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Capítulo 9

Penulis: Gala Montero
Pero ella solo asintió con educación.

—Sí.

—Oye, y dicen por ahí que fuiste tú la que lo cortó, ¿no? —preguntó Javier con curiosidad.

Valeria esbozó una sonrisa.

—¿Desde cuándo andas tan enterado de chismes, Javi?

No había venido para ventilar sus propios trapos sucios; su misión principal esa noche era ganarse el favor de Damián Figueroa.

Ese contrato con él valía millones. Si lo conseguía, no solo le daría un respiro enorme a su pequeña empresa, sino que también le aseguraría un futuro a mediano plazo.

Rodrigo, que la conocía bien, intervino para suavizar un poco la situación.

—Oye, Javi, acuérdate que todavía debes tres tragos, ¿eh? Vente, vente…

Mientras hablaba, se levantó y se llevó a Javi, no sin antes lanzarle a Valeria una mirada cómplice, como presumiendo su hazaña.

Valeria le devolvió un guiño y, copa en mano, se acercó a Damián Figueroa.

Justo cuando iba a hablar, la mujer al lado de Damián se le colgó del brazo.

—Ay, Damián, no me siento muy bien… ¿Me sobas aquí, porfa?

Mientras hablaba, la chica escaneaba a Valeria con recelo, como si temiera que le fuera a quitar algo suyo.

Damián soltó una risita y preguntó en voz baja:

—¿Ah, sí? ¿Qué te duele?

—¿Aquí? ¿O será acá? —Mientras hablaba, su mano coqueta recorría sin reparo la cintura de la chica, sin dedicarle a Valeria ni una sola mirada.

Era obvio que la estaba ignorando a propósito.

Tenía la cabeza un poco inclinada, y su voz era una mezcla de pereza y seducción.

La chica se puso roja hasta las orejas.

—¡Ay, Damián, ahí no era!

La comisura de los labios de Valeria tembló de forma casi imperceptible.

Había estado en situaciones complicadas antes, pero esta escena le provocó un ligero rubor en las orejas.

—Ejem… Señor Figueroa, de hecho, vine hoy porque quería hablar con usted sobre el contrato del que habíamos hablado.

Sabía que interrumpir un coqueteo era de mala educación, pero tenía que hacerlo. El futuro de su compañía estaba en juego, y aunque ella no se moriría de hambre si cerraba, había más de diez personas que dependían de ese trabajo para comer.

Sobre todoEspecialmente Sofía. Cuando Valeria decidió abrir la empresa, Sofía invirtió hasta el último centavo que tenía para apoyarla.

Sofía venía de una familia sencilla; ese dinero lo había ahorrado con mucho esfuerzo.

Así que, aunque fuera solo por ellos, Valeria tenía que tragarse el orgullo y seguir insistiendo.

Al oírla, un destello de fastidio cruzó por los ojos de Damián.

Se irguió un poco y le lanzó una mirada a Valeria, en el fondo de sus ojos se notaba la impaciencia por la interrupción.

Tomó un cigarrillo de la caja que había sobre la mesa y lo cortó. Justo cuando la chica a su lado se disponía a encendérselo, Valeria, diligente, se adelantó apresurada con el encendedor.

Damián la miró con una sonrisa indescifrable, pero no rechazó su gesto servil.

Sin embargo, la mirada que le lanzó su acompañante bastaba para querer aniquilarla.

Él dio una calada al puro, se aflojó un poco la corbata y dejó ver la marcada nuez de Adán en su cuello.

Damián tenía un atractivo particular, de facciones definidas y ojos profundos; su apariencia era digna de una estrella de cine.

Pero su crianza privilegiada le confería, además, un aire de distinción que lo hacía parecer inalcanzable.

Valeria observó su expresión ambigua, recompuso la suya y, con aire profesional, sacó la propuesta de su bolso.

—Mire, por favor. Todo el equipo trabajó horas extra para hacerle ajustes, estoy segura de que le va a gustar.

Damián la miró fijamente, sin ni siquiera estirar la mano para tomar los papeles. Después de un momento, dijo:

—¿No te dio sed después de hablar tanto?

—¿Qué tal si te tomas unas copas para demostrar qué tan en serio vas?

Valeria se quedó desconcertada por lo sucedido. Antes de que pudiera decir nada, la voz fría de Damián volvió a sonar:

—¿Qué? ¿Vienes a cerrar tratos a un lugar como este y no entiendes cómo funcionan las cosas?

Valeria apretó los labios. Aunque pertenecían al mismo círculo social, la empresa de su familia era insignificante comparada con el imperio de los Figueroa.

«Este tipo… de verdad tiene la sangre fría», pensó.

Sonrió, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos.

—¿De cuántas copas estamos hablando?

Había bajado la guardia por completo. Incluso con esa sonrisa forzada, se veía hermosa, como si las luces del lugar brillaran un poco más solo por ella.

Damián había conocido a mujeres de todo tipo, pero la sonrisa de ella lo deslumbró por un instante.

El movimiento leve en la garganta de Damián fue casi imperceptible. Su voz adquirió un matiz seductor.

—Eso depende de cuánta sinceridad quieras demostrar.

Eso significaba que no había límite para hacerlo.

Valeria volvió a sonreír. No era ninguna niña inocente y confiaba bastante en su aguante para la bebida.

Así que no se acobardó. Se levantó, dispuesta a servirse, pero la chica al lado de Damián se le adelantó.

Le sonrió a Valeria.

—No se moleste, señorita Rivas. Yo le sirvo.

Valeria sospechó que no tenía buenas intenciones, pero delante de Damián no podía hacerle un desplante, así que la dejó hacer.

Resultó que la chica tenía el plan de dejarla quedar mal, porque sacó siete u ocho vasos grandes de un gabinete del reservado y enseguida los alineó.

Tomó una botella de licor de la mesa y empezó a llenar los vasos.

Valeria se quedó perpleja.

Rodrigo, a un lado, se dio cuenta de que algo andaba mal y se acercó de inmediato para intentar mediar.

Pero Valeria lo detuvo. Le sonrió a Rodrigo y dijo:

—No te preocupes. Lo importante es que el señor Figueroa esté contento esta noche.

Sonreía, pero en sus palabras había un tono de rabia contenida.

Rodrigo al instante lo notó, y Damián, por supuesto, también.

Él la observó con interés, sus ojos penetrantes reflejaban sentimientos indescifrables.

—Señorita Rivas, no tiene que hacer nada que no quiera.

Valeria no dijo nada. Con sus dedos delgados, tomó uno de los vasos y se lo bebió de un solo trago.

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