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Capítulo 2

Author: Leo
Mi padre frunció el ceño:

—Fuiste tú quien dijo que solo te casarías con Hugo, luego, cuando él accedió, quisiste romper. Para tu bien, no tuve más remedio que buscarte este matrimonio con la familia Ximénez y ahora lloras y gimes.

—Pero cuando Hugo acepta casarse contigo, pones excusas. ¿A qué vienen estos remilgos?

Al oír esto, mi corazón parecía dolerme.

No podía creer que, por su hija ilegítima, mi padre estuviera dispuesto a lanzarme al abismo sin dudar.

De repente, solté una risa, pero las lágrimas caían al suelo.

Al verme en silencio, mi padre estaba a punto de enfurecerse cuando el timbre del celular sonó abruptamente.

Molesto, descolgó.

Tras escuchar la presentación de su interlocutor, su rostro palideció al instante.

—¿La… la familia Ximénez?

Una voz serena llegó del otro lado:

—Sí. Enhorabuena, Sr. López. Su hija, la señorita Serena, ha sido seleccionada por el presidente. Enseguida enviaremos los regalos de compromiso.

***

La incredulidad se apoderó del rostro de mi padre.

Preguntó con voz trémula:

—¿No… no habrá error? ¿De verdad ha sido elegida mi hija?

La respuesta fue fría:

—Sr. López, fue una decisión personal del presidente. ¿Cómo podría haber error?

—Si la familia López pretende tomar este matrimonio a broma, asumirá las consecuencias.

Al oírlo, el sudor asomó en la frente de mi padre y forzó una sonrisa:

—Fue un malentendido por mi emoción. Nuestra familia anhela esta unión. ¡Cooperaremos plenamente!

La llamada se cortó, el celular se deslizó de su temblorosa mano.

Señalándome con el rostro sombrío, gritó:

—¡Idiota! Si no hubieras montado ese numerito con el Sr. Suárez, ¿cómo nos habría tocado los Ximénez?

—¡Es capaz de mandar a su propio padre a la cárcel! ¿Crees que casarte con los Ximénez es subir en una vida buena? ¡Imposible!

Antes de que terminara, su mano, con venas marcadas, se alzó para golpearme.

No sentí el menor miedo:

—Papá, ¿adivina qué hará Sergio si se entera de que golpeas a su prometida?

Mi padre enrojeció de ira, pero, temeroso de ofender a los Ximénez, abortó el golpe.

—¡Veré qué trama Sergio!

Arrojó esas palabras y salió dando un portazo.

Me quedé paralizada.

La traición de Hugo, las maquinaciones de mi padre, un matrimonio incierto…

Todo me llenaba de dolor.

Media hora después.

El chófer de la familia Ximénez llegó con sirvientes que cargaban ocho cajas.

Dentro habían joyas y diamantes de la más alta calidad.

—Srta. López, esto es parte de la dote preparada por el presidente.

Sus palabras me conmocionaron.

Pensé que los Ximénez solo cumplirían un trámite, no que harían semejante despliegue.

Poco después, unos pasos resonaron en la escalera.

Hugo, con el brazo alrededor de la cintura de Luna, bajó despacio.

Al ver las cajas aún abiertas, se quedaron pasmados.

Evidentemente, no sabían nada de lo ocurrido.

Luna mostró a propósito las marcas de besos en su cuello y, apoyada en Hugo, sollozó:

—Qué envidia que mi hermana se case con su amado con tanto boato. No como yo, que ni siquiera puedo darle un apellido a mi bebé…

Hugo me lanzó una mirada de superioridad:

—Serena, hace unos días llorabas por romper. Y ahora ya tienes preparada la dote. ¿Tan desesperada estás por casarte conmigo?

Acto seguido, miró a Luna con ternura:

—La familia Suárez no necesita nada, dásela toda a Luna.

Luna se tapó la boca, fingiendo sorpresa:

—Serena, ¿de verdad me la das toda?

Hugo respondió primero:

—No es nada. Tómala como regalo de bienvenida para el bebé.

—¿De verdad me merezco?

Sin terminar, ya se volvió hacia los guardias:

—Llévenlo a mi villa. ¡Cuidado, que no se golpee!

Su villa se la regaló Hugo el mes pasado, como un regalo para el bebé.

En un instante, las ocho cajas fueron retirados.

De principio a fin, no dije ni una palabra.

Luna, al irse, no olvidó lanzarme una mirada provocadora, deslizando su mano sobre su vientre.
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