Tras la quiebra de mi familia, mi prometido, Javier Martínez, rompió el compromiso sin titubear y eligió a Lucía Giménez. Fue Pablo Romero quien saldó mis deudas, se hizo cargo del funeral de mi padre y me sacó del incendio en el que se había convertido mi vida. Durante los siguientes tres años, se quedó a mi lado. Justo cuando creí haber encontrado la redención, en la víspera de nuestra boda lo escuché conversar con su mejor amigo: —¿De verdad piensas casarte con Daniela? ¿No te da miedo que algún día se entere de que la muerte de su padre y la ruina de su familia fueron cosa tuya? —Lucía ya se casó con Javier. Me caso con Daniela y ya. Y si algún día lo descubre, ¿ qué? Yo pagué sus deudas, yo enterré a su padre. Con eso ya cumplí con ella. Ahí entendí que Pablo también me había mentido. De principio a fin, la única que se lo había creído todo había sido yo.
View MoreCuando Pablo me encontró, yo estaba cerrando la mochila: esa noche iba a ver auroras.Con el aluvión de chismes en mi país, lo suyo con Lucía había quedado sepultado por el tiempo.Y yo había aprendido a soltar.Ni la tristeza ni el rencor merecían que me siguiera lastimando.Mientras volvía a abrazar mi vida, me solté a mí misma: dejé de evitar las noticias.Hasta abrí un Instagram para subir mis platos. Empezaron a llegar seguidores.Nunca imaginé que entre ellos estuviera Pablo.Apenas salí, lo vi en la calle, de pie en el viento helado, frotándose las manos.—Hace un frío tremendo… Dani, ¿ya te acostumbraste?Fue extraño. En solo unos meses, lo vi diferente.Sin odio. Sin dolor. Llana como el agua.Me quedé frente a él, y respondí como quien dice qué comió hoy.—Nada mal.A Pablo se le desbordó el pecho. Echó a andar hacia mí y me abrazó.—Dani, perdón…Le sentí el latido fuerte, retumbando contra mi clavícula. Sus brazos me apretaron tanto los hombros que por poco me faltó el aire
Me mantuve ocupada a propósito. Cerré la ventana de las noticias de mi país.Pero llegó la noche polar, acorté el horario del local y me sobró tiempo.La curiosidad pudo más: abrí los portales.Lucía y Javier se habían divorciado.Después de que Pablo filtrara a los tabloides su hospitalización, los reporteros cayeron como moscas a la carne. Tiraron del hilo desde “¿por qué está internada?” hasta destapar que Javier era estéril.Los líos de la alta sociedad quedaron al desnudo y los Martínez cortaron por lo sano: divorcio inmediato.¿Y el bebé? Según las notas, fue “souvenir” del after de la boda.Decían también que, ya divorciada, Lucía buscó a Pablo. No la dejaron entrar.La noticia lo decía al pasar, pero la escena se dibujaba sola.Lucía había ganado lugar en su familia por dos razones: el respaldo de Pablo y su título de nuera de los Martínez.Ahora no tenía ni lo uno ni lo otro.Pablo, además, había perdido el pulso desde mi partida: tropezón tras tropezón en los negocios.Sin es
Llegué al mediodía a la ciudad portuaria. Apenas pisé la terminal, algo me dijo que no era un lugar seguro. Podían ser hombres de Pablo… o de Lucía. Daba igual: mi rastro estaba expuesto.Borré toda huella de mi nombre: di de baja mis registros, tramité una nueva identificación y volé al extranjero.Antes de la quiebra de mi familia había vivido fuera; me tomó poco readaptarme.Elegí un país pequeño del norte de Europa, de esos donde conviven el sol de medianoche y la noche polar. Si tenía suerte, vería la aurora boreal.Crucé la nieve mullida y el viento helado me golpeó la cara. Sonreí sin poder evitarlo.Las historias de la ciudad se quedaban, por fin, atrás.Se lo había dicho a Pablo tantas veces: “Quiero ver auroras.” Él siempre respondía que sí… y cada año aparecía otra excusa: trabajo, o Lucía. Yo y mis auroras quedábamos a la cola.No importaba. Yo también podía sola.Alquilé un departamento y, para vivir, abrí un pequeño restaurante de comida china.No tenía demasiados cliente
