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Desaparecida en el fuego

Desaparecida en el fuego

By:  Bollo ArroceroCompleted
Language: Spanish
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En el quinto año de matrimonio, Julieta Torres se quejaba de que la vitamina C que su esposo le había comprado sabía demasiado amarga. Con el frasco en la mano, fue al hospital. El médico lo revisó y dijo: —Esto no es vitamina C. —¿Perdón, puede repetirlo? —preguntó Julieta. —Lo repita cuantas veces lo repita, es lo mismo —señaló el frasco—. Esto es mifepristona. Si la tomas en exceso no solo causa esterilidad, también daña seriamente el cuerpo. La garganta de Julieta se sintió como si algo la obstruyera, y sus manos, aferraban el frasco con fuerza. —Eso es imposible, este medicamento me lo dio mi esposo. Se llama Bruno Castro, también es médico en este hospital. La mirada del doctor hacia ella se volvió extraña, cargada de un matiz difícil de explicar. Al final, sonrió levemente. —Señorita, mejor vaya a consultar a psiquiatría. Todos aquí conocemos a la esposa del doctor Castro, y hace apenas un par de meses dio a luz a un bebé. No se haga ilusiones, muchacha, no tiene caso.

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Chapter 1

Capítulo 1

En el quinto año de matrimonio, Julieta Torres se quejaba de que la vitamina C que su esposo le había comprado sabía demasiado amarga. Con el frasco en la mano, fue al hospital.

El médico lo revisó y dijo:

—Esto no es vitamina C.

—¿Perdón, puede repetirlo? —preguntó Julieta.

—Lo diga las veces que lo diga, es lo mismo —señaló el frasco—. Esto es mifepristona. Si la tomas en exceso no solo causa esterilidad, también daña seriamente el cuerpo.

La garganta de Julieta se sintió como si algo la obstruyera, y sus manos aferraban el frasco con fuerza.

—Eso es imposible, este medicamento me lo dio mi esposo. Se llama Bruno Castro, también es médico en este hospital.

La mirada del doctor hacia ella se volvió extraña, cargada de un matiz difícil de explicar. Al final, sonrió levemente.

—Señorita, mejor vaya a consultar a psiquiatría. Todos aquí conocemos a la esposa del doctor Castro, y hace apenas un par de meses dio a luz a un bebé. No se haga ilusiones, muchacha, no tiene caso.

Diciendo eso, abrió en su celular una foto en la que aparecía Bruno con bata blanca, cargando a un bebé en brazos. A su lado estaba una mujer de sonrisa radiante.

Era Tania Hernández, esa amiga de la que siempre hablaba.

Un zumbido le atravesó la cabeza a Julieta, de pronto todo quedó en blanco.

El médico añadió que aquella mujer era la esposa de Bruno y el bebé, su hijo.

Su respiración se volvió pesada. Tropezando, corrió hacia el ascensor para subir al piso quince y enfrentarlo cara a cara.

Apenas se cerraron las puertas, escuchó dos voces familiares.

Quizá porque iba muy abrigada y con gorra, los de adelante no la reconocieron y hablaron sin reservas.

—Bruno, ¿de verdad no temes que Julieta se entere? ¿Para qué te esforzaste tanto en rogarle que volviera contigo? Si desde un inicio hubieras elegido a Tania, ahora no tendrías que ver a tu hijo a escondidas como un ladrón —era la voz de Felipe Hernández.´

Bruno respondió con frialdad:

—Ella no lo descubrirá. Felipe, controla lo que dices. Cuando veas a Julieta, más te vale tener claro qué se puede mencionar y qué no.

—No entiendo nada —se rió Felipe con desdén—. Tania llegó a tu casa a los cinco años como tu prometida de la infancia. Cuando eran chicos la cuidabas como un tesoro, y de grandes resulta que te dejó engatusar por Julieta.

—Por ella mandaste lejos a Tania, y luego te empeñaste en traerla de vuelta. ¿A quién amas en realidad?

Bruno guardó silencio por un buen rato antes de contestar:

—Yo amo a Julieta, pero no logro soltar a Tania. Pensar en lo mal que lo pasó en el extranjero me revuelve la cabeza.

