Capítulo 2

Pero en lo profundo del sueño, los recuerdos me invadieron.

—Ahora que has regresado, debes obedecer las reglas de la familia.

La voz de mi abuelo resonó en la torre de piedra, sin emoción. Apenas había sido recuperada por mi clan, y ya llevaba tres meses encerrada en esa fría torre.

Cuando era muy pequeña, me había perdido durante un ataque de la manada. Mi abuelo y su familia habían adoptado a Lydia.

Tres meses atrás, me habían encontrado en la frontera del territorio y me habían traído de vuelta. Pensé que por fin podría regresar a un hogar cálido.

—Abuelo, ¿por qué no me dejas bajar? —pregunté con cautela.

—Tu poder interior es demasiado peligroso —dijo, evitando su mirada—. Cuando aprendas a controlarlo, te dejaremos salir.

Sabía que era una excusa. La verdadera razón era que me temían, una anómala con sangre de sacerdotisa.

Durante tres meses, aparte de los sirvientes que traían la comida, nadie me había visitado.

Hasta esa noche de tormenta, en que todo cambió.

En la torre de piedra del consejo de ancianos, a la luz de las velas temblorosas, en la noche de mi decimoctavo cumpleaños...

—¡Elena! —Mi abuelo entró bruscamente, seguido por varios ancianos. Sus rostros eran serios, como si fueran a anunciar una decisión importante.

—Siéntate. —dijo y señaló una silla de piedra.

Me senté obedientemente, esperando a que hablaran.

—La Diosa Luna ha emitido su oráculo —anunció la anciana María—. Serás la compañera del Alfa Damon.

Me quedé atónita. —Pero ¿no se suponía que el oráculo había elegido a Lydia? Toda la manada sabe que ella es la compañera destinada del Alfa.

Los ancianos intercambiaron miradas.

—Las cosas han cambiado —dijo mi abuelo con frialdad—. Damon fue envenenado durante la guerra fronteriza. Su forma de lobo se ha debilitado y su poder ha disminuido considerablemente. Lydia...

Hizo una pausa y continuó: —Lydia fue adoptada de otra manada. Su sangre es débil y no puede soportar el veneno de Damon. Tú eres diferente. Tienes sangre de sacerdotisa. Puedes purificar las toxinas.

Mi corazón se hundió. —Así que... ¿me han elegido a mí?

—Tienes sangre de sacerdotisa. Puedes purificar las toxinas —dijo la anciana María—. Es la voluntad de la Diosa Luna.

¿La voluntad de la Diosa Luna? En aquel entonces, ingenuamente creí que la Diosa me había elegido.

—¿Dónde está Lydia? —pregunté.

—Ella... —mi abuelo vaciló—. Se ha ido a estudiar a otros territorios. Así que...

Así que se había ido. Y yo, la anómala, que había estado encerrada en la torre durante tres meses, me había convertido en el reemplazo perfecto.

—¿Y si me niego?

La mirada de mi abuelo se volvió amenazante al instante.

—No puedes negarte. Piensa en tus padres. Piensa en todo lo que esta familia te ha dado. Como miembro de esta familia, debes asumir tus responsabilidades.

Sus palabras parecieron justas, pero en el fondo solo fueron amenazas desnudas.

—Necesito pensarlo. —dije y me levanté.

—No hay nada que pensar —dijo mi abuelo con frialdad—. Mañana es la ceremonia de unión. Más te vale estar preparada.

Después de que se marcharon, me quedé sola frente a la ventana. La luz de la luna se filtraba a través de los barrotes, proyectando sombras como las de una jaula.

Una vez había admirado a Damon, el valiente Alfa, el protector de la manada. Y sabía que, mientras yo estaba perdida en la frontera, él había sido envenenado mientras protegía a la manada de lobos invasores.

Por eso, incluso al ser una sustituta, y al casarme con un hombre al que no amaba, finalmente acepté.

Al día siguiente, la ceremonia de unión se celebró en el templo de la Diosa Luna.

Vestida con un traje blanco, caminé lentamente hacia el altar. Damon estaba de pie allí, con el rostro pálido y sin un atisbo de alegría en sus ojos.

Durante toda la ceremonia, mantuvo una expresión fría y me miró con resentimiento.

Sabía lo que odiaba: que yo no fuera Lydia, que esta unión fuera forzada.

—¿Aceptas a Damon como tu compañero Alfa? —preguntó el sacerdote.

Miré a Damon. Su mirada me atravesó como una hoja de hielo.

—Acepto. —mi voz era casi inaudible.

—¿Aceptas a Elena como tu compañera Luna?

Damon permaneció en silencio durante un largo rato. Tanto que los presentes comenzaron a inquietarse.

Finalmente, pronunció una palabra: —Acepto.

Pero su tono era como el de quien lee una sentencia de muerte.

Tras la ceremonia, los padres del Alfa se acercaron a mí.

—Bienvenida a nuestra familia, Elena —dijo su madre con dulzura—. Te ves muy débil. Necesitas descansar.

Su calidez hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas al instante. Era la primera persona en tres meses que me mostraba un poco de amabilidad.

—Gracias. —dije con la voz entrecortada.

Pero Damon ni siquiera me miró. Salió del templo sin decir una palabra.

En ese momento me di cuenta de que me había casado con un hombre que amaba a otra.

Este matrimonio, quizás, había sido un error desde el principio.