Lucía dijo que le dolía el vientre y le pidió a Pablo que regresara al hospital.Él dudó… y terminó yendo.Viendo cómo se alejaba, Manuel solo pudo suspirar:—Así es el destino…Al llegar, con la prisa, Pablo chocó con alguien.—¿Señor Romero?Era el doctor Diego Ruiz, el médico tratante del padre de Daniela.Solo de verlo, a Pablo se le encendió una alarma en el pecho. Asintió, listo para seguir de largo.—Oiga, ¿Daniela no vino con usted hoy? ¿Cómo va?—¿Qué pasa con Daniela?El nombre le apretó el corazón: ¿estaba enferma? ¿Por qué fue al hospital? ¿Por qué no le avisó?El doctor Ruiz le contó que Daniela había ido el día anterior a preguntar por la muerte de su padre y, al final, lo animó a ayudarla a salir de ese duelo.Pablo se quedó helado.Daniela sabía la verdad.Un miedo frío le recorrió la espalda. Le pidió a Manuel que fuera a su estudio y buscara, en la caja fuerte, el contrato de la antigua cooperación con los Álvarez.No hubo sorpresa: no estaba.Pablo se apoyó en la par
A las cinco de la mañana, lo despertó la llamada de la maquillista. Antes de contestar, Pablo se inclinó para comprobar que Lucía dormía tranquila; luego salió al pasillo.—¿Qué pasa?—Señor Romero, tocamos el timbre y nadie abre. ¿Podría avisarle a la novia?Pablo se frotó el entrecejo, cortó con fastidio y marcó a Daniela.Ya tenía el regaño en la punta de la lengua —“¿qué capricho es este?, la maquillista ya llegó, abre”— cuando la voz mecánica lo interrumpió: “El número que usted marcó tiene el teléfono apagado.”Decidió que Daniela estaba haciendo un berrinche.—Gracias por venir —le dijo a la maquillista—. Vuelva más tarde… mejor no, déjelo así por ahora.Regresó a la habitación del hospital. Lucía ya estaba despierta.—¿Te desperté? ¿Te duele algo?Ella, pálida y dulce, sonrió.—¿Y Dani?—No abrió la puerta. Está en casa montando escena —respondió él, con una punzada de culpa que se le mezcló con ternura hacia Lucía.Ella suspiró, paciente.—La malcriaron. No sabe medir. Tú está
Tomé un taxi y me fui detrás del auto de Pablo, aunque estaba claro que no quería verme.Me costaba creer que Lucía estuviera realmente embarazada. Lo seguí para dejar claro que yo no tenía nada que ver con lo ocurrido.Cuando Pablo la dejó en quirófano, se volvió hacia mí con una frialdad que cortaba.—Daniela, jamás imaginé que fueras tan cruel. Lucía solo venía a felicitarte por tu boda, ¿por qué hiciste esto?Con ese reproche contenido, se me fueron las ganas de explicarle nada.—Si el bebé de Lucía no sobrevive —añadió—, le voy a dar a ella el regalo de boda que tenía preparado para ti. Lo considero una compensación.Lo miré, atónita.Pablo siempre decía que una boda debía tener su ritual, que todo lo que otras mujeres recibían yo lo tendría… y más. Incluso me propuso cederme el cincuenta por ciento de su empresa como regalo nupcial.Con lo que acababa de decir, entendí que, pasara lo que pasara con ese embarazo, aquello ya no era para mí.En su cabeza yo había quedado sellada com
Bienvenido a Goodnovel mundo de ficción. Si te gusta esta novela, o eres un idealista con la esperanza de explorar un mundo perfecto y convertirte en un autor de novelas originales en online para aumentar los ingresos, puedes unirte a nuestra familia para leer o crear varios tipos de libros, como la novela romántica, la novela épica, la novela de hombres lobo, la novela de fantasía, la novela de historia , etc. Si eres un lector, puedes selecionar las novelas de alta calidad aquí. Si eres un autor, puedes insipirarte para crear obras más brillantes, además, tus obras en nuestra plataforma llamarán más la atención y ganarán más los lectores.
Comments