—El título de esposa ya se lo di a Julieta, pero el hijo lo tendrá Tania, al menos que tenga un apoyo.

Felipe suspiró y preguntó:

—¿Y si Julieta llega a tener un hijo contigo? ¿Podrás tratar a los dos por igual? Al fin y al cabo, Tania es mi prima.

En ese instante, sonó el timbre del ascensor anunciando la llegada.

Las puertas se abrieron justo cuando la voz de Bruno salió cortante:

—Eso no pasará.

Felipe se quedó pasmado. No supo si hablaba de no tener hijos o de no hacer distinciones, y salió confundido.

Pero Julieta sí entendió.

Lo que él quería decir era que nunca tendrían hijos.

Porque ya la había estado drogando para dejarla estéril, quitando de en medio cualquier peligro para su prometida de infancia.

El ascensor estaba lleno, sofocante, pero ella sentía que había caído en un pozo helado. Todo su cuerpo estaba frío.

No fue hasta que volvió a la planta baja que, como alguien que sale de un ahogo, alcanzó la primera bocanada de aire y empezó a toser.

El celular vibró en su bolsillo. La pantalla se iluminó, era un mensaje de Bruno con una captura de su boleto de avión:

"Julieta, nos vemos mañana en la pista. No olvides llevar el amuleto que pedí para ti."

Al leerlo, las emociones que la desbordaban se rompieron como un dique, las lágrimas le cayeron a borbotones.

Él siempre estaba ocupado, pero desde que se casaron nunca faltaba a sus competencias. Aunque fuera tomando vuelos nocturnos, siempre aparecía en la meta.

Ese día reservaba un restaurante, le llevaba flores, celebraba su triunfo. Año tras año, sin fallar.

Julieta recordó cómo los amigos de Bruno solían bromear diciendo que ella era su amor imposible, por quien había entregado media vida para recuperarla.

Por traerla de regreso, luchó contra clubes extranjeros, arriesgándose una y otra vez.

Para retenerla, invirtió fortunas en un equipo de entrenadores de élite, hasta abrirle un club de carreras solo para ella.

Después del matrimonio, la colmaba aún más.

Una noche, medio dormida, murmuró que extrañaba a su madre, y él movió cielo y tierra en plena madrugada para devolverle las pertenencias que le quedaban de ella.

Ese era Bruno. Y aun así, a sus espaldas, había formado otra familia.

De pronto todo encajaba.

Por eso Tania conocía tan bien cada rincón de la casa de los Castro. Por eso, aun viviendo años afuera, sabía los apodos de todos sus amigos. Por eso, esa supuesta amiga, había logrado que él cancelara medio año de cirugías para acompañarla a correr autos.

No era ninguna amiga. Era su prometida de la infancia.

Hace apenas un momento, Julieta pensaba que si Tania intentaba meterse en medio, jamás lo permitiría.

Ahora entendía que la intrusa era ella, y que la que debía apartarse era ella misma.

Un frío desgarrador le subió desde los pies, entumeciéndole el cuerpo entero.

Siempre creyó que un colapso sería gritos y llanto, pero al vivirlo supo que el verdadero quiebre era el silencio absoluto.

Solo las lágrimas imparables y un corazón hundido hasta el fondo le decían que estaba a punto de morir de dolor.

Era como si una mano gigante le estrujara el pecho, exprimiéndole la última gota de sangre.

El celular vibró otra vez.

Era una foto familiar enviada por Tania, con una línea de texto:

"Julieta, deja de ocupar un lugar que no es tuyo. Pensé que tendrías la decencia de hacerte a un lado, pero veo que eres más descarada de lo que imaginaba. Bruno dice que el bebé se parece a él, ¿no crees?"

Julieta apenas le echó un vistazo y salió de la conversación.

Si ella lo quería, que se lo quedara.

Pero conocía demasiado bien a Bruno, lo que él consideraba suyo, aunque ya no lo deseara, jamás lo soltaba tan fácil.

Sus dedos temblaron sobre el teclado del celular durante mucho tiempo, hasta que al fin marcó un número casi borrado de su memoria.

La llamada se conectó y su voz salió temblando:

—Diego, aquella apuesta, ¿todavía vale?
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