tan público, le dejó claro que Daniel adoraba a Emilia.—Tía Emi, ¿estás bien? —se apresuró a preguntar Javier—. ¿No te pasó nada?Emilia forzó una sonrisa pálida.—La tía está bien.—Que esté bien es lo primero —dijo Leticia, riendo—. Con mi hermano ahí, ¿qué problema no se resuelve?Doña María carraspeó un par de veces; se le endureció el gesto.—¿No era hoy la cena

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 28

    Al oírlo, doña María frunció el ceño. Valeria bajó la mirada; se le tensaron los dedos en la taza.—¿Abuela, a tía Emi le pasó algo? ¿Está bien? —se apresuró a preguntar Javier.Esa preocupación espontánea por Emilia era un calco de la de su padre.—Sí, mamá —secundó Leticia, con gesto preocupado—. Emilia siempre ha sido una mujer buena, tranquila y correcta. ¿Cómo pudieron rodearla los reporteros así de repente? No vaya a ser que le tendieron una trampa. Además, no anda muy bien de salud; si se llevó un susto, a mi hermano le debe doler el alma.Lo dijo para herir a Valeria; sin embargo, en el rostro frío de la mujer no se movió ni un músculo.Juana suspiró.—Cuando vuelva Dani, que nos lo explique.—¿Y qué, esa Emilia es una muñeca de cristal? Con lo curtida que está, ¿unos periodistas la espantan? ¿De cuándo acá tan frágil? —soltó doña María, dejando la taza con un golpe que hizo vibrar la mesa. Luego miró a Juana—. Juana, llámalo y dile que regrese a la casa de inmediato.—Sí, mamá

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 27

    —Encuentra la forma —dijo Leticia, bajando la voz—: un bloqueo, un cierre, lo que sea. Retrasa a Valeria para que no llegue a tiempo al aeropuerto.Un día como hoy, si Valeria llegaba tarde, a su bisabuela y a su madre no les iba a gustar nada. Y esa mujer “sin clase” quedaría aún peor parada en la familia.—Sí, señora. Me encargo ahora mismo.***En la autopista, Valeria sintió que algo no cuadraba. Alzó la vista al retrovisor: un sedán negro aceleró de golpe hasta emparejarse con su SUV blanca.Aferró el volante. Cuando iba a pisar a fondo, el sedán se le echó encima por el costado.No era ninguna novata al volante.Se le endureció la mirada; hundió el acelerador, viró con la izquierda y, con la derecha, redujo y volvió a acelerar. Todo salió limpio, fluido, preciso. La SUV ganó distancia en segundos; por más que el sedán intentó cerrarle el paso, no logró rozarla.En un latido, la SUV de Valeria ya había dejado al sedán muy atrás.El perseguidor no se rindió: iba a lanzarse de nuevo

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  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 25

    —Si van a salir, que lo hagan en otro lado. ¿Qué hace esa en el despacho? —preguntó Natalia, con media sonrisa.—Vino por un caso —susurró la colega, mirando a su alrededor.—¿Qué caso?—Hace unos días denunciaron a una alta directiva del Grupo López por exigir favores sexuales y abuso de poder. Dicen que la denunciante es esa señorita. Y el caso lo tomó el propio abogado Méndez.La colega chasqueó la lengua.—Lo hace por ella. Los honorarios y la asesoría de ese abogado son de otro planeta. ¿Con qué iba a pagarlos la chica? Bajarse del pedestal por la mujer que te importa… eso suena a amor del bueno.Apenas se fue la colega, Natalia entró a la escalera de emergencia y marcó.—¿Hola, Nati? —contestó Emilia, con un tono lánguido y segura de sí misma.—Emi, adivina a quién vi en nuestro despacho: a Valeria Soto. Entró pegadita a Gabriel Méndez, coqueteando y todo. ¿No te parece una descarada? —escupió Natalia, descargando su mal humor.—Oh, ¿sí? —respondió Emilia, sin sorpresa.—¿Y no te

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