Traicionada, Rechazo el Vínculo

Durante el ataque de los vampiros en la frontera, mi compañero Alfa salvó primero a Lydia, su amiga de la infancia, dejándome a mi suerte frente a un infierno de llamas.

Tras sobrevivir de milagro, presenté de inmediato una solicitud al Consejo de Ancianos para romper el vínculo de apareamiento.

—El ritual comienza.

La voz del anciano Samson resonó ante la Piedra de la Diosa Luna.

Tres mediaciones. Tres fracasos.

Esta noche, pondría fin a esa unión errónea.

La luz de la luna, como un manto de plata, bañaba la plataforma de piedra. Coloqué la palma de mi mano sobre la fría superficie de la piedra lunar. Mi poder interior fue succionado al instante, y una luz plateada se extendió por mi brazo.

—En nombre de la Diosa Luna, yo, Elena, solicito formalmente romper el vínculo de apareamiento con el Alfa Damon.

Los símbolos brillaron sobre la piedra. La línea invisible que nos unía comenzó a temblar, y retorcerse.

—¡Elena, detente! —la voz de Damon llegó desde atrás, con una desesperación desconocida.

No me volví. —Ya es demasiado tarde.

En el instante en que el vínculo se rompió, un dolor agudo atravesó mi pecho. Pero fue seguido de una ligereza sin precedentes. La sensación de estar atada desapareció por completo.

—El ritual ha terminado. —anunció el anciano Samson.

Me giré y vi a Damon de pie, con el rostro pálido. Había ira en sus ojos, incredulidad.

—¡Elena! —se acercó a grandes zancadas—. ¿Por qué has roto el vínculo? ¿Esto es por los celos de que no te salvé?

Lo miré sin expresión alguna, sin ganas de decir una sola palabra.

Él continuó, con un tono de justificación: —Ya te lo expliqué. Como tienes la poderosa sangre de sacerdotisa, salvé a Lydia primero. ¿No estás bien ahora? ¡Deja de hacer escándalo!

Aunque ya había tomado una decisión, escuchar sus palabras aún me dolía.

—Piensa lo que quieras —intenté controlar mi voz para que no revelara mi desesperación—. Ya he completado el ritual de disolución del vínculo. A partir de ahora, tú y yo no tenemos ninguna relación.

Al ver mi actitud inflexible, finalmente gritó, furioso:

—¡Aunque rompas el vínculo, sigues siendo una loba de mi manada!

—Alfa Damon —lo interrumpí con el título más distante y formal que pude encontrar—. Le recuerdo su posición.

Sus pasos se detuvieron en seco.

—A partir de esta noche, renuncio al apellido de la familia de los ancianos —miré a mi alrededor, a aquellos que me habían usado como un peón—. Seré una loba libre, sin manada.

Los ancianos se miraron entre sí, sorprendidos ante mi decisión.

La ira se encendió en los ojos de Damon. —¡Estás loca! ¡Una loba sin manada no tiene futuro!

—Es mi problema.

Me observó con intensidad antes de darse la vuelta y marcharse. Antes de irse, arrojó una bolsa de cuero y un contrato de propiedad al suelo.

—En el bosque fronterizo hay quinientos monedas de oro —su voz era fría como el hielo—. Ya te he cuidado bastante.

Observé lo que había dejado en el suelo y, solo cuando su figura se desvaneció, me agaché para recoger el contrato.

El bosque fronterizo, una cabaña de madera, lejos del bullicio de la manada. Era justo lo que quería.

Poco a poco, los miembros de la manada se dispersaron. Pronto, solo quedé yo frente a la Piedra de la Diosa Luna. Levanté la vista hacia la luna llena en el cielo nocturno y, por primera vez, sentí una verdadera libertad. El poder de la Diosa Luna en mi interior, ya no reprimido por el vínculo de apareamiento, recuperaba lentamente su fuerza original.

Al día siguiente, me mudé a la cabaña. No era grande, pero era acogedora.

Establecí barreras psíquicas a su alrededor, asegurándome de que nadie pudiera encontrarme fácilmente.

Al caer la noche, me acosté en la cama y cerré los ojos.

Sin la atadura del vínculo de apareamiento, sin la frialdad de Damon ni las sonrisas falsas de Lydia, dormí tan profundamente como nunca antes.