MasukEn el quinto año de matrimonio, Julieta Torres se quejaba de que la vitamina C que su esposo le había comprado sabía demasiado amarga. Con el frasco en la mano, fue al hospital. El médico lo revisó y dijo: —Esto no es vitamina C. —¿Perdón, puede repetirlo? —preguntó Julieta. —Lo repita cuantas veces lo repita, es lo mismo —señaló el frasco—. Esto es mifepristona. Si la tomas en exceso no solo causa esterilidad, también daña seriamente el cuerpo. La garganta de Julieta se sintió como si algo la obstruyera, y sus manos, aferraban el frasco con fuerza. —Eso es imposible, este medicamento me lo dio mi esposo. Se llama Bruno Castro, también es médico en este hospital. La mirada del doctor hacia ella se volvió extraña, cargada de un matiz difícil de explicar. Al final, sonrió levemente. —Señorita, mejor vaya a consultar a psiquiatría. Todos aquí conocemos a la esposa del doctor Castro, y hace apenas un par de meses dio a luz a un bebé. No se haga ilusiones, muchacha, no tiene caso.
Lihat lebih banyakLucía jamás imaginó que Bruno realmente pasaría la noche entera de pie bajo la nieve.A media madrugada la nevada se había intensificado, Lucía miraba una y otra vez por la ventana, y Julieta también echó un vistazo.Al ver aquel rostro familiar asomar entre el ventisquero, con los labios cuarteados por el frío, Bruno aún tuvo fuerzas para esbozar una sonrisa.—Julieta, ¿esto no podría costar vidas? —preguntó Lucía.Julieta, sin inmutarse, se arropó con la manta y cerró los ojos.—No va a pasar nada. Y si pasa, no es asunto nuestro. Duérmete ya.Lucía admiraba la firmeza de Julieta, pero al recordar todo lo que ella había sufrido, corrió las cortinas con fuerza, como descargando su rabia.Mientras tanto, en la nieve, Bruno revivía en su mente una y otra vez los recuerdos del pasado.Habían tenido momentos felices, decoraron una casa juntos, soñaron con el futuro. Pero todo se había venido abajo por culpa de Tania.Solo pensar en ella le encendía el pecho de ira.Con el paso de las hora
Bruno miró hacia donde venía la voz y se quedó boquiabierto de la impresión:—¿Diego? ¿Qué haces aquí?Diego pasó un brazo por encima del hombro de Julieta y, al sentir que ella no se apartaba, la sostuvo con más firmeza.—Soy su prometido, ¿por qué no podría estar aquí?Apenas dijo eso, Bruno sintió como si un rayo lo partiera en dos. Todo a su alrededor se volvió silencio.—¿Prometido? No puede ser... Julieta, ¿cómo puede ser tu prometido?Tenía los ojos enrojecidos y los labios le temblaban.Julieta soltó la mano de Diego y entrelazó sus dedos con los de él, levantándolos frente a Bruno.—¿Por qué no? No estoy casada ni tengo hijos. ¿Tan difícil es aceptar que tenga un prometido?Los labios de Bruno se movían sin emitir sonido. Su mirada estaba llena de incredulidad.Las palabras de Julieta fueron como un cuchillo clavándose en su corazón.—No puede ser —dijo con voz entrecortada—. No lo acepto... Yo te amo. ¡Tienes que ser solo mía!Julieta soltó una risa irónica, ya no tenía inten
Por más que Bruno gritara detrás, el auto no se detuvo ni un segundo, al contrario, aceleró hasta volverse apenas un punto negro en la distancia.Solo cuando la silueta desapareció por completo en el retrovisor, Diego bajó la velocidad.Julieta lo miró de reojo, con sospecha:—¿Y ahora por qué manejas como loco? ¿Se te olvidó que la muerte no corre prisa?Diego no respondió a la ironía. De pronto, lanzó la pregunta:—Si Bruno viniera a buscarte, llorando, arrepentido, rogándote volver... ¿Le dirías que sí?El ceño de Julieta se frunció como si hubiera oído algo repulsivo, pero respondió con seriedad:—No. Ni muerta.Solo de pensar en lo que Bruno le había hecho, un escalofrío le recorría el cuerpo. Todavía se despertaba en medio de la noche, aterrada, deseando de verdad haberse consumido en aquel incendio antes que seguir soportando esas memorias que la laceraban una y otra vez.Diego captó la firmeza en su mirada y, sin querer, se le dibujó una leve sonrisa en los labios.Julieta lo d
Bruno no sabía que, antes de llegar al centro de entrenamiento, ya se había convertido en el tema de conversación de todos.En su mente solo había un pensamiento, que era heredar la voluntad de Julieta, correr cada pista y ganar todos los campeonatos. Así, cuando muriera y pudiera volver a verla, tal vez sentiría un poco menos de culpa.Antes de venir había escuchado que, en los últimos años, había surgido en el extranjero una entrenadora legendaria, cuya alumna había arrasado con todos los campeonatos de las ligas universitarias de élite.Aunque esa entrenadora solo aceptaba mujeres, él igual quiso intentarlo.Apenas entró en la sala de descanso, detuvo a un trabajador:—Disculpe, ¿sabe dónde está la entrenadora del equipo Zero?—¿Hablas de la entrenadora Today? —le señaló un punto no muy lejos—. Hace un rato estaba sentada ahí. Sus corredoras todavía siguen allí, puedes preguntarles.Bruno le agradeció y se dirigió con pasos rápidos hacia Lucía:—Hola, ¿sabes dónde está su entrenador






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