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Capítulo 8

Author: Gala Montero
En la pantalla solo aparecían tres palabras de Damián Figueroa.

[No tengo tiempo.]

Valeria quedó perpleja.

—Vale, ¿por qué no vas con Patricio a cenar hoy? —le dijo Beatriz con una sonrisa amable, tomándola del brazo apenas subió al carro.

Valeria levantó la vista hacia el hombre al volante y apretó un poco los labios.

—Hoy no puedo, quedé de verme con alguien para cerrar un contrato. Otro día, si quieres.

Al oírla, Patricio tensó las manos sobre el volante.

Aunque Valeria no lo había dicho explícitamente, el mensaje era bastante claro: lo estaba rechazando.

«Antes Valeria no se hubiera atrevido a hablarme de esa manera».

Con ese pensamiento, la expresión de Patricio se endureció aún más. Poco después, estacionó el carro frente a la residencia de los Garza.

Al bajar, Valeria se despidió cortésmente de Beatriz, pero en ningún momento le dedicó una sola mirada a Patricio ni a su evidente mal humor.

«Un hombre infiel era caso perdido. No tenía sentido seguir con Patricio».

Ya en su carro, lo pensó un instante y le marcó a Rodrigo.

Contestó casi de inmediato. Ya era tarde, después del horario de oficina, y por el ruido de fondo, Valeria supuso que andaría de fiesta en algún bar.

—¿Bueno, Vale? ¿Ya no estás enojada conmigo?

Valeria esbozó una sonrisa.

—Pues… depende de si me ayudas con algo.

Rodrigo se rio con sarcasmo.

—¡Lo que pidas, reina! Tú nomás di.

—Necesito que me averigües dónde va a estar Damián hoy en la noche.

Rodrigo tenía contactos por todos lados; no había lugar de moda en la ciudad que no conociera. Además, parecía llevarse bien con Damián, así que conseguir esa información era pan comido para él.

Rodrigo chasqueó la lengua.

—¿No me digas que de verdad te empezó a gustar Damián Figueroa?

—Cuidado con él, Vale. Ese tipo no es cualquier cosa. —Rodrigo, como buen amigo, sintió que debía advertirle—. Me contaron que hace unos días una mujer se le quiso meter a la cama y la mandó sacar del hotel, así como Dios la trajo al mundo.

Valeria arqueó una ceja; no había oído nada sobre eso.

Al mismo tiempo, recordó el día que ella había ido a buscar a Damián sin motivo aparente. Tuvo suerte de que no la hubiera echado también.

Se mordió el labio, un poco incómoda, y le dijo a Rodrigo:

—Ay, ¿qué dices? Lo busco por trabajo, nada más.

—Ah, bueno, ¡qué alivio! —Rodrigo pareció relajarse—. Déjamelo a mí, ¡yo te aviso!

Tras colgar, Valeria apretó con fuerza el volante.

Las palabras de Rodrigo aún resonaban en su cabeza. Había actuado por impulso al buscar a Damián Figueroa aquel día, pensando ingenuamente que solo era un mujeriego más.

«Si me hubiera echado… ahora mismo sería el hazmerreír de toda la ciudad».

Por un instante, no supo si considerarse afortunada o desafortunada.

Después de todo, ese Damián Figueroa era, sin duda, un tipo implacable y difícil.

Rodrigo se movió con rapidez.

Valeria estaba detenida en un semáforo cuando le llegó un mensaje suyo:

[¡Ya tengo la dirección, Vale! Qué crees, yo también ando por acá. ¡Lánzate, yo te ayudo!]

Sus dedos teclearon veloces sobre la pantalla.

[¡Voy para allá!]

Después de enviar el mensaje, condujo deprisa de vuelta a su oficina para recoger el informe que había rehecho.

Llegó, algo agitada por el trayecto, al lugar que le mandó Rodrigo justo cuando empezaba a anochecer.

Era un club privado muy exclusivo.

En la entrada había una fila de carros de lujo imponentes. Su BMW Serie 1 se veía bastante sencillo entre ellos.

Estacionó, se retocó el labial mirándose por el retrovisor, sacó de la cajuela unos tacones de siete centímetros para cambiarse los zapatos planos que usaba por lo general para manejar y, finalmente, entró al club.

Tenía un cuerpazo, con curvas bien definidas, y al caminar con tacones, su cintura pequeña se movía con un contoneo elegante y sensual.

Su cabello, negro como la noche, le caía suelto por la espalda hasta la cintura. Incluso de espaldas se notaba que era una mujer espectacular, de esas bellezas difíciles de encontrar.

Por eso, cuando abrió la puerta de la sala privada, su impactante presencia sorprendió a los que estaban adentro.

Habría unas siete u ocho personas en la sala, hombres y mujeres. Rodrigo estaba allí, inclinado sobre Damián, diciéndole algo al oído.

Junto a Damián estaba sentada una chica de aspecto inocente, vestida con un sencillo vestido blanco. Sonreía discretamente, muy callada.

En cuanto Valeria entró, todas las miradas se dirigieron hacia ella.

Damián Figueroa la vio, pero solo le dedicó una mirada fugaz y distante antes de desviar la vista, como si nada.

«Puro teatro» pensó Valeria, sintiendo la ironía. «Bien que no eras tan indiferente la otra noche en la cama».

Alguien del grupo comentó en voz alta:

—¡Miren nada más! ¿Valeria por acá?

—¿Ya no andas pegada a Patricio?

Todos eran del mismo círculo social. Aunque no fueran íntimos, se conocían de verse en distintos eventos. Y era bien sabido por todos lo loca que había estado Valeria por Patricio, así que las bromas sobre el tema no eran ninguna novedad.

Solo que el que habló no se percató de que, tras sus palabras, la expresión de Damián, sentado a su lado, se endureció levemente.

Valeria sonrió sin decir nada.

Rodrigo, en cambio, se levantó de un salto, apartó a la chica que tenía al lado y le hizo una seña a Valeria.

—¡Vale! ¡Vente para acá!

Valeria se acercó con una leve sonrisa y se sentó donde le indicaba Rodrigo. De inmediato, alguien se aproximó para hablarle.

—Oye, ¿es verdad que cortaste con Patricio?

El que hablaba era un junior conocido, un tal Javier Núñez. Valeria lo ubicaba, pero no tenía trato con él.

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